Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer, ora el Papa
El Papa Francisco realizó en su visita al Memorial de Yad Vashem en Jerusalem su discurso más sentido, con una intervención muy emotiva y una lectura de discurso pausada. Más que un discurso se trató de una oracion en el mismo lugar donde se recuerda el holocausto de los judíos. Una oración desde el corazón marcada por el encuentro previo que el Pontífice mantuvo con supervivientes del holocausto.
“En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: "Adán, ¿dónde estás?", comenzaba el Papa Francisco: “Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo”.
En su intervención mostró cómo el Padre conocía el riesgo de la libertad y calificó el Holocausto como “una tragedia inconmensurable”.
“Hombre, ¿dónde estás? Ya no te reconozco. ¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido? ¿Cómo has sido capaz de este horror? ¿Qué te ha hecho caer tan bajo?”, se preguntó el Papa Francisco, mostrando que este abismo no fue realizado por el aliento de Dios ni por el polvo de la tierra.
El Papa Francisco preguntó al hombre: “¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado? ¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal? ¿Quién te ha convencido de que eres dios?” y describió lo que fue el Holocausto: “No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios”.
Tras mostrar el dolor por lo ocurrido, en su oración el Papa Francisco optó por uno de sus mensajes más escuchados en su Pontificado: la misericordia. “Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad. Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad”.
“Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida”, finalizó el Santo Padre, con un grito desgarrador: “¡Nunca más, Señor, nunca más!”