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El mito de la Papisa Juana: ¿se busca confundir?

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Aleteia Team - publicado el 13/11/13
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Un falso histórico descubierto por un historiador protestante en el siglo XVII, la “Papisa Juana” llega ahora al cine“Petre Pater Patrum Papissa Prodito Partum”, “Pedro, Padre de los Padres, Traiciona el Parto de la Papisa”. Así recitaba un verso sobre la tumba de la Papisa Juana, sepultada en algún lugar entre San Juan y San Pedro de Letrán, en el lugar donde se descubrió el engaño y donde desde ese momento no volvieron a pasar las procesiones papales. El lugar de la sepultura lo recuerda un pequeño santuario votivo, un altarcito que aún existe en Roma, aunque oscuro, en estado de abandono y cerrado con una reja. Todo muy sugerente. Pena que la historia de la Papisa Juana se haya revelado como una historia falsa. Más aún. Una probable sátira en el ámbito del conflicto entre el Imperio y el Papado, difundida poco después de la muerte de Federico II de Suabia, que había sido excomulgado.
 
Varias son las fuentes que recogen la leyenda de la Papisa Juana. La historia sería así: Johanna, mujer inglesa nacida en el año 814, huérfana y de agudísima inteligencia, habría sido adoptada por un monje predicador, el cual la habría vestido de frailecillo con el fin de protegerla de los abusadores. Y, vestida así como un fraile, habría entrado en el monasterio de Fulda y después habría estudiado en Maguncia, asumiendo la identidad de fray Juan, que había muerto durante una incursión vikinga.
 
Johanna progresaba en los estudios, y su inteligencia era viva. Gracias a su fama de erudición, avanzó en los grados de la jerarquía religiosa, hasta llegar a Roma, llegar a cardenal, e incluso ser nombrada Papa con el nombre de Juan VIII en el año 853. Pero, durante una procesión pascual en el 855, el caballo que llevaba al pontífice arrojó al Papa de su silla en los alrededores de la basílica de San Clemente. Esto provocó un violento parto prematuro de la Papisa, que estaba embarazada, quizás del conde Gerold, conocido durante los estudios en la catedral de Dorstadt. La turba enfurecida la arrastró por las calles de Roma con los pies atados a un caballo, y después la lapidó hasta morir.
 
El verso que estaría escrito sobre su tumba correspondería a las palabras que habría proferido un endemoniado durante el paso de la papisa en la ceremonia. Pero una variante posterior afirma que la mujer se habría detenido ante el poseído para practicarle un exorcismo, preguntando al demonio cuándo dejaría de atormentar al hombre, y el demonio le habría respondido con ese verso con seis P, indicando que se iría sólo después del parto.
 
El lugar donde estaría la tumba sería aquel donde se reveló la identidad de la Papisa Juana. Y se dice que en las sucesivas procesiones papales se evitaba. Aparentemente, desde los tiempos inmediatamente posteriores a la Papisa Juana, todo candidato a Papa era sometido a un cuidadoso examen íntimo para asegurarse de que no fuera una mujer (o un eunuco) disfrazada. Esta comprobación preveía sentarse en una silla con un agujero, desde donde los diáconos más jóvenes podían verificar si el Papa era un varón.
 
Todo muy verosímil. Pero falso. Y fue necesario un historiador protestante como David Blondel, a mitad del siglo XVII, para confutar el mito que se había difundido mientras tanto, retomado por Boccaccio pero también por Guillermo de Ockham, incluso con el retrato de la Papisa Juana en el interior de la catedral de Siena en la galería de los Papas.
 
Blondel precisó que la procesión papal de Pascua no pasaba por la calle donde habría tenido lugar el presunto nacimiento, y que la silla agujereada sobre la que los Papas se sentaban para comprobar su masculinidad es muy anterior a la época de la Papisa Juana. Pero sobre todo, que el Papa León IV, santo, reinó desde el 847 hasta su muerte en el 855, y por tanto es imposible que haya habido una papisa Juana entre el 853 y el 855.
 
En resumen, una sátira hábilmente construida, que se insertaba en la lucha entre papado e imperio y que se aprovechaba de algunos de los miedos de los católicos en la Edad Media, es decir, las de un Papa sexualmente activo, de una mujer en posición de autoridad dominante sobre los hombres, y del engaño llevado al corazón mismo de la Iglesia.
 
Pero el de la Papisa Juana no es un mito de ayer. Es un mito de hoy, y no tanto por un reciente film que ha llevado de nuevo la historia al candelero. Cuando se habla de la posibilidad de que el Papa Francisco nombre mujeres cardenales, en el fondo se piensa también en la posibilidad de una mujer que llegue a ser papa. Pero el Concilio Vaticano II había ligado el cardenalato al sacerdocio precisamente para evitar “cosas extrañas”. Y en la Iglesia se habla siempre de un mayor papel de las mujeres, pero no en el sentido de una apertura al sacerdocio femenino, sobre el que Juan Pablo II puso ya definitivamente una losa encima, y respecto al que Benedicto XVI explicó que “no podemos” abrir.
 
Quizás hayamos vuelto al tiempo en el que haya que temer un engaño llevado al corazón mismo de la Iglesia para provocar un ataque contra ella. Quizás se busca precisamente la confusión, se quiere hacer de la Iglesia una realidad que hay que cambiar y manipular, yendo más allá del mensaje evangélico y la tradición de los Padres. Quizás con estos debates y leyendas se quiera crear la confusión entre los fieles.
 
Artículo publicado originalmente en italiano por Andrea Gagliarducci en Korazym

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