O cómo el mundo – la mayor parte de él – se resiste a la imposición de la ideología de género
La palabra “género” se ha colado en el vocabulario cotidiano pero, como diría Jorge Scala en su obra La ideología de género, o el género como herramienta de poder, este fenómeno, que lejos está de ser meramente casual o producto de una moda idiomática pasajera, obedece a una manipulación interesada del lenguaje. Sabido es que quien se apropia, en términos de poder, del lenguaje, se asegura los casilleros iniciales de la partida.
Para muchas personas, “género” vendría a ser un modo elegante y fino de sustituir el vocablo sexo. Pero, a tenor de las definiciones de la Real Academia de la Lengua, no debe olvidarse que mientras las cosas (o las palabras) tienen género, las personas, en cambio, no poseen un género, sino un sexo determinado. Son masculinas o femeninas.
Por tanto, desde lo gramatical, decir que una persona tiene “género masculino” o “género femenino” es incorrecto.
Críticas de Rafael Correa
Las críticas que el presidente ecuatoriano y líder sudamericano Rafael Correa efectuó a la ideología de género, a fines de 2013, fueron prolijamente condenadas al silencio por buena parte de los medios de comunicación demostrando así una toma de posición en estos temas. No obstante, los medios ideológicamente jugados desde siempre con la nueva ideología, no dudaron en censurar duramente a Correa, tildándolo de “progresista-conservador” (ver la nota “Se les salió la correa”, Página 12, 10/01/2014).
Cabe señalar que lo primero que aclaró el mandatario fue el equívoco antes señalado, esto es, que el archi-invocado “género” no guarda vinculación alguna con las justas reivindicaciones de los derechos de las mujeres, señalando que “una cosa es el movimiento feminista por igualdad de derechos, que lo apoyamos de todo corazón. Pero de repente hay unos excesos, unos fundamentalismos en los que se proponen cosas absurdas. Ya no es igualdad de derechos, sino igualdad en todos los aspectos, que los hombres parezcan mujeres y las mujeres hombres”.
Tras esa aclaración, apuntó al meollo del asunto y agregó: “Lo que propone esta ideología es que básicamente no existe hombre y mujer naturales, que el sexo biológico no determina al hombre y a la mujer, sino las ‘condiciones sociales’. Y que uno tiene ‘derecho’ a la libertad de elegir incluso si uno es hombre o mujer. ¡Vamos, por favor! ¡Eso no resiste el menor análisis! ¡Es una barbaridad que atenta contra todo!”.
No es menor la referencia del líder ecuatoriano al género como ideología y no como una teoría o perspectiva. La ideología se caracteriza, y la que aquí se analiza lo es, entre otras cosas por partir de una premisa falsa, que este caso pasa por afirmar que habría un género distinto del sexo biológico y que incluso tendría primacía sobre éste. Y además una ideología no busca ni la verdad ni el bien de la persona o de la sociedad.
Finalmente, abordó Correa una arista que es generalmente soslayada en los análisis sobre este tema. Distinguió con valentía comunicacional que una cosa es la realidad concreta de una persona que merece todo la consideración por parte del resto, pero otra distinta es el accionar de ciertos lobbies tendientes más bien a imponer una particular mirada sobre este tema y que parecieran disfrutar teniendo a la sociedad como rehén de su discurso. Afirmó que “no es teoría, es pura y dura ideología, muchas veces para justificar el modo de vida de aquellos que generan esas ideologías. Que los respetamos como personas, pero no compartimos en absoluto esas barbaridades que académicamente, sí lo puedo decir, son barbaridades que no soportan el menor análisis y que destruyen la base de la sociedad, que sigue siendo la familia convencional”.
La familia tradicional
Las críticas de Rafael Correa a la ideología de género destruyeron automáticamente el estereotipo fomentado por los ideólogos según el cual los opositores a sus postulados son todos conservadores y tradicionalistas. Por eso no dudó el presidente en cerrar sus palabras enfatizando que defender que tanto familia como matrimonio no son conceptos modificables, según los caprichos de algunos, no es de izquierda o de derecha sino de razonabilidad y sentido común.
Si con lo de Correa el mal llamado “progresismo” autóctono ya había sufrido una indisposición pasajera, el pasado 3 de julio, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU le asestó un duro golpe al aprobar una resolución sobre “Protección de la familia” con una definición tradicional de dicha institución, reconociendo su importancia para la sociedad y para los individuos, y que los países deben fortalecerla y protegerla.
Según consigna el portal C-Fam, “la resolución no cae bien a los países que otorgan a personas del mismo sexo que viven en concubinato los mismos derechos que a las parejas casadas, o que les permiten que se casen. Algunas naciones, Estados Unidos entre ellas, rechazaron esa definición y aseguraron que la resolución pone en peligro los derechos de los individuos en las familias e intenta imponer un modelo único de familia.
Agrupaciones LGBT y quienes las respaldan en el consejo lucharon por evitar que la resolución sobre la familia fuera considerada. Su intento desesperado por incluir la clasificación «varias formas de familia» fracasó a último momento. La resolución fue aprobada por amplio margen, con 26 votos a favor, 14 en contra y 6 abstenciones. Fue recibida con estruendosos aplausos”.
De acuerdo con lo informado por el citado portal “Argentina sostuvo que es «imposible» definir la familia” y votó en contra de la resolución que favorece la protección de la familia real, alineándose sumisamente a los dictados de los representantes británico y norteamericano. La defensa de nuestra soberanía debería incluir una visión global de la misma y no sólo parcialmente acotada a los organismos de crédito internacional y fondos usureros. También en estos temas centrales está en juego el destino de nuestros pueblos, tal como pareciera advertir con claridad el presidente ecuatoriano siguiendo el ejemplo de países como Rusia, buena parte de Europa oriental y África que no temen en desafiar el discurso único pro-género.
Artículo publicado por El Ciudadano y reproducido con permiso del autor