Muchos insisten en que el Papa no dijo nada, pero sí dijo, y muy claro
Francisco ha estado en boca de muchos que tratan de adivinar su opinión sobre el Sínodo de la familia. Se ha especulado “ad nauseam”, pero casi nadie recurre a sus palabras. Parece que le tuvieran miedo. Lo cierto es que sí habló, claro y contundente.
Según me han comentado testigos presenciales, el Papa estuvo presente en cada una de las sesiones en actitud de escucha. No intervino, no dirigió, no dio opiniones y convivió con los asistentes como uno más entre ellos. En los recesos para tomar café y galletitas se mezclaba entre todos y con todos hablaba. La diferencia fue, obviamente, la mirada de conjunto y la clara idea de proceso que hizo valer en sus palabras de cierre. Su testimonio, entonces, resulta esencial para comprender cuanto sucedió.
Su discurso de clausura es una pieza maestra. Organizó el mensaje en tres partes: ponderó lo sucedido en el Sínodo; reflexionó sobre la Iglesia que “no tiene miedo de remangarse las manos para derramar el óleo y el vino sobre las heridas de los hombres” y; recordó el lugar de Pedro en la comunión eclesial. También enderezó dura crítica a los comentaristas que “han imaginado una Iglesia en litigio donde una parte está contra la otra, dudando hasta del Espíritu Santo”. Por la frase, obviamente se refirió a quienes, desde el interior de la Iglesia alimentaron a la prensa secular con cuanta teoría de la conspiración encontraron. ¡Cuánto daño hacen!
El Papa ha vivido el Sínodo con gratitud así por la experiencia de “colegialidad y sinodalidad”, como por la claridad con la cual se habló y la libertad con que se discutió. Como buen jesuita, quien dedicó muchos años a la confesión y la dirección espiritual, identificó las tentaciones presentes en el Sínodo ponderándolas por lo que revelan: un cuerpo vivo en donde el camino se encuentra, poco a poco y con complicaciones, gracias al discernimiento de los espíritus, es decir, de cara al Evangelio.
En la espiritualidad católica, recordemos, la tentación es signo de movimiento y avance. Por eso señaló que, si Jesús fue tentado por Belcebú, “sus discípulos no deben esperarse un trato mejor”. Lo más notable, subrayó, es que se caminó “sin poner jamás en discusión la verdad fundamental del sacramento del matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la apertura a la vida.” Identificó cinco tentaciones que no deben confundirse con grupos o facciones. La tentación jala parejo y es muy democrática.
1.- El “buenismo destructivo” que, en nombre de una misericordia engañosa tapa las heridas antes de curarlas, sin aplicar medicina, propia de “temerosos, progresistas y liberalistas”.
2.- El “endurecimiento hostil” que, por encerrarse en la letra no se deja sorprender por Dios. Común entre los celosos y escrupulosos llamados “tradicionalistas” e “intelectualistas”.
3.- El pan y la piedra. La tentación de buscar transformar la piedra en pan para evitar largas jornadas de ayuno, es decir, de incertidumbre propia de quien se cuestiona honestamente; o bien transformar el pan en piedras para lanzarlas contra los “pecadores, los débiles y los enfermos”.
4.- La tentación de “descender de la Cruz” para contentar a la gente, a la opinión pública, y así evitar cumplir con “la voluntad del Padre”. Ceder “al espíritu mundano” en vez de purificarlo y llevarlo a Dios.
5.- El descuido del “depósito de la fe”, por un exceso de celo que lleva a pretenderse propietarios de la doctrina y la tradición, dejando de lado la realidad utilizando un lenguaje pomposo que acaba por no decir nada.
Francisco invitó a vivir todo esto con “tranquilidad y paz interior”, porque el sínodo se desarrolla “cum Petro et sub Petro”. Nos recordó que: el Papa es garantía de unidad, “pastor supremo de todos los fieles”, que ejerce la potestad “ordinaria, suprema, plena, inmediata y universal” y que, esta autoridad implica, necesariamente, vocación de servicio. Por cierto, lo explicó citando un profundo texto de Benedicto XVI tomado de la audiencia general del 26 de mayo de 2010. El que tenga oídos…