Marcado por la desigualdad social y el espíritu ignaciano
A la hora de interpretar el pensamiento social de Jorge Mario Bergoglio, sobre todo a partir de su elección como pontífice de la Iglesia Católica, se le ha llegado a etiquetar, entre otras cosas, o bien de izquierdista, incluso de comunista, o bien de peronista, singular ideología política de gran calado en la historia reciente del país que le vio nacer al Papa, y con aún bastante peso como legado y referencia en el pensamiento y la política argentina actual.
Ambas calificaciones del pensamiento social del Papa (de comunista y de peronista), que a estas alturas de la mirada histórica al fatídico siglo XX parecen más bien acusaciones denigratorias, evidentemente son absolutamente inadecuadas, aunque traten de justificarse en un verdadero acento del pensamiento bergogliano. A saber, su argumentada, incisiva y contundente critica al liberalismo capitalista, ideología política y económica basada en principios antropológicos y morales materialistas, muy distantes y en gran medida contrapuestos, tanto como los del colectivismo marxista, del pensamiento cristiano.
Un liberalismo ideológico además de gran importancia en la dramática experiencia de la dictadura militar argentina, que también sufrió Bergoglio. Ya que, como apunta el experto en su pensamiento José Antonio Medina, se escondía entre las verdaderas motivaciones del Golpe de Estado de 1983 la voluntad de imponer en Argentina por parte de los militares golpistas un régimen económico neoliberal según los requerimientos del Fondo Monetario Internacional y de las estrategias en Iberoamérica de Estados Unidos.
Bergoglio, evidentemente, no es ni marxista ni peronista, sino un gran conocedor, defensor e impulsor de la Doctrina Social de la Iglesia. Eso si, con un acento muy determinado y determinante: el de una lectura de la Doctrina Social de la Iglesia marcada por dos circunstancias: la experiencia de extrema desigualdad e injusticia social en Iberoamérica, y el legado intelectual de la antropología ignaciana, inseparable de la reflexión y la experiencia de la Compañía de Jesús que a lo largo del siglo XX y hasta nuestros días, jesuita Bergoglio incluido, hizo unos opción preferencial por la justicia social en la vanguardia de la opción preferencia por los pobres de toda la Iglesia tras el Concilio Vaticano II y las sucesivas asambleas plenarias del episcopado americano, sobre todo las de Puebla, Medellín, y Aparecida.