La oración es una relación que se basa en el amor entre Dios y el ser humano, que es su criatura. No existe un único modo de rezar, porque la oración tiene su centro y hunde sus raíces en los más profundo de la persona1. La oración es una necesidad del ser humano, inserta en su naturaleza, que tiene en sí misma una sed de infinito, la nostalgia de Dios y un deseo de amor.
El hombre sabe que no puede, solo, hacer frente a su necesidad fundamental de comprender el mundo. Aunque siempre ha tenido, y todavía lo tiene, la ilusión de bastarse a sí mismo, en la vida cotidiana, vive la experiencia contraria: en la práctica esto no se realiza.
El hombre tiene la necesidad de abrirse al otro, a algo, o a alguien que pueda darle lo que le falta. Debe salir de sí mismo para dirigirse a Aquel que tiene la capacidad de colmar la amplitud y la profundidad de su deseo.
El hombre lleva dentro una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de la belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz y de verdad, que lo empujan hacia lo Absoluto.
El hombre tiene en sí mismo el deseo de Dios. Y el hombre sabe que puede dirigirse a Dios, que puede rezarle. Santo Tomás de Aquino, uno de los más grandes teólogos de la historia, define la oración como: “la expresión del deseo que el hombre tiene de Dios”
Esta atracción hacia Dios, que Él mismo dio al hombre, es el alma de la oración, que deriva después en tantas formas y modalidades diferentes, según la época histórica, del tiempo, del momento, de la gracia y también del pecado de cada uno de los fieles.
De hecho, la historia del hombre ha conocido distintas formas de oración, ya que ha desarrollado distintas formas de apertura hacia el Otro, hacia el aás allá.
Esta es la razón por la que podemos reconocer la oración como una experiencia común y presente en todas las religiones y en todas las culturas.
2. No existe un único modo de rezar. Por este motivo, a veces surgen malentendidos. De hecho, rezar no es precisamente fácil….
La oración no está ligada a una situación particular pero se encuentra inscrita en el corazón de todas las personas y de todas las culturas.
Naturalmente, cuando hablamos de oración como experiencia del hombre, del homo orans, es necesario tener presente que se trata de una actitud interior, antes que ser una serie de prácticas y de fórmulas.
Se trata de un modo de ponerse ante Dios, antes de que la oración se convierta en un cumplimiento del culto o en el mero hecho de recitar palabras.
La oración tiene su centro y hunde sus raíces en lo más profundo de la persona: por esto no es fácilmente descifrable, y por el mismo motivo, a menudo se presta a malentendidos o a mistificaciones. Así podemos comprender la afirmación: “Rezar es difícil”.
En efecto, la oración es por excelencia la expresión de la gratitud, del tender hacia lo Invisible, lo Inesperado, lo Inefable. Para nosotros, la experiencia de la oración es un desafío, una “gracia” que pedir, un don de Aquel al que nos dirigimos.
3. La esencia de la oración es un ponerse frente a Dios, de modo personal, como su criatura.
En todas las épocas históricas, el hombre se examina a sí mismo y a su situación a través de la oración ante Dios. Él tiene la experiencia de ser una criatura que necesita ayuda, incapaz de procurarse a sí mismo el cumplimiento de la propia existencia y de su esperanza.
Ludwig Wittgenstein recordaba que “rezar significa sentir que el sentido del mundo está fuera del mundo”.
La oración encuentra una de sus mayores expresiones en el gesto de arrodillarse, en la dinámica de esta relación con Aquel que da un significado a nuestra existencia, en otras palabras: Dios.
Es un gesto que contiene una ambivalencia importantísima: puedo ser obligado a arrodillarme, como forma de indigencia y esclavitud, pero también puedo arrodillarme espontáneamente, declarando así mis límites, y por tanto la necesidad del Otro. Es a Él a quien confieso ser débil y necesitado, “pecador”.
En la experiencia de la oración, el ser humano expresa toda la conciencia de sí mismo, todo lo que llega a comprender de su propia existencia y, al mismo tiempo, se vuelve completamente hacia el Ser, mirándolo a la cara.
Orienta su alma hacia este Misterio del cual espera el cumplimiento de sus deseos más profundos, le ayuda para superar la indigencia de su misma vida.
La esencia de la oración se encuentra en la acción de volver la mirada otro, dirigirse más allá. Es la experiencia de una realidad que va más allá de lo que es tangible y contingente.
Sin embargo, sólo en Dios la búsqueda del hombre se revela plenamente. La oración, que es la apertura y la elevación del corazón a Dios, se convierte así en una relación con Él.
Y aunque el hombre se olvide de su Creador, el Dios vivo y verdadero no deja nunca de llamar al hombre hacia el encuentro misterioso que es la oración.
Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 2567: “Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación”.