El amor es comunión, ir juntos, tirando unos de otros, sosteniéndonos cuando falta el aliento, sin competir, sin quejarnos, sin criticar ni pensar mal de los demás
Las cosas se quedan aquí, no nos las llevamos. Pero las personas que hemos amado y las que nos han amado son nuestro mayor tesoro y nos lo llevamos al cielo, grabado en el alma. Las que nos han cuidado y las que hemos cuidado. Las que nos han sanado y las que hemos sanado. Los abrazos, los silencios, las palabras de cariño, los gestos de amor concreto, las caricias, las miradas, los «te quiero».
Los que nos han amado de forma incondicional, como sólo nos ama Dios. Los que han hecho nuestra vida mejor, han creído en nosotros y han tocado esa cuerda del alma oculta para los demás. Los que nos han conocido hasta el fondo y aún así nos han querido.
Los que han permanecido fieles a lo largo de años de camino y nos han alegrado la vida, con una sonrisa, con una palabra, descubriendo en nosotros dones que desconocíamos. Los que nos han esperado al final de la cuesta, nos han acompañado y nos han seguido.
Los que nunca han preguntado nada, por respeto, por cariño. Los que no han pedido explicaciones, los que no han pretendido nada especial, pero siempre lo han dado todo. Los que nos han hecho reír y en las cruces han permanecido fieles a nuestro lado, sin saber muy bien qué hacer, sin saber qué decir.
Sin todos ellos nunca hubiéramos podido caminar, llegar a ninguna meta, alcanzar ningún deseo, llegar a ser lo que somos, sin miedo, seguros. Pienso que eso es la vida, caminar juntos hacia el cielo, cobijándonos, empujándonos, sosteniéndonos, llevándonos unos a otros, perdonándonos, soñándonos.
Creo que en el camino todos compartimos la misión de Simón de Cirene. Me impresiona ese momento del camino al Calvario. Jesús cansado, caído, hundido. Buscan a un hombre. Desesperados. Alguien que ayude a un condenado. Alguien que manche sus manos con un ajusticiado.
Buscan a un hombre, al hombre. Lo encuentran. Simón se acerca confuso. Sólo miraba. No pretendía manchar sus manos, confundir su camino, perder la vida. No pretendía nada. Sólo miraba. Lo llaman. Toma la cruz y la carga.
No sabía que ese gesto iba a cambiar su vida para siempre. Dando su vida, la salva. Poniendo su alma, la recupera. No sabía que su camino verdadero empezaba en medio de ese tormento, subiendo al Calvario.
Jesús lo mira. Él sólo dice que sí, y comienza su vida. La mirada de Jesús. Su mirada a Jesús. Se miran. Todo cambia. Agradecimiento en los ojos de Jesús. Conmoción en el alma de Simón. Se siente amado por un condenado a muerte. En lugar de mancharse las manos las purifica, su alma, su vida. Se lava en la sangre de Jesús, vive camino a la muerte.
Así debería ser nuestra vida. Ayudar a llevar otras cruces, sostener a otros en su dolor. Y, en ese dar la vida, mirar a Jesús, ser mirados por Jesús. La vida cambia cuando somos capaces de caminar con el que no camina, de levantar al que ha caído.
Así es nuestra vida. Sostenemos cruces. Sostienen nuestras cruces. Otros nos ayudan a nosotros y vemos con alivio cómo nos levantan en nuestra cruz. No vamos solos, no nos salvamos solos. El mundo es individualista, la Iglesia nunca lo será. No puede. El amor es comunión.
Vamos juntos, tirando unos de otros, sosteniéndonos cuando falta el aliento, sin competir por llegar antes, sin quejarnos de lo que creemos injusto, sin criticar ni pensar mal de los hermanos, sin sospechar de otras intenciones.
Sí, ése es el camino, Jesús está en medio de nosotros, a nuestro lado, en la cruz, allí cuando invocamos su nombre, allí cuando suplicamos su presencia, su abrazo, su ayuda.
En medio de nuestra vida cotidiana, que a veces se hace cuesta arriba, allí donde pensamos que está ausente, allí, oculto entre muchos rostros, en medio de las penas de cada día. Sí, allí está Él. En mi rutina, en mi día a día, en las mañanas grises, en las noches oscuras. En medio de todo lo que me perturba, en medio de los dolores que no comprendo.
Allí, cuando me visto de gris y me siento triste. Cuando disfruto de la vida y me alegra la luz del día. Allí, a mi lado. Subiendo el Calvario, bajando al huerto de los olivos. Corriendo por bosques llenos de vida, caminando por desiertos llenos de soledad. No caminamos solos.