El único lugar en toda África donde la Iglesia reconoce la aparición de la Virgen María a tres jóvenesBajo el lema Recuerda, 20 años, se conmemoró en 2004 el 20 aniversario del genocidio que, en la primavera de 1994, acabó con la vida de 800.000 ruandeses.
Mientras la prensa y la comunidad internacional debatía responsabilidades y realizaba crónicas y reportajes de testimonios escalofriantes, pocos eran los que ponían el foco en lo que sucedió, años antes, en la remota localidad ruandesa de Kibeho, el único lugar en toda África donde la Iglesia reconoce la aparición de la Virgen María a tres jóvenes escolares a las que les fue revelado lo que, años más tarde, la historia confirmaría: las muertes que, a golpe de machete, bañarían de sangre el país de las mil colinas.
Son muchos los que están familiarizados con los lugares sagrados de Lourdes o Fátima, y se cuentan por miles los que, cada año, peregrinan a Francia, Portugal y otros tantos lugares, para conocer de cerca los milagros y pedir la intercesión de la Virgen.
Sin embargo, no son tantos los que conocen el santuario de Kibeho, en Ruanda, donde, tras veinte años de estudios médicos y teológicos, la Iglesia reconoció, en el año 2001, la autenticidad de las apariciones allí acontecidas.
Y es que hay lugares en los que la fe puede ser fortalecida: los santuarios marianos donde las apariciones de la Virgen María han dejado una huella imborrable.
Sin embargo, ante la enorme afluencia de falsos profetas, sectas y dudosas visiones, a los escépticos les queda la tranquilidad de que, incluso tras un estudio exhaustivo y comprobada su autenticidad, la Iglesia no los considere dogma de fe; cada cristiano es libre de creer o no en ellas. No obstante, una visita a estos lugares y un simple vistazo al proceso de autentificación, no dejan al peregrino indiferente.
Saber que periodistas, científicos y miembros tanto de la Iglesia como ajenos a ella fueron testigos de dichas apariciones, hace de esta historia algo, si cabe, aún más extraordinario.
Ruanda es un país que intenta rehacerse de las sombras del pasado, y aparece hoy como un territorio organizado, estable y pacífico ante la visita del turista ocasional. Aunque políticamente todavía deje mucho que desear, es un país que empieza a explotar una belleza paisajística única y que presume de un desarrollo económico envidiable en el continente africano.
Por desgracia, hoy la asociamos única y exclusivamente al trágico suceso que diezmó a la población en aquellos tres inolvidables meses de 1994.
Sin embargo, muchos olvidan lo que sucedió en la remota localidad de Kibeho, donde, ya en 1981, tres jóvenes estudiantes lloraban en su trance espiritual lo que iba a suceder años más tarde y que la Virgen les revelaba entre lágrimas: un país bañado por ríos de sangre; una premonición de lo que su gente iba a sufrir “si no se sujetaban fuertemente a la oración”.
Aquellas visiones cobrarían más fuerza con lo ocurrido años más tarde, con aquellas imborrables imágenes que simbolizaron uno de los más sangrientos episodios de las últimas décadas, un auténtico genocidio que, en pocos meses, acabaría con la vida de 800.000 tutsis y hutus moderados, todo a base de machetazo limpio.
Alphonsine Mumureke, hoy religiosa en Costa de Marfil, fue la primera a la que se le apareció “la Madre del Verbo”, como la Virgen se hizo llamar. La que describe como “una joven de entre 20 y 30 años, bellísima, más de lo que la imaginería religiosa había concebido hasta entonces”.
Los alrededores de Kibeho, conocidos por la brujería, sirvieron de pretexto para tacharla de loca y bruja. Sus amigas se burlaban de ella y la propia dirección de la escuela la amenazó con echarla por los altercados que estaba causando en el colegio.
Sin embargo, meses más tarde, la Virgen se aparecería a dos chicas más, Marie Claire Mukangango, que fallecería en los años del genocidio en una trágica matanza perpetrada en el mismo colegio, y Anathalie Mukamazimpaka, consagrada hoy a la oración y a atender a los peregrinos en Kibeho.
Con tal número de apariciones, y, sobre todo, teniendo en cuenta que estas eran anunciadas con antelación, la noticia se expandió como la pólvora, siendo cada vez más los que se acercaban a presenciar los hechos, desde curiosos de la zona y los alrededores, hasta periodistas y escépticos de medio mundo.
Numerosos signos dejaban estupefactos a los visitantes; durante el trance, las chicas no pestañeaban ante estímulos como flashes, pinchazos y otro tipo de inducciones externas; varios hombres no fueron capaces de moverlas; a una de ellas le fue revelado el rosario de siete dolores en su propia lengua, algo inconcebible, pues era totalmente desconocido en el país y aún menos en la lengua local.
Todo el proceso está documentado y existen grabaciones disponibles para los curiosos de la historia de lo paranormal. Con éstas y otras señales, teniendo en cuenta sólo las apariciones públicas, y con los criterios que la Iglesia establece para autentificar las apariciones marianas, se acabó por publicar, en el año 2001, un documento oficial firmado por el obispo local, Ignace Mboneyabo, en el que, tras 20 años de estudio, consideraba como auténticas las apariciones de estas tres jóvenes.
Un santuario de difícil acceso
Para llegar a Kibeho hay que abandonar el asfalto y adentrarse en una pista que bordea muchas de las innumerables montañas que configuran la geografía de Ruanda.
Aquella localidad que un día fuese conocida mundialmente por las masacres que allí se perpetraron en la escuela, en la iglesia y en el propio campo de refugiados -el más grande del país por aquel entonces-, es hoy sede del Santuario de Nuestra Señora de los Dolores, tal y como lo quiso la Virgen.
Allí se puede visitar la zona de la masacre, el lugar de las apariciones, y, con un poco de suerte, también a Anathalie, que, si se encuentra disponible, recibe a los peregrinos que se acercan al lugar.
Conocemos la historia y sabemos lo que pasó en 1994. Hoy, años más tarde, muchos hablan del milagro de Ruanda, un país en continuo crecimiento y un modelo para la reestructuración de otros países africanos.
Se respira paz cuando uno se asoma al balcón de sus casas y se observan las interminables colinas que se pierden en el horizonte, sabiendo que su gente se levanta de un pasado oscuro y escalofriante.
Y se observa ese horizonte con la esperanza de que el ser humano aprenda un día a convivir, a pesar de las diferencias que nos definen. Algo extremadamente difícil, vista la historia, que las lágrimas del cielo ya presagiaron por medio de tres humildes ruandesas allá por el año 1981.
Si tan solo hubiésemos escuchado, reza el título del documental realizado en Kibeho, donde se narra toda la historia, desde la primera aparición que tuvo lugar en 1981 hasta el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia veinte años más tarde. Hoy, nos queda un santuario mariano en su memoria.
Por Gonzalo Guajardo
Artículo publicado originalmente por Alfa y Omega