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Benedicto XV se afanó por evitar la Primera Guerra Mundial

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Enrique Chuvieco - publicado el 17/01/14
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Promovió una tregua en la Navidad de 1914 que hermanó a contendientes enfrentadosEl 28 de junio de 1914 un terrorista bosnio de la Mano Negra, un grupo dirigido desde Belgrado, asesinaba al archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio austro-húngaro. Fue el inicio de la Primera Guerra Mundial en la que murieron más de 10 millones de personas. Las iglesias católica y otras cristianas intentaron parar aquella catástrofe que embarcó a 60 países y que devastó Europa en el primer gran conflicto del siglo XX.

Era el 20 de agosto del mismo año cuando moría Pío X. Tras el cónclave salió elegido Giacomo Giovanni Battista della Chiesa, quien asumió el nombre de Benedicto XV. Era la primera vez que no intervenía ningún soberano extranjero en la elección papal. Sin mayores dilaciones el 1 de noviembre de ese año, publicaba la encíclica Ad beatissimi Apostolorum, en la que analizó las causas del conflicto y proclamó una neutralidad estricta que disgustó a las partes beligerantes. El 7 de diciembre promovió y consiguió la tregua de Navidad. Aquella no era oficial, pero los contendientes pararon la guerra en algunos lugares del frente occidental, incluso, durante varias semanas.

Un pastor celoso de su rebaño

El 21 de noviembre de 1854 venía a la vida el que luego sería el pontífice 254 de la Iglesia católica. Era el tercero de los cinco hijos del marqués Giuseppe della Chiesa y de su esposa Giovanna. Estudió diplomacia y derecho Canónico, y fue ordenado sacerdote a los 23 años. Su notable formación jurídica le condujo a trabajar en el Vaticano. Tras la muerte de Pío X, participó  en el cónclave que le elegiría el 3 de septiembre para tomar el nombre de Benedicto XV.

Tras sus intentos fallidos por lograr la paz en los primeros meses del conflicto, lo volvería a intentar en 1917 con el envío de una carta a los líderes enfrentados, proponiéndoles un plan de paz que no fue aceptado. Durante el tiempo que duró el conflicto intentó reducir sus consecuencias para las personas, creando en diciembre de 1914 una oficina de prisioneros de guerra. Esta iniciativa fue el cauce para el reparto de víveres y medicinas, organizó un servicio de búsqueda de desaparecidos, intercedió para liberar a presos de guerra, donó importantes cantidades de dinero (repartió cerca de 5 millones de liras más otros 30 recogidos de colectas), consiguió que no se obligara a trabajar en domingo a los prisioneros de guerra; protestó ante Alemania sobre la deportación de súbditos franceses y belgas para hacerlos trabajar en la propia Alemania y por las represalias sobre prisioneros de guerra; también se manifestó ante Austria por el bombardeo de ciudades abiertas; acusó a  Alemania y Austria por violar el Derecho Internacional en los métodos de guerra empleados. En 1919, ya concluido el conflicto, publicó Pacen Dei munus, en la que argumentó para evitar en el futuro un conflicto tan cruento. El 22 de enero de 1922 moría en el Vaticano a los 67 años un pastor afanado por sus ovejas.

Otras iglesias cristianas buscando la paz

Cristianos de Europa tuvieron que elegir entre obedecer a los gobernantes de su país o enfrentarse a las consecuencias límites de consejos de guerra, como así ocurrió con los miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, lo que provocó su escisión entre partidarios y detractores de la contienda. Algunos optaron por la fidelidad a su pacifismo y se enfrentaron a pelotones de ejecución y otros se alistaron en los ejércitos contendientes, sobre todo alemán.
La Iglesia Evangélica Metodista, de la que protagonista principal fue John Raleight Mott, intentó aunar el sentir de cristianos de distintos países implicados en el conflicto y promovió la lectura del Evangelio en las trincheras.

En este sentido, el sentimiento patriótico recorría buena parte de los países en conflicto, reforzado por las penas para los insumisos, por lo que fueron relativamente pocos los que dejaron las armas para asumir los castigos para este tipo de conductas. No obstante, la vivencia cristiana floreció en muchos heroísmos individuales y colectivos, y se plasmó en encuentros entre militares de países enfrentados, como el promovido por Benedicto XV en la Navidad de 1914. En ese parón, que duró semanas en algunos lugares, contendientes de ambos bandos se hermanaron para celebrar la venida de Dios a la tierra cantando villancicos.

Noche de paz

Uno de ellos fue Noche de paz, uno de las canciones navideñas más cantadas y conocidos en el mundo que no hubiera visto la luz sin un molesto contratiempo.

Era el año 1818 en Oberndorf, un pueblo de Austria. El ambiente anunciaba tragedia en la iglesia de San Nicolás. El joven sacerdote Joseph Mohr había descubierto que el órgano estaba inutilizado, lo cual le descartaba para musicalizar la celebración de la inminente Nochebuena. Con talento artístico demostrado, Mohr tuvo que ingeniar un sustituto para campear el temporal: su guitarra. Pero no era suficiente: le faltaba una letra más sólida que las habituales. Con frases cortas que relataban el nacimiento de Cristo, fue enhebrando la que sería Noche de paz. Para interpretarla acudió al amigo compositor Franz Gruber, quien quedó maravillado de la sencillez y profundidad de la letra. Con poco tiempo para ensayar, uno haría de bajo y el otro de tenor acompañado por la guitarra. Llegó el momento de la Misa y, previamente, Mohr explicó a los parroquianos la imposibilidad de tocar el órgano, que sería sustituido por una nueva composición en la que también participaría el coro.

En 1848, moría pobremente el padre Mohr a los 55 años sin percatarse del éxito que despuntaba y que, posteriormente, ha tenido su melodía en todo el mundo, alumbrada para capear un “incidente fastidioso”.

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