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Por qué la Historia hoy se escribe con minúscula

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Salvador Aragonés - publicado el 31/08/14
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Se quiere engañar al hombre moderno por intereses de poder
Muchas instituciones con profundas raíces históricas deben enfrentarse a los problemas que surgen como consecuencia de un escaso conocimiento de la Historia (con mayúscula) en buena parte de la opinión pública a causa de la masiva presencia de los medios de comunicación que a menudo descontextualizan los hechos históricos y los enjuician con los parámetros actuales.

Narran en realidad “una historia” (con minúscula) no “la Historia”. Así, muchos hombres y mujeres enjuician procesos o hechos históricos desde el prisma de los comportamientos actuales, cuando en realidad ocurrieron hace trescientos, mil o dos mil años.

Enjuiciar lo ocurrido hace dos mil años desde la óptica cultural, social o científica de hoy significa una falsificación de la verdad histórica.  Como dice Juan Ivars, que narra la historia del esclavo Onésimo (El enigma del esclavo, Planeta 2012) “sería un error de bulto aproximarse a la historia, a los hechos pasados, suponiendo que aquellas gentes actuaban con motivaciones e ideales de los hombres de nuestro tiempo”.

Desde el punto de vista actual, no se entendería que Cristóbal Colón tardara nueve meses en llegar a América, o que sus cartas de navegación fueran tan imprecisas. Tampoco se entiende la fe de los misioneros que pasaron toda clase de penurias y enfermedades para ir a evangelizar a tierras y culturas casi inasequibles.

En la época de las nuevas tecnologías de la comunicación y con los rapidísimos medios de transporte modernos se hace difícil imaginar cómo se desplazaba el hombre hacia tierras lejanas (andando, en carruajes o a lomos de algún animal) y cómo se podía controlar un imperio.

Y sin embargo, en aquellos tiempos lejanos el hombre era hombre y la mujer era mujer con las mismas características esenciales, sentimientos y pasiones que tienen hoy. Los hombres y las mujeres no han cambiado porque tienen características propias inmutables: no pueden desconocerse las constantes antropológicas que no cambian con el pasar del tiempo.

Y sin embargo, los medios tratan al hombre del ayer como si fuera un ser humano distinto, con poco parecido al hombre moderno. Es como si hubiera habido desde la mitad del siglo XX un salto histórico de modo que la evolución hubiera construido un ser antropológicamente distinto. Por ello hay que concluir que el hombre y la mujer modernos no se conocen a sí mismos como seres humanos, sino que son “otros” seres humanos.         

El Papa Francisco lo ha dicho en varias ocasiones: a veces se juzgan hechos religiosos sin tener en cuenta el contexto histórico en el que ocurrieron y por eso no se entienden o se entienden difícilmente. Lo dijo a los periodistas en el avión cuando regresó de Río de Janeiro y lo ha repetido en ocasiones en sus intervenciones en Santa Marta.

El hombre occidental moderno del siglo XXI tiende amoldar y simplificar la historia desde los parámetros culturales, sociológicos y religiosos del tiempo presente. De este modo nunca entenderemos el pasado, y sin entender el pasado no podremos entender el presente ni diseñar herramientas válidas para el futuro.

La tradición (la Historia) de las familias, los pueblos y las naciones, se forja por la necesidad de hacer presente de modo permanente el pasado que es raíz común, ya sea en forma de folclore, liturgia, cánticos, disfraces, dioses, actos populares y un largo etcétera.

La tradición se conserva porque hay un fondo común, un acervo común en las familias y los pueblos que no se quiere cambiar porque con el cambio [sa1] [sa2] [sa3] desaparecería el alma de estas familias y de estas naciones. ¿No hay cambios en las costumbres? ¡Claro! Pero estas no cambian la esencia del hombre y la mujer.

Por eso, también tanto san Juan Pablo II (Memoria e identidad) como Benedicto XVI hablaron de entender la historia a través los hechos demostrados tal y como ocurrieron, sin aditivos ni tergiversaciones de las ideologías modernas.
Poco importa la verdad o la mentira

En nuestra época, con la enorme influencia de los medios de comunicación, las familias y las naciones se nutren de lo que les cuentan estos medios, no pocas veces sin rigor y sin respeto por el pasado y buscando de modo excesivo –a veces hasta exclusivo– la adhesión del público explotando el morbo y las bajas pasiones.

Poco importa la veracidad de lo que se dice, siempre que sea del gusto del público. O lo que es lo mismo: poco importa la verdad o la mentira con tal que agrade al público. Así es fácil fomentar discordias con independencia de si los hechos en que nos basamos tienen que ver o no con lo que “históricamente” ocurrió.

Hoy se habla y se escribe sin una adecuada documentación. Se sacralizan determinados hechos que o no ocurrieron o tuvieron lugar de otra manera. Se busca al hombre y a la mujer como objetos—no como sujetos–  consumidores de publicidad o ideología, con el fin de utilizarlos en beneficio propio, en beneficio de los poderosos. En otras palabras se manipula al hombre, se le engaña, por intereses de poder.

En el caso de las enseñanzas de Iglesia católica, ella tiene la misión de “custodiar” el depósito de la fe, el contenido de la revelación, pero no  puede ni debe adaptarlo según las necesidades del hombre moderno.

"El Magisterio –dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) n. 86–  no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio para enseñar puramente lo transmitido , pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído".

De haber cedido la Iglesia a la libre interpretación y adaptación de la revelación hoy no existiría el depósito de la fe revelada, pues el relativismo lo hubiera hecho caer a trozos hasta quedar diluido en el pensamiento moderno. 

 
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