No se trata de tendencias personales sino de estilo de vida
La Asociación de Transexualidad Clínica de España está promoviendo una huelga de hambre ante la catedral de Granada para protestar por la decisión del párroco de la localidad granadina de Íllora de negarle el sacramento de la confirmación a un hombre del pueblo que vive desde hace años como si fuera una mujer. ¿Debe esta persona recibir los sacramentos?
Cualquier persona que viva noblemente el catolicismo, por ejemplo luchando por vivir la castidad, puede acceder a los sacramentos, sea hombre o mujer, homosexual, transexual o heterosexual.
Lo que impide el acceso a los sacramentos –a la confirmación, el bautismo, la comunión,…- es vivir de una manera desordenada que desdiga el estilo católico.
La Iglesia entiende la sexualidad como un don: el hecho de haber nacido hombre o mujer no responde al azar ni a un error genético, sino a la voluntad de Dios.
En consecuencia, “corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual”, indica el Catecismo de la Iglesia Católica (2333). El cambio de sexo aparece entonces como un atentado contra el don de la sexualidad.
Si una persona se ha sometido a una operación de cambio de sexo, pero ha cambiado, pide perdón y quiere vivir castamente conforme a la unidad de su cuerpo y de su alma recibidos, los sacramentos serán una ayuda, una fuente de vida. La Iglesia no le exigirá que se vuelva a operar, pero sí pide evitar el escándalo.
Sin embargo, puede justificarse la negación de los sacramentos a una persona que ha hecho de la transexualidad una opción de vida, o a un joven que mantiene relaciones sexuales con varias mujeres.
Se dan casos de personas que pretenden instrumentalizar los sacramentos para defender su propia postura, para sentir o mostrar que Dios bendice su manera de vivir.
Pero no es Dios quien debe amoldarse a nosotros, sino al contrario. En este sentido, san Pablo indica en la primera carta a los Corintios que el que come y bebe sin discernir el Cuerpo de Cristo, come y bebe su propia condenación.
No aceptar la propia sexualidad conlleva consecuencias negativas personales y sociales porque la sexualidad incluye la aptitud para establecer vínculos de comunión con otra persona. Como explica el Catecismo, “la armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos”.