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México y la devoción a Cristo Rey (I)

Jaime Septién - publicado el 23/12/13

Entrevista al historiador Luis Alfonso OrozcoEl 11 de enero de 1914, México se consagró al Sagrado Corazón de Cristo en la Ciudad de México. Este  país, por entonces, contaba con menos de 20 millones de habitantes, de los cuales un 98 por ciento se declaraban católicos.

A casi cien años de distancia, con 120 millones de habitantes y 82.5 por ciento de católicos, la Iglesia y organizaciones de laicos renovaron, en el año 2013, esa consagración nacional al Sagrado Corazón de Cristo, como Rey del Universo. 

Ese acto tiene profundas raíces en la historia de México y, particularmente, en la guerra llamada “cristera” que se desató en el país por la persecución religiosa del gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-1928) y que dejó cerca de 250 mil muertes, muchas de ellas, por amor a Cristo Rey.

Para tocar estos temas, Aleteia ha entrevistado al padre Luis Alfonso Orozco LC, historiador y profundo conocedor de la persecución religiosa, de la guerra cristera y de la cultura íntima del pueblo mexicano, sobre todo la del Bajío, de donde el padre Orozco es originario.

Padre, la devoción a Cristo Rey es una devoción con raigambre popular, muy popular en México, ¿no es así?

Sí.  La consagración personal o familiar a Cristo Rey, o al Sagrado Corazón de Jesús, ha sido y es una devoción muy arraigada en la piedad popular.

De hecho el amor y la devoción a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe han sido determinantes al plasmar la identidad cultural católica de México desde sus orígenes, es decir a partir de 1521 con la conquista española, con el pueblo mestizo resultante de la fusión de ambas razas.

El acontecimiento guadalupano de 1531, diez años más tarde, vino a ser como el bautismo de la joven nación, y de ahí que la identidad profunda de México esté señalada por el catolicismo.

Se dice que con la aparición de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego, Dios mostró una predilección única por esta nación…

México, evangelizado por los misioneros españoles, quedó –rápidamente– bajo la protección de la Reina del Cielo y gracias a esto la población indígena pudo salir poco a poco del abismo de ignorancia religiosa y de oscuridad en que viviera antes de la llegada del Evangelio.

Como es sabido algunas manifestaciones de crueldad tuvieron su causa principal en la ignorancia y rudeza religiosa de los indios, cuya expresión más trágica fueron los atroces sacrificios humanos de los pueblos vencidos, practicados principalmente por los aztecas pero también por los mayas.

A partir del siglo XVI, en aquel amplio periodo de tiempo conocido como la Colonia o época colonial, la identidad cristiana de la nación quedaba definitivamente forjada .

Unidas por una misma sangre, por un nombre común, la Nueva España a la vieja España peninsular, adquirieron entre sí un vínculo aún más estrecho y persistente: el de la misma fe en Cristo Rey. Las raíces de Nueva España/ México son definitivamente cristianas.

¿Por qué fue posible la consagración de México a Cristo en 1914?

Fue posible, básicamente, por dos factores: por un lado la aclamación popular de una nación forjada en torno a la fe católica y el amor a Jesucristo, y constituida entonces al 98 por ciento de católicos, con sus obispos y sacerdotes preocupados por la paz y el progreso de México.

Como fieles creyentes piden a Dios el don de la paz para la Patria y la encomiendan y consagran a Cristo Rey de la paz, en aquel comienzo de siglo que resultó trágico para México y para el mundo.

El otro factor fue la circunstancia política: el país estaba en plena guerra de Revolución.

…y todavía había una “isla”, si me permite el término de libertad de organizar este tipo de actos llamados “piadosos”

En efecto. El hecho es que dentro del espacio de esa isla temporal de libertad religiosa de que gozaba el país, el 11 de enero de 1914 el arzobispo de México José María Mora del Río depositó a los pies de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús una ofrenda para pedir la paz de México, mientras muchos de los presentes aclamaban: ¡Viva Cristo Rey!

Una paz que era especialmente necesaria mientras la nación entera estaba entrando en el turbulento torbellino de lo que fue la Revolución mexicana, que con sus cientos de miles de muertos y desplazados –principalmente hacia los Estados Unidos–, supuso una destrucción y un retraso socio-cultural severo para la entera nación.

Dentro de esta vorágine, ¿qué pintaba la Iglesia?

En relación con esto, de nuevo la historia oficial ha pretendido hacer pasar la Revolución como el acontecimiento determinante que ha plasmado el nuevo México, queriéndola presentar –y a los “héroes” oficiales— como los forjadores de la patria.

Eso es la ideología al servicio del poder, mas no la dura realidad, la cual señala por el contrario todo el destrozo, atraso cultural y social que la Revolución produjo en México desde 1914, de los que no se ha recuperado después de un siglo.

Incluso sus secuelas más perniciosas, como la corrupción endémica, persisten tristemente como una mentalidad muy difundida.

Diez años después, todavía dentro del clima de persecución religiosa contra los católicos -¡el 98% de la población!- México renovó su consagración durante el Congreso Eucarístico de 1924 con una fórmula especial.

En el corazón del México católico estaba firmemente arraigada la fe en Cristo, en sus manifestaciones como devoción al Sagrado Corazón y a Cristo Rey.

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