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Chesterton y el catolicismo: No sin mi esposa

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Ignacio Pérez Tormo - publicado el 09/05/14
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¿Por qué el campeón del pensamiento católico del siglo XX tardó tanto en entrar en la Iglesia?
Gilbert K. Chesterton, el gran escritor que a través de sus obras llevó a tantas personas a la Iglesia católica, el maestro que denunció las paradojas de los tiempos modernos y mostró la coherencia del catolicismo con las más profundas aspiraciones del hombre, era sin embargo una paradoja viviente: Su propia entrada en la Iglesia se produjo casi al final de su vida. El "padre" del padre Brown estaba fuera de esa Iglesia a la que tanto amaba y defendía.

Chesterton se sentía católico “de corazón” tiempo antes de incorporarse a la Iglesia.

Pero su mujer, que cargaba con un trauma familiar, no era partidaria de que diese ese paso. Knollys, uno de los hermanos de Frances, se había convertido al catolicismo y, meses después, se había puesto enfermo con depresión y se había quitado la vida.

Las reticencias de su esposa venían retrasando la solicitud de Gilbert para ser recibido en la Iglesia. Él no quería entrar dejándola afuera.
                 
Un paso inaplazable
                   
La muerte del padre de Chesterton y una carta de un amigo católico, Maurice Baring, en la que se extrañaba de que su "barco" no hubiera llegado a "puerto", precipitaron los acontecimientos.
                 
Gilbert se dirigió al padre O’Connor, amigo del matrimonio, para que se instalara en la residencia de los Chesterton en Beaconsfield y comenzara la catequesis de Gilbert para recibir el Bautismo.
                 
El 30 de julio de 1922, comieron juntos el matrimonio Chesterton con el padre O’Connor y el padre Ignatius Rice. Después de comer, se dirigieron a la capilla habilitada en un cobertizo de un hotel. La propietaria era irlandesa y lo cedía gratuitamente a los católicos para ceremonias  como esta.
                 
En las autobiografías de conversos ingleses, su sentido de la privacidad, hace que no expongan el momento más íntimo de su incorporación a la Iglesia, que se reserven los detalles de ese momento.
                 
La tarde señalada, Mr. Chesterton hizo su confesión general con el padre O’Connor y fue recibido en la Iglesia. El único detalle que consta de la ceremonia es que, a su términó,  en uno de los bancos,  Frances, su mujer, lloraba y que su llanto no era de tristeza.
                 
¿Qué hará Gilbert sin Frances? Leves inconvenientes
                 
Gilbert, cuando fue recibido en la Iglesia católica, tenía 48 años. Tenía una gran dependencia hacia su mujer en todo lo que se refería a la vida práctica, no por razón de la edad, sino por su carácter distraído.
                 
Sus amigos pensaban que si Frances no estaba con él, Gilbert no sería capaz de ir a la iglesia, ni de coger el libro de oraciones, ni de hacer el examen de conciencia para confesarse.
                 
Gilbert tenía miedo de que Frances no le acompañara en su nuevo camino. Este miedo en cierta forma a la ausencia, a que su mujer fallara o abandonase, ya lo había expresado Chesterton en su obra con distintos matices.

"Si Vd. tiene quince maneras de asesinar a su mujer, decía en un artículo en el Tribune, Vd. tiene esta opción: o las lleva a la práctica en la realidad, o lo hace literariamente, es decir, escribe un relato".

"Si su mujer se acostumbra a ser asesinada en la realidad, interrumpirá sus ocupaciones. Si lo hace en un relato, hay ciertos géneros literarios en los que la propia mujer no le gusta ser musa. En ambos casos, su ausencia o su enfado le provocorá a Vd. ciertos inconvenientes".

El miedo de Chesterton consistía en esta ausencia, aunque sólo fuera práctica. Esto le situaba fuera de su zona de seguridad.

Tras la recepción de Gilbert, Frances seguía sin tener ninguna intención de hacerse católica. Había declarado a la secretaria de su marido que "hay tres cosas que no haré jamás: cortarme el pelo, contratar a una secretaria eficiente o hacerme católica romana". Nunca hizo las dos primeras.                 

Chesterton era aficionado a las novelas de detectives y, ahora, parecía encontrarse en medio de una. En esa novela, el sospechoso, siguiendo un modus operandi que nunca se abstuvo de revelar, mataba a cada víctima, para crearla de nuevo a su imagen. Le daría una compañera, como ya había hecho en su debut, en la primera página del relato.

Si esto fuera un relato de crímenes, habría que atribuirlo necesariamente a un Autor muy bueno, pues la historia ya avanzaba directamente hacia su solución.
 

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