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El sentido de la vida

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Monseñor Atilano Rodríguez - SIC - publicado el 01/10/13
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Quien no se plantea la pregunta por el sentido de la vida se acostumbra a vivir y actuar como la masaLa pregunta por el sentido de la vida ha de estar en el centro de las preocupaciones de todo ser humano. Cada persona convive con un conjunto de interrogantes, a los que tendría que dar respuestas convincentes en cada momento de la existencia. El ser humano, para encontrar sentido a la peregrinación por este mundo, debería intentar responder a estos interrogantes: ¿Para qué y por qué existo? ¿Merece la pena vivir o no? ¿La historia tiene alguna finalidad? ¿Existe algo después de la muerte o la vida humana terminar con ella?
 
De la respuesta que demos a estas preguntas, dependerá nuestra felicidad y la fortaleza de espíritu para afrontar los problemas de cada día o, por el contrario, nos encontraremos sin ilusión y sin ánimos para hacer frente a las dificultades del camino.
 
Teniendo en cuenta que la respuesta sobre el sentido de la existencia no es algo puntual, sino que es necesario plantearla con cierta frecuencia, muchos hombres y mujeres hacen verdaderos esfuerzos por buscar cada día el sentido de su ser y de su quehacer, pues son conscientes de que, si no lo hacen, la dignidad propia de todos ser humano se degrada.
 
Pero, junto a estos hermanos que buscan con ahínco y decisión el sentido de su existencia, podemos encontrarnos también con otras muchas personas que no tienen interés en buscarlo o les falta la capacidad necesaria para hacerse preguntas sobre su misión en este mundo. Los trabajos y las preocupaciones de cada día concentran toda su atención, impidiéndoles así encontrar tiempo para reflexionar sobre el sentido de lo que viven y hacen.
 
Muchos hermanos viven tan obsesionados por gozar de cada situación y por aprovechar el momento presente que se encuentran incapacitados para pensar en el presente y en el futuro de su existencia. Se comportan como si fuesen a quedarse en este mundo para siempre y no se plantean que llegará un día, también para ellos, en el que la muerte ponga límite a su peregrinación por este mundo. Estos hermanos viven desorientados y, en algún caso, pueden llegar a la desesperación.
 
Cuando el ser humano no da respuesta a la pregunta sobre el sentido de su existencia pierde la capacidad de hacer nuevos descubrimientos sobre el desarrollo de su personalidad y sobre la respuesta consciente a los dones recibidos del Creador. Con el paso del tiempo, puede llegar a convertirse en un animal que hace cosas y que sólo tiene capacidad de disfrutar con la utilización de los objetos materiales.
 
Es más, quien no se plantea la pregunta por el sentido de la vida se acostumbra a vivir y actuar como los demás, como la masa, sin criterios propios. Incluso puede llegar a  convivir con la mentira, el mal y la injusticia, que afectan a tantas víctimas inocentes, sin confrontarse con estas realidades y sin la esperanza de que un día serán vencidas con el triunfo de la verdad sobre la mentira, de la justicia sobre la injusticia.
 
Pidamos al Señor que nos ayude a ser reflexivos y a utilizar la inteligencia para actuar con criterio y responsabilidad, pensando en el presente, pero sin olvidar que estamos de paso por este mundo y no tenemos aquí morada definitiva.

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