¡Qué grande, querido Papa Beato Pablo VI, y que humilde fuiste siempre!
¡Ya era hora de que desde aquí reconociéramos tu santidad de vida!
¡Cuánto sufriste la incomprensión, la ignominia, el abandono, de los de dentro y de los de fuera de la Iglesia, por tu fe, por tu aplomo, por tu amor!
¡Qué injustos fuimos contigo, sobre todo los españoles que siempre estuvimos en tu corazón, y que tanto nos ayudaste a perdonarnos!
¡Que valentía la tuya al llevar la barca de la Iglesia por tiempos tempestuosos y haberte tocado las insalvables olas de tantas confusiones y secularizaciones!
¡Qué valentía la tuya por atreverte a reformar la Iglesia, a la que definías simplemente como caridad, de abajo arriba, recogiendo el legado de San Juan XXIII, e impulsando, concluyendo, y aplicando un Concilio Vaticano II con el que reconciliar a la Iglesia con el mundo y con el hombre de hoy!
¡Qué grande eras ya cuando llorabas por el asesinato de los inocentes, como el de tu buen amigo y discípulo Aldo Moro, al que tanto querías!
¡Qué grande eres, beato Pablo VI, que hace 50 años abrazaste al patriarca de Constantinopla en Tierra Santa, levantaste la excomunión a los ortodoxos, animaste el ansiado ecumenismo entre todos los cristianos, promoviste un diálogo interreligioso entonces revolucionario, y buscaste al hombre sin fe para decirle que también la Iglesia le escucha, le acoge y le quiere.
¡Qué grande eres, beato Pablo VI, que nos dejaste el legado del magisterio más hermoso que jamás un sucesor de Pedro ha dejado a lo largo de la historia, y que al hablar de lo humano y lo divino todo adquiría en tu palabra una belleza extraordinaria y un sentido profundísimo e inagotable!
¡Qué grande eres, beato Pablo VI! También por enseñarnos a todos, aunque no todos estaban ni están dispuestos a aceptarlo, que el derecho al progreso social y económico de todos los pueblos es tan voluntad de Dios como la santidad de sus hijos. Es más, que en gran media está depende de la justicia social que procuremos para este mundo.
¡Qué grande eres beato Pablo VI! Cuando oigo criticar al Papa Francisco con los mismos miedos con los que a ti te criticaban me consuela saber que todas y cada una de las bienaventuranzas de Dios pasan por el olvido y el desprecio de este mundo, también para los papas, sobre todo para los papas santos como tu. ¡Qué grande eres, beato Pablo VI, por los siglos de los siglos!