Fue quizás el más grande matemático de su generación, y nunca tuvo dudas de que hubiese “algo más”
“Poca ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia vuelve a llevar a Él” dijeron pensadores del calibre de Bacon, Boyle y Pasteur. Un artículo de Il Foglio (17 marzo) nos ayuda a conocer la vida religiosa de un matemático de primera categoría como fue Carl Friedrich Gauss, que estudió y enseñó en esa forja del pensamiento científico que fue la universidad de Göttingen, en Alemania. Del genial matemático (para muchos el más grande de la modernidad, que vivió a caballo entre el siglo XVIII y XIX) sabemos que tenía una clara convicción:
“Hay en este mundo una alegría de la mente que encuentra satisfacción en la ciencia, y una alegría del corazón que se expresa sobre todo en los esfuerzos del hombre por iluminar las preocupaciones y los pesos uno del otro. Pero si el plan del Ser Supremo es el de crear seres en planetas distintos y asignarles, para su goce, ochenta o noventa años de existencia, sería en verdad un plan cruel. Si el alma vive 80 años o 80 millones de años y después cierto día debe morir, entonces esta duración de la vida es una mera dilación del patíbulo. No contaría nada. Uno por esto llega a la conclusión de que junto a este mundo material debe existir otro puramente espiritual…”.
“Esta convicción divina – glosa el amigo, colega y biógrafo Wolfgang Sartorius von Waltershausen – fue alimento y comida para su espíritu hasta aquella noche silenciosa en que sus ojos se cerraron…”.
Sabemos que Gauss veía en la matemática un instrumento para leer en el plan divino de la Creación, pero él conocía sin embargo cuáles eran los límites del saber humano. Narra siempre Sartorius que en una ocasión le escuchó afirmar: “para mi es lo mismo si Saturno tiene 5 o 7 lunas. Hay algo más alto en el mundo”. Otro biógrafo, Dunnigton, recoge otra frase de Gauss: “Hay preguntas cuyas respuestas yo pondría en un valor infinitamente más alto que el de la matemática, por ejemplo las que se refieren a la ética, o a nuestra relación con Dios, nuestro destino y nuestro futuro; pero su solución queda inalcanzable por encima nuestro, fuera del área de competencia de la ciencia”. Por esto leía, cada noche, el Evangelio. Un ejemplo de fe y de ciencia que no sólo concuerdan, sino que se apoyan mutuamente.