Anunciación y visitación están íntimamente unidas en la vida de María y en nuestra propia vida
Hemos experimentado el amor de María en nuestras vidas. Hemos vivido su acogida, su mano santa calmando el corazón.
Hemos tocado la paz de sabernos inscritos para siempre en su corazón de Madre. Hemos visto, oído, encontrado, tocado, sentido. La vida y la paz, los sueños sagrados que nos dan la vida.
Hemos tocado piedras santas sobre las que descansamos, sobre las que construimos. Hemos gritado y reído alegrándonos con la vida.
Nos hemos callado en silencio, de rodillas, orando en lo profundo del alma, porque ese encuentro personal con María en nuestra historia es lo que nos cambia. Hemos orado en lo oculto de un Santuario, en lo sagrado de un bosque.
Hemos entregado la vida, la hemos enterrado para siempre seguros de recuperar un día aquello a lo que renunciamos.
No nos pertenece el tiempo que se nos regala, ni la tierra, ni las personas que pone Dios en el camino.
No es nuestro el amor sembrado en el alma, ni el amor que entregamos a veces con reservas. Sabemos que sólo si la semilla muere da su fruto. Lo sabemos.
Miramos hacia atrás conmovidos. María acoge ese sí dado a nuestra historia, a nuestro camino. Le pertenecemos por entero a Dios. Ella nos ha recibido con su corazón abierto.
Con el ángel
La Anunciación tiene que ver con nuestro sí, con nuestra disponibilidad para ser hijos. Lo que nos salva en la vida es aprender a ser niños.
Jesús fue hijo. Aprendió en los brazos de María a ser hombre siendo niño. Aprendió en los brazos de Dios a escuchar sus deseos. Se dejó educar, cuidar, acoger.
María en la Anunciación también es hija, niña débil en las manos de Dios. El sí silencioso de María en la Anunciación es el sí de una niña que ha aprendido a confiar, despojándose de sus seguridades.
María se deja conducir. Acepta su condición de esclava y se pone en las manos de Dios. Comienza así el camino de su vida.
María nos busca
La visitación sólo es posible desde la experiencia de la precariedad. Cuando no tenemos nada, cuando estamos vacíos, cuando no tememos perder nuestros derechos, podemos emprender nuestro éxodo.
María se hizo pobre y se puso en camino. Obedeciendo, perteneciendo a Dios por entero.
Nosotros somos esos hijos a los que busca María. Se puso en camino. Es lo que hace siempre.
No sólo nos espera, nos va a buscar. Nos seduce con su amor. Nos abraza esperando nuestra respuesta. Aguarda con respeto nuestro sí.
Entrega y salida
Anunciación y visitación están íntimamente unidas en la vida de María y en nuestra propia vida.
No hay camino de salida sin nuestro sí en la entrega. Sin anunciación no puede haber visitación.
Hemos experimentado la anunciación. El Ángel del Señor ha venido a nuestras vidas a decirnos que nos necesita. Y nosotros de rodillas hemos dicho que sí entregando nuestra vida.
Por eso hemos experimentado también el deseo de visitar, de llevar el rostro de María a tantos lugares.
Decimos que sí y nos ponemos en camino. Llevamos el rostro de María en nuestra alma. Su vida, su gracia, su fuerza.