La evolución del papado y de la Iglesia vista por el director de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian
A los pocos días de nacer, la vida de Giovanni M. Vian parecía ya predestinada a una intensa relación con los papas. No en vano recibió el bautismo en 1952 de manos de un joven sacerdote lombardo de apellido Montini.
Más de cincuenta años después, en 2007, otro sucesor de Pedro, Benedicto XVI, le nombraba director de L’Osservatore Romano, el diario del Papa. Al frente de este periódico emblemático, con más de 150 años de historia, Vian ha seguido de cerca los hechos sin precedentes que han marcado los últimos años en la historia de la Iglesia.
Se ha convertido en observador privilegiado de la realidad vaticana. Lo hace desde su doble vocación como historiador y periodista. Y desde «una fidelidad intransigente» a la Iglesia, como lo ha definido alguno de sus colegas.
«No me hagan demasiada propaganda.» Ésas fueron las primeras palabras que le dirigió el papa Francisco cuando les presentaron poco después de su elección. ¿Han cumplido con la consigna?
Lo intentamos. L’Osservatore Romano es un periódico un tanto especial. Porque no sólo tenemos la tarea normal en un periódico, que es la de informar, sino que también desarrollamos una tarea institucional.
L’Osservatore Romano es el único diario de la Santa Sede y tenemos también la misión de ofrecer una información textual, completa, documental. Somos los únicos que publicamos todos los textos del Papa, los únicos que informamos con gran amplitud, diariamente, sobre documentos e iniciativas de la Santa Sede.
La clave es mantener el equilibrio entre estas dos dimensiones: la informativa y la documental. Ésta última es fundamental, porque muchas veces nosotros nos convertimos en fuente. Cuando hay que buscar un texto seguro y autorizado, no digo ya oficial, se acude a L’Osservatore. Es verdad que ahora la documentación está también en la web, pero siempre es mejor tocar el papel.
Además del equilibrio entre información y documentación, hay otro equilibrio quizás más importante: el de servir al Papa sin caer en el culto a la personalidad…
La papolatría está en declive. Ha ido a menos desde el pontificado de Pablo VI y yo diría que ahora está reducida a la mínima expresión. Es verdad que cuando se creó L’Osservatore Romano, hace ya 153 años, era una diario de ambiente vaticano, un ambiente muy especial, incluso un ambiente de corte, que es precisamente lo que critica muy a fondo y con razón Francisco.
Estos aspectos están hoy reducidos a casi nada. Pablo VI dio el giro fundamental y desde ese momento hacia delante ya no ha habido vuelta atrás.
Benedicto XVI apostó por un diario más sencillo y sobre todo un diario que hable la lengua de cada día. Ésta era la lengua que hablaba Benedicto XVI, aunque a un nivel muy alto, porque ha sido un Papa, por primera vez en la historia, que ha sido un intelectual profesional durante toda su vida. Pese a ser un intelectual de primerísimo nivel estaba acostumbrado a hablar el idioma normal.
Con Francisco esta circunstancia se ha acentuado aún más. Las palabras del Papa se han hecho mucho más asequibles, con esa extraordinaria capacidad de relacionarse con cada individuo. Antes que nada, Francisco es un conocedor del hombre y esto le permite una comunicación muy eficaz, siempre muy cercano a la gente.
¿A ustedes les está dando más trabajo?
Es un trabajo diferente, pero el cambio no ha sido radical. Francisco improvisa mucho, Benedicto lo hacía menos… Además de la esencialización del lenguaje, uno de los retos actuales de L’Osservatore es la internacionalización que cada vez más se intenta buscar.
No sólo a nivel de lenguas, sino sobre todo de perspectiva. Hay pocos periódicos del norte del mundo que estén tan atentos a África y a Asia como nosotros. La perspectiva es realmente una perspectiva global.
Hablando de perspectiva, usted ha dicho en alguna ocasión que entre Benedicto y Francisco hay una continuidad total, lo único que varía el punto de vista, la perspectiva… ¿Sólo el punto de vista?
Bueno, en realidad el punto de vista es mucho. Es el mundo visto desde Aparecida. Así tituló una de nuestras colaboradoras un editorial sobre Francisco y me parece muy acertado. Señala un cambio evidente de perspectiva, pero un cambio vivido en una continuidad que es la de siempre.
La predicación de la misericordia de Dios tiene que ser la característica del creyente cristiano. No obstante, nunca ha habido un Papa llegado del Sur del mundo y esto cambia mucho. Esto es lo que buscaba el Colegio de Cardenales y lo ha conseguido con una rapidez abrumadora.
Con Francisco se ha producido un cambio evidente en las formas, ¿se producirán también cambios en el fondo, incluso en la doctrina? Pienso sobre todo en el Sínodo de la Familia que se avecina…
Vamos a ver cómo profundizarán estos dos sínodos, porque en realidad serán dos sínodos, en la comprensión de esta realidad fundamental para la sociedad. El gran desafío es lograr que sea entendida y transmitida la belleza y la importancia de la familia.
El Papa insiste una y otra vez en la dimensión misionera. La Iglesia tiene que salir de los templos. Y también la concepción cristiana de la familia tiene que salir a la calle para que sea entendida su positividad, incluso desde puntos de vistas no necesariamente creyentes.
La ponencia-marco del cardenal Walter Kasper para preparar este Sínodo pedía, entre otras cosas, volver a los orígenes, a la manera que los padres de la Iglesia tenían de afrontar estas situaciones sobre la familia. Usted que es experto en patrística, ¿estaría de acuerdo?
El tema es muy complejo. Por eso hay tantas opiniones y tantas maneras de entender la visión teológica y pastoral que tiene que ser aplicada a la familia. Yo creo que las comparaciones históricas son útiles pero hay que evitar anacronismos.
Del pasado hemos de sacar lo esencial. ¿Y qué es lo esencial? La tradición cristiana ha dado mucho valor a esta institución, que es anterior al cristianismo, hasta el punto de que san Pablo elige la imagen de la familia para explicar la realidad divina. Por ejemplo, cuando dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella».
¿La cuestión femenina será importante en el Sínodo?
Yo creo que sí, es una de la cuestiones clave hoy en día. El Papa está insistiendo mucho en el valor de la mujer. Por eso L’Osservatore Romano ofrece desde hace dos años un mensual femenino que está despertando mucho interés.
Mucho interés y en ocasiones también algo de polémica.
Sí, es normal que no haya un consenso total en todos los temas. Lo importante es hablar de estos temas y aportar elementos para el debate.
En estos temas, a menudo se tacha a la Iglesia de retrógrada, de no valorar suficientemente a la mujer, pero los últimos papas no han hecho otra cosa que destacar su papel decisivo. ¿Es injusta esta crítica?
¡Es simplemente un estereotipo! Si hay una tradición que ha valorado a la mujer en la historia es la tradición cristiana. En los últimos 50 o 60 años la revolución sexual ha cambiado el panorama, pero como vemos hoy, ésta ha sido un fracaso. Es una utopía que no ha traído aquella felicidad que parecía prometer.
Todos los problemas que se abren en el campo político y bioético demuestran que la postura tradicional de la Iglesia, puesta al día por Pablo VI con la Humanae vitae, vio el riesgo, por ejemplo, de intervenir sobre el origen de la vida humana. O el riesgo sobre la salud de la mujer.
También el riesgo de posibles instrumentalizaciones económicas. Son muchos temas que tienen que ser sopesados y analizados teniendo en cuenta estos problemas.
La encíclica que cita de Pablo VI representó un especie de divorcio entre la Iglesia y el mundo, que acabó con el enamoramiento generado por el Concilio Vaticano II. También suscitó grandes críticas en el seno de la propia Iglesia.
La Humanae vitae suscitó mucha oposición, hasta el punto de que Pablo VI renunció desde aquel momento a utilizar el género de la encíclica, para no erosionar la autoridad del Papa.
Utilizó otras formas de documentos pontificios, como por ejemplo la exhortación apostólica. Es el caso de un texto fundamental, citado mucho por Francisco, como es la Evangelii nuntiandi. O Gaudete in Domino, el único documento papal dedicado a la alegría cristina.
Hasta que Francisco escribió la Evangelii gaudium.
Es curioso que la exhortación de Francisco combina dos de las palabras de los documentos antes citados de Montini. La raíz «gaudium» también está en uno de los grandes documentos del Concilio: Gaudium et spes.
Se decía de Pablo VI que era un papa triste, dubitativo, y a Benedicto se le ha presentado como el guardián de la ortodoxia, el rottweiler de Dios… y en ambos casos, han hablado continuamente de la alegría cristiana. Esto explica lo revolucionario de su renuncia.
Sin caer en la papolatría, a Benedicto XVI se le ha llegado a comparar con un padre de la Iglesia.
Desde luego que es un intelectual de primera categoría. Esto es indudable. Se lo reconoce todo el mundo. Ya veremos la historia en qué lugar lo sitúa… Los últimos papas, cada uno a su manera, todos han ayudado a la purificación de los aspectos más efímeros del poder papal. Pero el que lo ha hecho de manera radical es Benedicto XVI con la renuncia.
¿Se podrá llevar a cabo con garantías la purificación de la Curia?
Es una purificación que se tiene que hacer cada día. No sólo en la Curia. La llamada a renovarnos es constante. Éste es un proceso que no tiene fin.
Otro de los cambios que ha sorprendido es el de la propia institución del papado.
Del papado y de la figura del Papa existe una mitificación fruto de muchos siglos. No es sencillo desmontarla, pero se está haciendo. La renuncia ha sido un gesto verdaderamente importante para ello. Se irá comprendiendo con el tiempo.
¿Más revolucionario incluso que la irrupción de Francisco?
Cada momento tiene su novedad y hasta cierto punto su revolución. Por eso me gusta insistir en la importancia de conservar la memoria. ¿Qué decir de aquel enero de 1959 cuando Juan XXIII anuncia el Concilio? ¿O cuando Pablo VI, en 1964, depone su tiara en el altar del Concilio? ¿O cuando en 1968 suprime toda la Corte pontificia? ¿O cuando después de casi cinco siglos se elige a un Obispo de Roma no italiano?… Estamos asistiendo a una transformación bastante rápida de la institución papal que tiene que dar más profundidad a la figura del primado.
¿Un primado que va a ser cada vez más ecuménico?
Sí, claro. Aunque ahora tenemos aún muy viva la visita de Francisco a Tierra Santa y su encuentro con Bartolomé I, el gesto más elocuente de esta convicción ecuménica es el de Pablo VI el 14 de diciembre de 1975, diez días antes de concluir el Año Santo:
En presencia del metropolita Melitón de Calcedonia, después de la misa en la Capilla Sixtina, se le acercó y, en lugar de abrazarle, se postró ante él y le besó los pies. Ésta es la visión del primado de Pedro: «Quien quiera ser el primero que se haga servidor de todos».
El título más hermoso del Papa es Servus servorum Dei
, es decir, siervo de los siervos de Dios. Lo inventó Gregorio Magno. Con aquel gesto, Montini demostró visualmente lo que tiene que ser el servicio papal.
Por eso me parece ahora muy importante tomar conciencia del gran interés que ha despertado la evolución del papado entre los ortodoxos. Uno de los teólogos cristianos actuales más influyentes, Ioannis Zizioulas, metropolita de Pérgamo y muy amigo de Benedicto XVI, reconoce que tiene que haber un primado.
También fue extraordinario el hecho de que Bartolomé, patriarca de Constantinopla, hubiera querido estar presente en la misa de inicio de pontificado de Francisco y le dijera: «Tenemos que celebrar juntos el 50 aniversario del abrazo entre Atenágoras y Pablo VI».
El diálogo con el Patriarcado de Moscú se intuye un poco más complicado.
El metropolita Hilarion no ha reaccionado positivamente al encuentro en Jerusalén. Esperemos que esto no signifique una complicación en el mundo ortodoxo, que es bastante complicado.
Fragmento de una entrevista publicada en el semanario Catalunya Cristiana