Una conversación con la tenista que intercambió la cima del ranking mundial por una vida dedicada a Dios
La tenista franco-americana Mary Pierce ya fue una estrella en ascenso, clasificada como la número 3 del mundo. Vencedora de torneos de prestigio, como Roland-Garros y Wimbledon, Mary Pierce casi ganó 10 millones de dólares antes que una lesión diera fin a su carrera, en 2006.
Seis años antes, sin embargo, ella ya había marcado un objetivo más noble que la de ser el número uno en el ranking mundial. Un objetivo que 10 millones de dólares no podrían comprar. En marzo de 2000, Mary escogió dar su vida a Dios y, desde entonces, ha vivido feliz y en paz consigo misma.
En esta entrevista concedida a Ariane Warlin, de la página francesa L’1visible, Mary Pierce habla de su transformación de campeona de tenis a evangelizadora.
Usted declaró que hay algo en su talento para el tenis que viene de Dios, ¿verdad?
Mary Pierce: Es verdad. Yo estoy segura de eso. Yo tenía diez años cuando toqué una raqueta por primera vez en mi vida. Estaba con una amiga y una chica me preguntó si quería jugar. Los entrenadores se quedaron sorprendidos; pensaban que yo jugaba desde hacía años. No creían que estaba jugando tenis desde hacía unos pocos minutos. En aquella época, yo quería ser pediatra, pero Dios tenía otros planes para mí y para mi vida. Yo pienso que mi talento para el tenis es un don de Dios.
¿Cuáles son sus recuerdos de los torneos de tenis?
Es un honor y una felicidad haber vencido algunos torneos (Alberto de Australia en 1995 y Roland-Garros en 2000). Estoy muy agradecida con el público, que siempre me incentivó, tanto en Francia como en Estados Unidos o en cualquier otro lugar. Pero me faltaba algo. Yo tenía un sentimiento de vacío…
Pero usted tenía todo para ser feliz: éxito, dinero…
Pues las personas me decían que yo tenía mucha suerte…Cuando me desahogué y dije que sentía que algo me faltaba, ellas decían que yo estaba loca, porque para ellas yo parecía realizada. Un día hablé con una estadounidense que era muy diferente a todas las demás jugadoras. Ella me habló de Cristo y me preguntó si yo tenía una relación personal con Él. Yo nunca había oído a nadie hablar sobre esto. Yo crecí en la fe católica y creía en Dios, rezaba…Pero nunca me había parado a pensar que era posible tener una relación personal con Jesús.
Esa amiga me preguntó también si yo creía en el cielo y el infierno. Ella me dijo que yo podía tener la certeza de la vida eterna, que es un don gratuito de Dios…Y muchas cosas fueron tocando profundamente mi corazón. Era como una respuesta para esos deseos enterrados dentro de mí. Yo sabía que ella tenía en su vida lo que a mí me faltaba.
Y ¿qué hizo usted?
En marzo de 2000, entendí que el pecado en mi vida me separaba de Dios, que yo estaba viviendo lejos de Él y que estaba desnortada. Me arrepentí y entregué mi vida a Jesús. Fue ahí que yo experimenté lo que la Biblia llama “nuevo nacimiento”. Mi vida se transformó.
En 2005, conocí a un joven cristiano que me habló de las islas Mauricio, de los cristianos que vivían ahí, y me invitó a conocer. Yo tenía muchas ganas de ir. Logré hacerlo a finales de 2005. Y realmente allá experimenté sentimientos muy fuertes, que me hablaban directo al corazón. Yo tenía la sensación de estar en casa. Vi personas totalmente entregadas a Jesús, que realmente vivían el Evangelio. Aquello me tocó profundamente. En 2008 decidí vivir ahí, participar de las clases bíblicas, implicarme más en la Iglesia y hacer todo lo que yo no había tenido tiempo de hacer cuando estaba en las canchas de tenis. Viajé también para África continental, donde conocí algunas organizaciones humanitarias.
Y ¿qué aprendió?
Entre otras cosas, aprendí a perdonar. Mi corazón era muy duro. En particular, odiaba mucho a mi padre. Él era muy exigente y, a pesar de todo, lo que él hizo fue pensando que era lo mejor para mí, mi infancia no siempre fue fácil. Yo entendí, durante mi conversión, que era importante arrepentirme y perdonar. Encontré la fuerza para perdonar a mi padre y a otras personas. Puse mi vida en orden. Sin Dios habría sido imposible. Desde entonces, he vivido feliz, en paz con Dios y conmigo misma.
¿Cómo es su vida hoy?
Mi vida es simple, vivo mi fe en libertad. Amo a Jesús más todavía y mi deseo es agradarlo. Estoy comprometida con la Iglesia y con muchas actividades siempre que puedo, porque viajo mucho. También estoy entrenando a dos jóvenes de las islas Mauricio, hermano y hermana. Eso me da mucha alegría y es una cosa que hago de todo corazón. Hasta viajo con ellos, acompañándolos a los torneos.
(Entrevista concedida a Ariane Warlin para la página francesa L’1visible)