Este año las escriben jóvenes del LíbanoSe han publicado ya las meditaciones que serán leídas la noche del Viernes Santo durante el Viacrucis del Coliseo. Como es tradición ya desde Juan Pablo II, cristianos que atraviesan dificultades son invitados cada año a preparar las meditaciones, que reflexionan sobre los sufrimientos que vive el mundo actual. Este año se ha pedido a los cristianos de Oriente Medio, por jóvenes libaneses bajo la guía del Patriarca de Antioquía de los Maronitas, el card. Béchara Boutros Raï.
¿Cuál es el camino para la Vida Eterna? “Jesús respondió a esta pregunta, que reside en lo más profundo de nuestro ser, recorriendo el camino de la Cruz”. Estas son las palabras con las que comienzan las meditaciones. Cada una de las estaciones comienza con la ilustración de un Via Crucis del siglo XIX, pintada por un artesano franciscano palestino y custodiado en Belén. Hay numerosas referencias en el texto a la Exhortación Apostólica post-sinodal de Benedicto XVI Ecclesia in Medio Oriente y citas de los Santos de Oriente y de la liturgia oriental (caldea, copta, maronita y bizantina). La llamada a seguir al Señor “está dirigida a todos, en espacial a los jóvenes y a todos los que sufren las divisiones, las guerras, las injusticias y que luchan por ser, en medio de sus hermanos, signos de esperanza y trabajadores por la paz”, se lee en la introducción.
Los mensajes contenidos en este Via Crucis, expresados en un lenguaje sugerente y poético, muestran todas las categorías de personas. En la I Estación, refiriéndose a Pilato, se destaca que hay muchos “que comprometen su autoridad al servicio de la injusticia y que pisotean la dignidad del hombre y su derecho a la vida”, concluyendo con la invitación dirigida a todos los que están en el poder en este mundo “para que gobiernen con justicia”.
Un pensamiento a las familias se encuentra en la IV Estación, en la que Jesús se encuentra con su Madre. En nuestras familias experimentamos los sufrimientos a los hijos por parte de los padres y los padres por parte de los hijos”. La oración dice “que en estos tiempos difíciles”, “los núcleos familiares puedan ser oasis de amos, de paz y de serenidad, a imagen de a Santa Familia de Nazaret”. En el centro de la V Estación está el sufrimiento que, “acogido en la fe, se transforma en camino de salvación”. El ejemplo de Simón de Cirene, que ayuda a Cristo en el camino del Gólgota, “nos enseña a aceptar la cruz que encontramos en los caminos de la vida”. “La cruz del sufrimiento y de la enfermedad” es acogida porque el Señor está con nosotros y nos ayuda a soportar el peso”. A Él se eleva el agradecimiento “por las personas enfermas y sufrientes, que saben ser testigos de tu amor, y por todos los ‘Simones de Cirene’ que pones en nuestro camino”.
La VI Estación nos presenta la Verónica que seca el rostro de Cristo, recordándonos que el Nazareno está presente “en todas las personas que sufren”. El Señor enseña que “una persona herida y olvidada no pierde ni su valor ni su dignidad” y la oración conclusiva está dirigida a los que buscan su rostro “y lo encuentran en los que no tienen hogar, los pobres, y los niños expuestos a la violencia y a la explotación”. En la VIII Estación Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén. “Nuestro mundo está lleno de madres afligidas, de mujeres heridas en su dignidad, violentadas por las discriminaciones, por la injusticia y por el sufrimiento. Oh Cristo sufriente, sea su paz y el bálsamo de sus heridas”. En la XI Estación, en la que Jesús es clavado en la cruz, se lee: “Oh Jesús, te encomendamos a todos los jóvenes que están oprimidos por la desesperación, por las jóvenes víctimas de la droga, de las sectas y de las perversiones. Libéralos de sus esclavitudes”.
La mirada de los autores se mantiene vigilante sobre los riesgos presentes en la sociedad actual. En la II Estación se reflexiona sobre un hombre que “en cada época ha creído poder sustituir a Dios y determinar por sí mismo el bien y el mal”. Un hombre que se cree “omnipotente”, en nombre “de la razón, del poder o del dinero”.
Hoy varias realidades “intentan expulsar a Dios de la vida del hombre”. Por ejemplo el “laicismo ciego”, que “sofoca los valores de la fe y de la moral en nombre de una presunta defensa del hombre”, o “el fundamentalismo violento” que “tiene como pretexto la defensa de los valores religiosos”. “Señor Jesús (…) no permitas que la razón humana, que tu has creado para ti, se contente con las verdades parciales de la ciencia y de la tecnología sin hacerse las preguntas fundamentales del sentido y de la existencia” es la invocación de la III Estación. De una Iglesia “oprimida bajo la cruz de las divisiones que alejan a los cristianos los unos de los otros y de la unidad” querida por Cristo se habla en la IX Estación. En la XII se reza para “que todos los que promueven el aborto tomen conciencia de que el amor no puede ser otra cosa que fuente de vida”. Un pensamiento se centra “también en los defensores de la eutanasia y a los que apoyan técnicas y procedimientos que ponen en peligro la vida humana”. Poniendo la esperanza en que el Señor abra sus corazones para que lo conozcan en la verdad y “se comprometan en la edificación de la civilización de la vida y del amor”.
Es constante la referencia a los pueblos de Oriente Medio: “señor Jesús (…) te confiamos a todos los hombres y a todos los pueblos humillados y sufrientes, en especial a los del Oriente maltratado, se reza en la II Estación. Mientras que en la VII el pensamiento se dirige a “todas las situaciones que parecen no tener salida”. Entre estas “las que derivan de los prejuicios y del odio, que endurecen nuestros corazones y conducen a conflictos religiosos”. Por tanto, se reza: “Ven Espíritu Santo a consolar y fortificar a los cristianos, en especial a los de Oriente Medio, para que unidos a Cristo sean, en una tierra herida por la injusticia y por los conflictos, testigos de su amor universal”.
En la X Estación, en la que Jesús es despojado de sus ropas, se implora: “Concede, Señor, a los hijos de las Iglesias Orientales –despojados por las dificultades, y a veces por la persecución, y debilitados por la emigración- el coraje de quedarse en sus países para anunciar la Buena Noticia”. En la XIII Estación la oración se dedica a “las víctimas de las guerras y de la violencia que devastan, en nuestro tiempo, a varios países de Oriente Medio, como también otras partes del mundo”. Intensa la evocación: “Haz, Señor, que la sangre de las víctimas inocentes sea la semilla de un nuevo Oriente más fraterno, más pacífico y más justo, y que este Oriente recupere el esplendor de su vocación de cuna de las civilizaciones y de valores espirituales y humanos”
Finalmente, ante Jesús que es colocado en el sepulcro, en la XIV Estación, los autores observan: “Aceptar las dificultades, los sucesos dolorosos, la muerte, exige una esperanza firme, una fe viva”. Después concluyen: “Hemos recibido la libertad de los hijos de Dios para no volver a la esclavitud; la vida se nos ha dado en abundancia, para no contentarnos con una vida privada de belleza y de significado”.