Sin la vivencia de la comunión y de la fraternidad apostólica entre todos los miembros del Pueblo de Dios, el anuncio del Evangelio nace muerto
En la clausura del “Año de la fe”, el Papa invitaba a todos los cristianos a proseguir en la necesaria conversión a Dios y en la urgente conversión pastoral. El descubrimiento del amor de Dios, que nos ha amado hasta la entrega de sí mismo, tiene que impulsarnos a todos los bautizados a avanzar con decisión en el camino de la santidad, respondiendo con amor a quien nos ha amado primero y asumiendo con convicción que sólo pueden ser evangelizadores quienes antes se han dejado evangelizar.
Desde la experiencia del amor de Dios, la Iglesia tiene que salir al mundo para anunciar, testimoniar y celebrar con alegría la salvación de Dios.
Los cristianos, como nos recuerda el Papa Francisco, no podemos permanecer cerrados sobre nosotros mismos ni en nuestras parroquias, hemos de salir a las “periferias existenciales”, es decir, al encuentro de aquellos hermanos que se han alejado de Dios o viven tirados en el camino de la vida sin esperanza ni sentido para mostrarles con obras y palabras a Jesucristo, el único Salvador de los hombres.
Esto nos obliga a emprender con alegría y coraje una evangelización más misionera, comunitaria y corresponsable, asumiendo que es siempre la Iglesia la que ha recibido el encargo de evangelizar. Todos los miembros del Pueblo de Dios, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, debemos cultivar la conciencia de que más allá de nuestros grupos, movimientos y comunidades, somos miembros de la única Iglesia de Jesucristo.
Una vez más hemos de volver nuestros ojos a la realidad de la Iglesia en los primeros momentos de su misión. Si nos fijamos en la actuación de los primeros cristianos, descubrimos que, además de reunirse con los apóstoles para recibir sus enseñanzas y para la fracción del pan, asumen con gozo el encargo de anunciar a Jesucristo y de dar testimonio de su resurrección hasta los confines de la tierra, desde la experiencia de la comunión fraterna.
Son plenamente conscientes de que no es posible celebrar la fe ni transmitirla a los demás sin vivir antes la comunión con Cristo y con los restantes miembros de la comunidad.
Los personalismos en la vivencia de la fe y en la actividad evangelizadora, sin tener en cuenta las exigencias de la comunión eclesial y sin asumir los proyectos pastorales diocesanos, conducen a la búsqueda del aplauso personal, confunden a los restantes miembros del Pueblo de Dios, frenan el impulso evangelizador y retardan la acción misionera y santificadora que la Iglesia ha de llevar a cabo por encargo del único Señor.
Los cristianos no podemos evangelizar nunca como “llaneros solitarios”, actuando según los gustos y caprichos personales.
Para evangelizar hemos de buscar en todo momento la voluntad de Dios y asumir con gozo nuestra pertenencia a la Iglesia, misterio de comunión para la misión. Sin la vivencia de la comunión y de la fraternidad apostólica entre todos los miembros del Pueblo de Dios, el anuncio del Evangelio nace muerto y, por tanto, no puede dar el fruto esperado.
Por monseñor Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
Artículo originalmente publicado por SIC