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Seis mitos falsos de los testigos de Jehová (1)

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Jorge Luis Zarazúa - publicado el 10/04/13
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Sostienen que el alma no es inmortalUna larga cadena de mitos

En su revista quincenal La Atalaya del 1 de noviembre de 2009, los Testigos de Jehová presentan con extraordinaria concisión sus enseñanzas fundamentales y los ataques a la fe católica que les han resultado más eficaces para confundir al católico que carecen de una adecuada formación bíblica y una oportuna capacitación en apologética o defensa de la fe.

De hecho, estos temas los están presentando de forma repetitiva en sus publicaciones más recientes, aprovechando para dar a conocer el que es ahora su libro de cabecera, titulado “¿Qué enseña realmente la Biblia?”.

Saltan a la vista en este número algunas características peculiares de los Testigos de Jehová, especialmente de sus dirigentes, el así llamado Cuerpo Gobernante:

a) su aparente cultura bíblica y profana, que tratan de mostrar presentando citas de los más variados documentos, libros y enciclopedias y pasajes bíblicos tomados de las más diversas traducciones de la Biblia, incluida su traducción propia, denominada Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras.

b) Su intento por disolver el cristianismo, negando las verdades fundamentales de la fe cristiana: la doctrina de la Santísima Trinidad, la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, la maternidad divina de María, la sobrevivencia del alma después de la muerte, la existencia del cielo y el infierno, la unicidad del cielo y la legitimidad de las imágenes sagradas. No extraña que en amplios sectores no se les considere cristianos, pues rechazan lo específico cristiano y se quedan en una interpretación muy pobre del Acontecimiento Cristo.

c) Su habilidad para presentar sofismas y falacias.

En esta serie de artículos que iniciamos hoy, respondemos a todas sus objeciones, aprovechando para presentar la belleza de la fe católica, que es la finalidad de una sana apologética.

Primer mito:
“EL ALMA MUERE CON EL CUERPO”.

Otra formulación del mito:
“Cuando una persona muere, deja de existir”.

Origen del mito:
Los Testigos de Jehová afirman que la enseñanza católica de la inmortalidad del alma fue adoptada de la filosofía griega por los primeros filósofos cristianos.
En realidad esta afirmación va dirigida a negar lo característico del cristianismo para presentarse como algo único y especial en el campo religioso. Por lo demás, se aferran a unos cuantos textos bíblicos (Ezequiel 18, 4; Génesis 2, 7; Eclesiastés 9, 5-6), mal leídos y peor interpretados, desde los cuales tratan de fundamentar su postura.

¿Qué dice la Biblia?
En realidad la doctrina de la inmortalidad del alma está ya presente en el Antiguo Testamento:

El polvo vuelve a la tierra de donde vino, y el espíritu sube a Dios que lo dio (Ecl 12, 7).

Si escondes tu cara, quedan anonadados, recoges su espíritu, expiran y retornan a su polvo (Salmo 104 [103], 29).

Las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento podrá alcanzarlos. A los ojos de los insensatos están bien muertos y su partida parece una derrota. Nos abandonaron: parece que nada quedó de ellos. Pero, en realidad, entraron en la paz (Sab 3, 1-2).

El Nuevo Testamento lo reafirma con extraordinaria claridad:

No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno (Mt 10, 28).

Dado que los testigos de Jehová no creen en la inmortalidad del alma, ¿cómo podría algo matar solo el cuerpo y no matar el alma? Ellos afirman que no existe alma que sobreviva al cuerpo, y que al morir el cuerpo muere el alma. Sin embargo, no es eso lo que Jesús dice allí, sino todo lo contrario. Un accidente o cualquier evento natural pueden matar el cuerpo sin matar el alma, por lo cual Jesús nos exhorta a no temerle a eso, sino aquello que si puede matar ambos. Así, el contexto de muerte o destrucción del alma de la que se habla allí no es una aniquilación, sino un estado de muerte espiritual definitiva.

Cuando abrió el quinto sello, divisé debajo del altar las almas de los que fueron degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que les correspondía dar (Ap 6, 9).

Si el hombre es un alma viviente, que perece con la muerte, ¿cómo es posible que estén debajo del altar las almas de los que fueron degollados?

Por otra parte, es muy ilustrativo el episodio de la Transfiguración del Señor (Mc 9, 1-10; Lc 9, 28-36 y Mt 17, 1-7).

Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús (Mc 9, 4).

Dos hombres, que eran Moisés y Elías, conversaban con él. Se veían en un estado de gloria y hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén (Lc 9, 30-31).

Si con la muerte, todo acaba para la persona, ¿cómo se explica la aparición de Elías y Moisés a nuestro Señor Jesucristo y los Apóstoles en el Monte Tabor el día de la Transfiguración?

Escuchemos ahora a san Pablo:

Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. Pero veo que, mientras estoy en este cuerpo, mi trabajo da frutos, de modo que ya no sé qué escoger. Me siento urgido por los dos lados: por una parte siento gran deseo de romper las amarras y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor (Flp 1, 21-23).

En el texto anterior, San Pablo está consciente de que al morir partirá de su cuerpo para estar con Cristo; prefiere, sin embargo, permanecer todavía en carne, pero por causa del anuncio del Evangelio. El siguiente texto es aún más explícito:

“Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión… Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle” (2Cor 5, 6-9).

Como puede notarse, san Pablo habla de una reunión del cristiano con Cristo, inmediatamente después de la muerte individual, como lo expresa también en Flp 1, 21-23.

Veamos ahora estas palabras de Jesús al ladrón arrepentido, crucificado junto a él:

Jesús le respondió: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.» (Lc 23, 43).

Lo interesante de ese suceso es que Jesús le promete al buen ladrón estar ese día con Él en el paraíso; pero, ¿cómo podría ocurrir eso si el alma no sobrevive al cuerpo? Dado que este simple texto desmoronaría instantáneamente toda la teología de los testigos, se han inventado un argumento bastante original para justificarse, y consiste en alegar que como en dicha época no existían los signos de puntuación, lo que Jesús quiso decir fue: “Yo te aseguro hoy, estarás conmigo en el paraíso” (note donde colocan la coma) o lo que es lo mismo: “Yo te aseguro hoy, que algún día estarás conmigo en el paraíso” (la posición de una coma puede cambiar todo el sentido de una frase)

También es sumamente relevante la parábola de Lázaro y el rico epulón (Lc 16, 19-31):

Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abraham (Lc 16, 22a).

Como puede verse en este pasaje (Lc 16, 19-31), algo muere y es sepultado (el cuerpo. Cfr. Lc 16, 22b: «Murió también el rico y fue sepultado») y algo sobrevive (el alma. Cfr. Lc 16, 22a: «murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham». Conviene notar que la expresión «seno de Abraham» es una expresión bíblica para describir la intimidad con una persona. Aquí se presenta la participación del pobre Lázaro con Abraham en el banquete mesiánico. Algo parecido nos presenta el Nuevo Testamento acerca de Jesús para indicar su intimidad especial con el Padre: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está

en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1, 18).
Así pues, la expresión «seno de Abraham» designa la morada bienaventurada de las almas de los justos después de la muerte, junto a Abraham, nuestro padre en la fe (cfr. Mt 8, 11-12). Para los cristianos, es estar junto a Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe (cfr. Hb 12, 2), como se puede ver en Lc 23, 43, Flp 1, 21-23 y 2Cor 5, 6-9.

Otro pasaje significativo es el siguiente donde san Pedro nos dice que Cristo predicó a los espíritus encarcelados:

“Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu. En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados, en otro tiempo incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de Dios, en los días en que Noé construía el Arca, en la que unos pocos, es decir ocho personas, fueron salvados a través del agua” (1Pe 3,18-20).

Este texto, san Pedro hace alusión al descenso de Cristo a los infiernos (el Seol para los hebreos) luego de su muerte en la cruz, donde predica a todos aquellos justos que estaban retenidos de espera de que Cristo con su muerte y resurrección abriera el camino para entrar en el cielo [Hb 2,10; 9,8.15; 10,19-20; 1Pe 3,19].
No hace falta decir que en este evento se encuentra otra prueba palpable de la inmortalidad del alma, dado que la predicación de Cristo va dirigida a difuntos.

Verdad:
El alma es inmortal; no muere con el cuerpo.

(Continúa mañana)

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