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¿Quién es el hombre de la Síndone?

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Mirko Testa - publicado el 29/05/12
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Gracias a las modernas técnicas que nos proporciona la ciencia, ¿podemos reconstruir un identikit de la persona que fue envuelta en la Sábana Santa?1. La imagen que emerge de la Sábana Santa es la de un cadáver martirizado, con la cabeza y la nuca heridas por un conjunto de objetos puntiagudos, las rodillas y el tabique nasal erosionados y manchados de tierra como después de una caída, una amplia herida en el costado que fue abierta después del fallecimiento, las muñecas y los pies atravesados por clavos, y los omóplatos marcados probablemente por una viga pesada.
 
La imagen que ha quedado impresa en el lienzo sindónico nos habla de un cuerpo que manifiesta todos los síntomas del rigor mortis, la particular rigidez muscular que sigue a la muerte: la cabeza está flexionada de forma forzada sobre el pecho sin que haya signos de un sostén por debajo de la nuca, e igualmente los miembros superiores e inferiores tienen una posición totalmente innatural. En particular, la perforación en correspondencia de las muñecas y de los pies, la postura contraída del tórax y de los músculos de las piernas, las escoriaciones dejadas por un gran soporte rígido sobre la espalda muestran que el hombre fue ajusticiado mediante la crucifixión.
 
Antes de ser flagelado fue desnudado, y de hecho sobre casi toda la superficie corporal, excepto el rostro, se han contado 120 lesiones paralelas, dos a dos, provocadas casi seguramente por un flagelo compuesto por un mango al que se le aplicaban correas o largas tiras de cuero que terminaban con dos pequeños pesos de plomo. En este caso hay que pensar que le fueron propinados 60 golpes.
 
La mayor parte de los expertos es concorde en considerar que tenía un metro ochenta de altura. Los signos de envejecimiento que se manifiestan en el rostro del hombre sindónico inducen a afirmar que tendría alrededor de cuarenta años. El tabique nasal presenta una fractura, la parte derecha del rostro está completamente tumefacta. La sangre hallada sobre el tejido, como demostró el primero el cirujano Pierluigi Baima Bollone, es humana del grupo AB – el estadísticamente más raro, en Europa corresponde al 5% de la población, mientras que entre los judíos el porcentaje es mucho más elevado – y contiene una gran cantidad de bilirrubina, algo típico en quien ha sufrido una muerte violenta. En la zona del cráneo aparece la huella que una veintena de heridas infligidas por objetos punzantes iguales entre sí, dispuestos en la parte superior de la cabeza formando una especie de yelmo o casco.
 
Las hemorragias dependen en algunos casos de heridas que el hombre sufrió estando vivas, y de otras que se le hicieron cuando ya estaba muerto. El examen del flujo sanguíneo indica que el hombre fue envuelto en el tejido en un momento preciso, no más de dos horas y media después de haber muerto. En la zona de los omóplatos las heridas aparecen ulteriormente agrandadas y erosionadas, como si hubiese transportado un gran objeto rígido, un dato que hace pensar en el transporte del patibulum, la viga de madera que pesaba más de cincuenta kilos, que era llevada por el condenado hasta el lugar de la ejecución y que habría formado el brazo horizontal de la cruz que era izado sobre un palo clavado en tierra, llamado stipes.
 
2. Algunas anomalías– el transporte del patibulum, la utilización de clavos para las manos y los pies, la corona de espinas, el hecho de que el cuerpo no acabase en una fosa común– además de hacer de esta crucifixión un caso muy particular, hacen pensar que se tratase de una ejecución ejemplar particularmente dura.
 
Las lesiones que aparecen son numéricamente muy superiores a las previsibles en un condenado que debía sufrir a continuación una ejecución capital. La flagelación muestra un duro encarnizamiento, un severo castigo. En el ordenamiento romano, el número de golpes de flagelo estaba limitado por la prohibición de matar al condenado, mientras que entre los judíos el número de golpes estaba fijado en cuarenta, un número sagrado, como se lee en Deuteronomio 25,3. Por esto, cuando usaban el látigo con tres extremos, los judíos propinaban sólo treinta y nueve latigazos, para no exponerse al peligro de sobrepasar este número límite.
 
Además, la imagen impresa atestigua que el cuerpo sufrió dos formas de violencia no relacionadas con la costumbre romana: la presencia de las heridas puntiformes sobre el cráneo y en la nuca, además de la herida hecha con un arma punzante y afilada infligida entre la quinta y la sexta costilla.
 
Otra anomalía es que al ajusticiado no se le rompieron los huesos de las piernas: el Deuteronomio prohibía dejar los cadáveres en la cruz a la puesta del sol, y la práctica de fracturar las piernas (crurifragium) apresuraba la muerte y permitía retirarlos antes de la noche.
 
La huella de sangre más vistosa entre todas corresponde a la verificada en la parte derecha del tórax, provocada por una amplia herida de punta y filo, posiblemente causada por una lanza. La sangre se presenta dividida en sus dos componentes, es decir, la parte de suero y la parte corpuscular (los glóbulos rojos): la división llamada “desueración” se produce sólo después de la muerte, por ello la herida que provocó el desgarro del tórax fue realizada cuando el hombre era ya cadáver. La huella se produjo antes de que se relajase el rigor mortis, es decir, antes de que comenzase el natural proceso de descomposición, después de 36-48 horas.
 
3. Del tipo de tejido de lino y de cómo fue tratado el cadáver, podemos deducir que el hombre recibió un tipo de sepultura sin la purificación ritual prevista por la ley judía, pero con todo, muy honrosa.
 
Al contrario de lo que preveían las costumbres funerarias de los judíos mencionadas en el Talmud, el cadáver separado de la cruz, desnudo, sin lavar ni afeitar, fue depositado sobre un largo lienzo. Sin embargo, el hombre de la Síndone, de acuerdo con la cultura judía, fue sepultado en un lino blanco incluso de gran valor.
 
La Síndone había sido tejida, de hecho, con una técnica llamada de “espina de pez”, utilizada seguramente ya antes de la era cristiana pero de la que quedan pocos ejemplares, sobre todo en lino. El tejido presenta, en cambio, la torsión en Z, muy rara y compleja, en la que las fibras son obligadas a retorcerse en el sentido contrario al que tomarían espontáneamente secándose al sol. El sudario podría haber sido producido en ambiente judío, pues en los análisis no se han encontrado trazas de fibras de origen animal, en observancia de la ley mosaica (Dt 22,11) que prescribía que se separase la lana del lino. Si acaso se han encontrado huellas de algodón identificadas como Gossypium herbaceum, difundido en Oriente Medio en los tiempos de Cristo.
 
Este tipo de lienzo debía ser un tejido muy apreciado y ritualmente puro con el que, según las costumbres del judaísmo antiguo, se confeccionaban los cortinajes del Templo de Jerusalén, y que era usado por el Sumo Sacerdote –presidente del Sanedrín, el consejo supremo que gobernaba la comunidad judía – para envolverse tras haberse sumergido cinco veces en el baño ritual obligatorio el día en que celebraba el rito de la Expiación (el Yom Kippur), la fiesta más sagrada.
 
Es raro por tanto que el cuerpo de un condenado a un suplicio infamante del que estaban exentos los que eran ciudadanos romanos, y que se reservaba a los traidores, a los desertores pero más frecuentemente aún a los esclavos, fuese envuelto en un sudario extremadamente caro para que le fuera quitado poco tiempo después, en lugar de ser echado directamente a una fosa común o ser dejado como pasto de las fieras.
 
El lugar en el que el hombre de la Síndone fue sepultado o en el que el lienzo fue expuesto durante más tiempo puede ser identificado por dos elementos: los pólenes que quedaron prendidos en su trama, y que pertenecen a varias especies vegetales que existen sólo en Oriente Medio y más bien concentradas en un área que rodea la zona de Jerusalén; los restos de terreno hallados, y que contienen aragonito, un mineral no muy abundante, pero difundido en los alrededores de Jerusalén.
 
Los análisis sobre el tejido sindónico han permitido comprobar la presencia tanto de pólenes europeos (en cantidad más pequeña) que de pólenes de plantas que viven en la región de Constantinopla, en la estepa de Anatolia y en las riberas del Mar Muerto. Estudiando los diversos traslados del lienzo sindónico comprobables en los testimonios cristianos más antiguos, los expertos en botánica han encontrado correspondencias con el trayecto de este sudario que parte de Jerusalén, pasando después por Palestina, Edesa, Constantinopla, Lirey, Chambery, hasta llegar a Turín en 1578. El experto Max Frei, tras haber recogido muestras de plantas durante la época de florecimiento en las regiones geográficas en las que la Síndone pudo haber estado, identificó los pólenes de 58 plantas distintas sobre el misterioso lienzo, de la cual ninguna era una especie anemófila, es decir, transportada por el viento: algunas de ellas crecen únicamente en un territorio del mundo, que es el área que rodea a Jerusalén. Posteriormente, Uri Baruch examinando los preparados de Frei, confirmó la presencia de Gundelia tournefortii – a la que pertenecen el 50% de los pólenes hallados en la Síndone –, de Zygophyllum dumosum y de Cistus creticus, plantas que viven y florecen juntas sólo en un lugar del mundo: entre la ciudad de Hebrón y Jerusalén. Después, la identificación de otras cuatro especies además de aquellas tres llevó al profesor de botánica Avinoam Danin a afirmar que la sepultura debía haberse producido en marzo-abril.
 
Este indicio, la posible presencia de flores, según Danin, daría a entender que este cadáver fue depositado con honores no permitidos en absoluto para los condenados a muerte, que según la norma debían permanecer durante doce meses en el espacio infamante de un pequeño sepulcro público antes de que sus restos fuesen entregados a sus parientes.
 
Además, en algunas muestras tomadas en la zona de los pies había restos de tierra: el hombre había por tanto caminado descalzo durante un periodo de tiempo. Las mismas huellas se encontraron en correspondencia con la punta de la nariz y con la rodilla izquierda, que resulta visiblemente tumefacta, como si el hombre envuelto después en el lienzo hubiese caído al suelo golpeándose violentamente también el rostro, sin la posibilidad de resguardarse con las manos (quizás por impedirlo el patibulum). El experto en cristalografía Joseph A. Kohlbeck y el físico Ricardo Levi-Setti observaron que esas muestras de terreno contienen aragonito (un tipo de carbonato cálcico) mineral bastante poco frecuente (en España existen pequeños yacimientos en Guadalajara y Cuenca), pero presente en la composición del terreno de Jerusalén.
 
4. A través de la reconstrucción de la huella de dos monedas y de algunas inscripciones halladas sobre el lienzo de la Sábana Santa, se puede formular la hipótesis de que el hombre fuese sepultado entre los años 29 y 30 d.C.
 
Después de algunos análisis llevados a cabo a partir de 1951, el padre Francis Filas afirmó haber identificado sobre el párpado derecho del rostro sindónico huellas extremadamente similares a las existentes en la cara de una moneda, un “dilepton lituus”, que presenta en el anverso el símbolo del “lituo” – es decir, de una especie de bastón de pastor, presente en todas las monedas de Pilatos acuñadas después del año 29 d.C. – rodeado por la inscripción griega TIBEPIONƳ KAIƩAPOƩ: una moneda que se remonta por tanto a los tiempos de Tiberio.
 
Pierluigi Baima Bollone y Nello Balossino, a través de la elaboración de la imagen bidimensional del arco superciliar izquierdo mostraron en cambio la presencia de signos que remitían probablemente a un “lepton simpulum”, una moneda de bronce que además de la reproducción en el anverso de una copa ritual con el asa (“simpulo”), recoge también la inscripción TIBEPIONƳ KAIƩAPOƩ LIS, que se remonta al año XVI del emperador Tiberio, que corresponde al año 29-30 d.C.
 
La presencia de pequeñas monedas, reflejo de un uso pagano que entró en la costumbre judía, ha sido confirmada por el hallazgo de monedas en las cavidades orbitales de calaveras encontradas en Jericó, que se remonta a la época de Cristo, y en El Boqeq, en el desierto de Judá, de inicios del siglo II d.C.
 
5. Conclusión
 
Aunque la Iglesia nunca se ha pronunciado oficialmente y de forma definitiva sobre la identidad del hombre representado en la Síndone, sino que sigue alentando la investigación científica sobre el lino de Turín, los estudios realizados hasta ahora convergen en una respuesta: el cuerpo misteriosamente impreso sólo puede ser, con una probabilidad altísima, el de Cristo después de ser bajado de la cruz. Todo parece hacer converger las investigaciones en la Palestina del siglo I. Además, hay una concordancia sustancial entre el relato de los evangelios sobre la Pasión de Cristo y las informaciones que consiguen extraerse de la Síndone, tanto más grande en cuanto que algunas particularidades resultan divergentes de una típica crucifixión romana del siglo I:
 
La cruel flagelación, desmesurada antes de una crucifixión (se habla de 60 golpes de flagelo) → Jesús fue flagelado y golpeado en el rostro y en el cuerpo [Mt 27,26-30; Mc 15,15-19; Lc 23,16; Jn 19,1-3];la coronación de espinas (no tenemos documentos que recojan una costumbre similar en las crucifixiones, ni entre los romanos ni entre otros pueblos) → Jesús fue revestido por los soldados romanos con la corona de espinas y con la púrpura para ser burlado como rey de los judíos [Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2];     el transporte del patibulum, el palo horizontal de la cruz (en las crucifixiones, sobre todo en las masivas, se preferían árboles o cruces ocasionales) → Jesús transportó su propia cruz hasta el Gólgota (Mt 27,31-32; Mc 15,20-21; Lc 23,26; Jn 19,17) la suspensión en la cruz con los clavos en lugar de las normales cuerdas (una particularidad que parece que se reservaba a crucifixiones oficiales) → En el Evangelio de Juan, en el episodio del apóstol Tomás, se dice que Jesús llevaba los signos de la crucifixión en las manos, mientras que Lucas hace referencia tanto a las manos como a los pies [Lc 24,39-40; Jn 20,25 y 20,27];     la ausencia de crurifragium, la fractura de las piernas infligida para acelerar la muerte → A Jesús no se le quebraron las piernas como a los dos ladrones, porque murió de forma insólitamente rápida tanto que Pilatos se sorprendió [Mc 15,44; Jn 19,32-33];     la herida en el costado infligida después de la muerte (un hecho absolutamente raro) → Jesús fue herido con una lanza en el costado por un centurión para certificar que estuviera muerto. De la herida salió agua mezclada con la sangre [Jn 19,34];         la falta de la unción, afeitado y vestido del cadáver como preveían las costumbres de la época y la precipitada sepultura → Jesús fue envuelto desnudo en un lienzo y depositado en un sepulcro en seguida después de ser descendido de la cruz, porque se acercaba la noche y era vigilia de la Pascua judía, que coincidía ese año con el shabbat, el día de descanso de la semana en el que está prohibido todo tipo de trabajo manual [Mt, 27,57-61; Mc, 15,42-47; Lc, 23,50-56; Jn, 19,38-42];     la envoltura del cadáver en un lienzo precioso y la deposición en una tumba propia en lugar de acabar en una fosa común → José de Arimatea, un rico miembro del Sanedrín, obtuvo de Pilatos el cuerpo de Jesús, compró el lino en el que fue envuelto Jesús y lo sepultó en un sepulcro hecho excavar por él mismo en la roca [Mt 27, 57-60; Mc 15, 42-46; Lc 23, 50-54; Jn 19, 38-41];   
 
el breve tiempo de permanencia en el lienzo → Jesús murió a la edad de alrededor de 37 años, muy probablemente el viernes 7 de abril del año 30 d.C., alrededor de las 15,00 h., después de sólo tres horas de agonía. Su cuerpo permaneció en la tumba desde las 18,00 h. mas o menos del mismo día hasta las 6,00 h. más o menos del domingo 9 de abril, cuando María de Magdala junto con otras mujeres encontró el sepulcro vacío [Mt 28,1-10; Mc 16,1-8; Lc 24,1-10; Jn 20,1-10].
 
 

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