Un profesor analiza la labor del actual pontífice en el acercamiento al pueblo judíoLa reciente irrupción de un grupo que se oponía a la celebración de un acto interreligioso en la catedral de Buenos Aires, vuelve la mirada sobre un aspecto por el que parece que el papado de Francisco quedará marcado: las relaciones con el judaísmo. Roberto Bosca, profesor de Doctrina Social de la Iglesia de la Universidad Austral, en la Argentina, explica algunos de los elementos que son claves para entender tanto el acercamiento del Papa con los judíos, como el rechazo que sus iniciativas tuvieron en algunos grupos integristas.
– ¿Qué características ha tenido el diálogo interreligioso en Buenos Aires durante los últimos años?
Ha transcurrido un poco más de medio siglo desde el comienzo del diálogo interreligioso en la Iglesia católica. Como se trata de procesos largos, todavía no se puede decir que nos encontremos en un estadio avanzado, aunque se pueden anotar evidentes y enormes progresos en relación al pasado.
En concreto, en Buenos Aires, en los tiempos más recientes se han multiplicado las iniciativas de una y otra parte, de un modo muy superior a otras geografías. El hecho que más destaca en estos últimos años me parece que es una nueva instancia caracterizada por la generalización, o sea que el diálogo se está ampliando numéricamente, en el sentido de que está bajando, por así decir, de los ambientes jerárquicos y especializados a los más amplios del común del pueblo.
– ¿El diálogo incluye sólo a judíos y cristianos?
Resulta visible que en estos momentos se está consolidando un nuevo clima que ya tiene una cierta tradición en el país, sobre todo entre cristianos, especialmente católicos, judíos y musulmanes. Por sus características, en la Argentina siempre ha habido un clima dialogal que es fruto de la convivencia producida por una caudalosa inmigración, donde se pueden encontrar por ejemplo en las primeras décadas del siglo pasado clubes sociales fundados por inmigrantes sirio-libaneses y formados por cristianos, judíos y musulmanes.
– ¿Qué influencia ha tenido el cardenal Jorge Bergoglio en este proceso?
El Cardenal tuvo un protagonismo de primer orden en este proceso, y puede considerarse que dicho rasgo ha sido uno de los más significativos de su gobierno pastoral de la arquidiócesis porteña en todos estos años. Este dato es reconocido no sólo dentro de la Iglesia católica, sino sobre todo fuera de ella, donde el papa Francisco goza de un enorme prestigio, incluso superior al que ha tenido en la iglesia local.
Sus diálogos con el rabino Abraham Skorka, el rector del Seminario Rabínico Latinoamericano, quien lo considera un amigo del alma, por ejemplo, son ejemplificativos de ello. El rabino Sergio Bergman, quien actualmente ejerce un cargo político en el congreso de la nación, pero a quien le es reconocido también un liderazgo social y espiritual, considera al actual papa directamente como su maestro espiritual y muchos católicos se sienten representados por él. Es notorio que Bergoglio ha sido un actor principalísimo en este proceso, y estos ejemplos concretos lo demuestran de un modo preciso y contundente.
– Benedicto XVI concedió a León Klenicki, rabino argentino, la orden de San Gregorio Magno. ¿Qué actores importantes desde el judaísmo existen en el diálogo judeo-cristiano?
En esta larga historia, en el judaísmo ha habido grandes personalidades que trazaron un nuevo camino en el diálogo interreligioso, especialmente con la Iglesia católica, entre las que destaca el rabino León Klenicki no solamente en el nivel local sino en el horizonte más amplio del mundo entero.
El rabino Klenicki forma parte de una fecunda historia que fue iniciada en los años previos al Concilio por grandes personalidades judías que sin embargo han sido hasta hoy muy poco conocidas o casi ignoradas por el pueblo cristiano, pero que también lo fueron, aunque en menor medida, entre los mismos judíos, como el escritor Jules Isaac y el rabino Abraham Heschel, entre muchos otros. Todos ellos fueron quienes ayudaron a iniciar una nueva visión de los judíos por parte de los fieles cristianos, superando la llamada “enseñanza del menosprecio” cuyo primer paso que fue la supresión de la acusación de deicidio.
– En este contexto, ¿Qué tan importante es el lefebvrismo?
El lefebvrismo no tiene una gran importancia como tal en el nivel global pero sí la tiene por su influencia en ambientes conservadores y tradicionalistas, sobre todo dentro de la Iglesia católica, que se muestran resistentes al gran cambio pastoral producido a partir del Concilio Vaticano II ya hace más de medio siglo.
El integrismo (del cual el lefebvrismo es una expresión, quizás la más importante en el mundo católico), constituye una patología de la fe que no se reduce a la Iglesia católica sino que puede encontrarse en cualquier expresión religiosa y que ha evidenciado además por diversos motivos una llamativa capacidad de supervivencia. Se trata de una minoría muy pequeña pero que suele hacer mucho ruido, de un modo desproporcionado a su real identidad, como resultado de que prefiere modos de actuación muy propios del terrorismo, cuya fuerza reside sobre todo en su impacto mediático.
– ¿Qué tan fuerte es en la Argentina que deja el Papa Francisco?
En la Argentina, debido a la influencia que ha tenido durante gran parte del siglo pasado el llamado “nacionalismo católico”, incluso en la jerarquía eclesiástica, el lefebvrismo encuentra aún en nuestros días ciertos sustentos que aunque acotados permiten su supervivencia a pesar de su hoy ya ostensible anacronismo. En estos ambientes ha habido primero un agrio rechazo a la reforma promovida por el papa Juan XXIII y sus sucesores hasta Francisco, y consecuentemente a la figura de Bergoglio, quien encarna el espíritu conciliar de un modo muy vivo y radical, de ahí que sea objeto de una sórdida oposición de la cual el incidente en la catedral de buenos Aires es una clara evidencia . Aunque este proceso podría aumentar la herida del cisma, puede conjeturarse que en el caso de darse ella será de una proporción harto reducida, al estilo de los viejocatólicos en el Concilio vaticano I.