Entrevista a Luigi Geninazzi, autor de «La Atlántida roja»
A los 25 años de la caída del Muro de Berlín, muchos siguen pensando hoy que el comunismo cayó de un día para otro, como por arte de magia. El escritor y periodista italiano Luigi Geninazzi, corresponsal muchos años en la Europa del Este, nos cuenta en La Atlántida roja (Editorial Rialp) los entresijos de una historia aún poco conocida y mucho menos estudiada.
Hoy martes 28 de octubre se presenta su libro en Barcelona, invitado por la asociación cultural Charles Péguy, a las 20h en el Salón de Grados de la Universidad Abat Oliba CEU.
¿Qué factores fueron decisivos para la caída del muro?
Muchos subrayan el factor de la crisis económica, y por supuesto que ésta influyó. También está la perestroika de Gorbachov, aunque en este caso, su gran mérito fue no obstaculizar la revolución desde abajo.
El viento de la libertad no nació en las estancias del Kremlin sino en las iglesias de Polonia y en los astilleros de Gdansk.
El gran mérito de Gorbachov fue permitir este movimiento y no enviar tanques para reprimirlo.
El factor decisivo fueron esos hombres que a manos desnudas, sin violencia, intentaban manifestar el deseo fundamental del corazón del hombre —¡dignidad, libertad!— frente a un poder que parecía invencible.
He aquí el milagro: la revolución sin violencia contra el imperio soviético. ¡Ha sido la única revolución no violenta que ha tenido éxito!
¿Fue Juan Pablo II el factor decisivo en la caída del Muro?
Sin duda fue uno de los factores decisivos. A la hora de explicar quién hizo caer el comunismo en Europa del Este, Lech Walesa asegura que el 50% del mérito es de Juan Pablo II, el 30% de Solidarnosc y el resto repartido entre Reagan, Gorbachov, Kohl…
Juan Pablo II fue uno de los pocos, o quizás el único, que estaba convencido de que el comunismo era un gigante con pies de barro, precisamente porque estaba basado en la mentira.
Para la URSS era un enemigo declarado. Tan declarado que hasta planeó su asesinato…
Pero más allá de todo esto, según Lech Walesa, el factor decisivo en la caída del Muro fue esta personalidad profética que empujó un movimiento de naturaleza ética que cambió el rostro de Europa y del mundo.
Movimiento de naturaleza ética. ¿A qué se refiere?
Es un concepto acuñado por el filósofo de Solidarnosc, el P. Jósef Tischner, que entiende que el cambio de las estructuras debe partir del hombre: de la relación consigo mismo y con los demás.
La experiencia de la solidaridad es fundamental para descubrir la verdad de la dignidad de la persona. La clave del cambio está en el corazón del hombre. Por eso era un movimiento sin odio.
Miraba al enemigo sin odio y, como consecuencia, sin violencia. Y de ahí que el sistema más horrible y represivo que hemos tenido en el siglo XX cayera sin derramar una sola gota de sangre, con la excepción de Rumanía.
Frente a esta revolución pacífica el poder no sabía qué hacer. Un alto oficial de la Stasi declaró que estaban preparados para ejercer la mayor de las represiones, pero que se encontraron gente con las manos desnudas, rezando con un cirio: «¡No estábamos preparados para algo así!»
En ese movimiento de naturaleza ética, ¿influyen también las raíces cristianas?
Sí, claro. Es interesante decir que no sólo en Polonia, un país de fuerte tradición católica, sino también en Checoslovaquia, donde la Iglesia católica siempre ha sido minoría, y en la RDA, la revolución nació en las iglesias, no en los palacios del poder.
Incluso los no creyentes —Vaclav Havel es un buen ejemplo— tenían una sintonía profunda con el sentimiento de dignidad y libertad del cristianismo
.
En Polonia había no creyentes que acudían a las iglesias para escuchar las homilías. «Era el único lugar donde se podía escuchar palabras de libertad», exclamaban muchos. No eran creyentes, pero estaban en sintonía con las raíces profundas de la fe cristiana. Lamentablemente, esto no sucede hoy.
¿Quizás porque la Iglesia no está respondiendo como respondió entonces?
Entonces había una sintonía inmediata. La Iglesia en Polonia, Checoslovaquia y en parte también en la RDA estaba con la gente.
Cabría, sin embargo, precisar que en Polonia, que es donde tuvo origen la revolución, la Iglesia ha sido siempre parte de la tradición nacional y de la tradición popular.
Es un hecho único en la historia de Europa. En Polonia todos los ideales de emancipación social de los movimientos sindicales y obreros han partido de la Iglesia.
Europa no encuentra hoy su camino. ¿Qué clase de movimiento tipo Solidarnosc haría falta? ¿O lo que realmente hace falta es la irrupción de un líder carismático?
Faltan líderes, es evidente, pero lo que falta realmente hoy es el concepto de movimiento desde su raíz ética. Contra la política de la mentira, como ya afirmaba Vaclav Havel, no se necesita otra política, sino otra manera de plantear los problemas.
Es necesario una vida en la verdad, una vida capaz de proponer cosas que correspondan a la dignidad del hombre. Hoy sólo tenemos ideologías. No sabemos lo que está bien y lo que está mal. Ya no sabemos cuál es la verdad del hombre y cuál es el deseo profundo de su corazón.
Si no partimos de esto, es muy difícil crear hoy un movimiento de raíz ética como Solidarnosc. Ahí está la garantía del éxito. Y es precisamente lo que no tienen los movimiento antisistema actuales.
¿Puede tomar hoy Francisco el relevo del papel de Juan Pablo II en los 80?
Sí, por supuesto. El papa Bergoglio ha afirmado que la gran revolución que se necesita hoy se inicia yendo a las propias raíces. Ésta es la garantía del éxito de un movimiento de cambio. Y clama sin cesar: «¡No os dejéis robar la esperanza!» Creo que este lema va en la misma línea del «No tengáis miedo» de Juan Pablo II.
Por Giorgio Chevallard
Fragmento de una entrevista publicada por Catalunya Cristiana