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¿Cómo debe interpretarse la frase “Hágase tu voluntad”?

Toscana Oggi - publicado el 24/10/14

¿Es una exhortación a construir una sociedad más acorde con lo que Dios quiere?Siempre he pensado que la frase “Hágase tu voluntad” que se dice en el Padrenuestro es para interpretar la aceptación por parte del hombre de la voluntad de Dios: se me ha hecho muy útil, en muchos momentos difíciles de mi vida, repensar en estas palabras que se pronuncian tan a menudo en la oración. Recientemente un sacerdote, durante un encuentro, nos invitó a leer esta frase como una exhortación a actuar, a hacer para que en el mundo sea hecha la voluntad de Dios: una exhortación al compromiso de los cristianos para construir una sociedad más acorde con lo que Dios quiere. ¿Cuál es la interpretación más correcta para la Iglesia? O más probablemente ¿ambas lecturas son correctas y pueden integrarse?

Marina Cardelli
 
Responde don Filippo Belli, docente de Teología Bíblica

Para entender la oración del Padrenuestro es necesario mirarlo a Él que nos la ha enseñado. Es su oración que se vuelve nuestra. No hay oración más santa, más exacta, más verdadera que esta pues surge de la relación misma que Jesús tiene con el Padre en el Espíritu. No se trata de una formulación que el Señor Jesús nos ha confiado, sino de compartir el contenido del diálogo con el Padre. Por eso, la gracia de estas palabras es inmensa y la riqueza de su significado – como de cada palabra que sale de la boca de Dios – inagotable. Por este motivo incluso su interpretación a lo largo de los siglos hasta el día de hoy no ha dejado de precisar teólogos, exegetas y santos escritores (recordemos a los más antiguos y famosos como Tertuliano, Orígenes, Cipriano, Agustín, Tomás de Aquino) e individuos fieles y pastores. Y es correcto que sea así, para que estas palabras no se atrofien en una fórmula estereotipada.

La pregunta, por lo tanto, es pertinente y la respuesta se encuentra dentro de su formulación. De hecho, no se puede separar la disposición de ánimo personal del cristiano de su efectiva puesta en acción en la vida. De esta manera, no se puede simplemente concordar con el corazón y la voluntad a la voluntad divina sin que esta disposición interior tenga su correspondiente en nuestro modo de actuar y obrar en las situaciones diversas de la vida.

El problema que la pregunta eleva implícitamente me parece ser otro, es decir, una concepción estática, determinista de lo que es la voluntad divina, a la cual el hombre debería inevitablemente y, a menudo de mala gana, o a regañadientes, ceder. De hecho, esta es la impresión que con frecuencia tenemos de la voluntad de Dios, es decir algo inamovible y que no corresponde a nuestra voluntad. Ahí está el esfuerzo en aceptarla. Que esta luego se manifieste a través de la diversas circunstancias de la vida – a menudo inevitables – la vuelve aún más dura de acoger, porque no hay nada más imprevisible y misterioso que las circunstancias que vivimos y que difícilmente podemos controlar.

Ahora, la Sagrada Escritura nos da testimonio desde la primera hasta la última página de la radical bondad y benevolencia por parte de Dios, de una obstinada e insistente voluntad del bien por su parte, de la positiva disposición de la creación, de su voluntad de salvar al hombre y de favorecer con cada medio la vida hasta su plenitud. A esta voluntad del bien ha llamado a participar al hombre, desde los orígenes, dándole los medios necesarios para realizar este bien. Por lo tanto, es por naturaleza orientado a la voluntad del bien de Dios, a ser partícipe y colaborador junto a Él de la vida.

Pero desde los orígenes de la humanidad experimenta también una fractura – que la Biblia nos documenta continuamente – entre la propia libertad y la voluntad de Dios, haciéndolas sentir antagonistas si no es que enemigas. El antiguo pecado original está precisamente en esta discrepancia entre la voluntad humana y la divina, por la cual sentimos a veces ajena a nosotros la voluntad de Dios.

En Jesucristo esa fractura ha sido arreglada, la herida curada, la oposición conciliada. Y es necesario también darse cuenta cómo sucedió. El Evangelio nos muestra el camino de Jesús en continua tensión para hacer la voluntad del Padre. No sin dificultad. Recordamos brevemente algunas escenas. A los 12 años, en el pasaje de la vida religiosa adulta, Jesús dice a sus padres «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2, 49). Y en el momento de su retiro en el desierto, tentado por el diablo, debe reafirmar su pertenencia total al Padre (Mt 4, 1-11 y par.). Finalmente, en el Getsemaní, el momento más dramático de su existencia, que nos deja intuir la enorme lucha que el hombre vive desde siempre para poner de acuerdo su voluntad con la de Dios. En ese momento “está presente en el mismo Jesús toda la resistencia de la naturaleza humana contra Dios. La obstinación de todos nosotros, toda la oposición contra Dios está presente y Jesús, luchando, arrastra la naturaleza recalcitrante elevándola hacia su verdadera esencia (…) Acogió en sí mismo la oposición de la humanidad y la transformó, para que de este modo, en la obediencia del Hijo estemos presentes todos nosotros, seamos atraídos a la condición de hijos” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret).

De esta manera, en la gracia de comunión con Cristo, la voluntad de Dios se vuelve familiar (¡somos hijos!), y nos abre a todas sus armónicas del bien, volviéndonos colaboradores leales de su diseño de amor por toda la humanidad. Hacer la voluntad de Dios entonces no es sólo aceptar las inevitables circunstancias de la vida y su misterio de bien, sino colaborar, de hecho, con todas nuestras energías con el bien de Dios para la humanidad. Por eso fuimos creados, por eso fuimos también salvados.

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