Pura Doctrina Social de la Iglesia
Al Papa no le importa que le llaman comunista por lanzar, como hizo hace unos días con los movimientos populares, el tradicional grito “Tierra, techo, y trabajo”, las tres “t” del derecho a una economía digna de la persona. Esto es, dice Francisco, pura “Doctrina Social de la Iglesia”.
El Papa entiende este grito como un anhelo universal, el que cualquier padre tiene para sus hijos. Además, tierra, techo y trabajo “son derechos sagrados”. Para Francisco cada una de estas tres reivindicaciones tiene una fundamentación en la teología cristiana.
La primera reivindicación es la tierra. Custodiarla, cultivarla, y hacerlo en comunidad, están en el plan de Dios desde la creación. En cambio, no lo es la erradicación de los campesinos, su desarraigo, el acaparamiento de tierras, la desforestación, la apropiación del agua, o los agrotóxicos inadecuados”. Y por su puesto, el hambre: “Cuando la especulación financiera condiciona el precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable”. Citó el Papa el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia para apoyar una vieja reivindicación: “la reforma agraria es además de una necesidad política, una obligación moral”.
La segunda reivindicación es la del techo. Francisco propone también un slogan: “una casa para cada familia”. El Hijo de Dios fue también un “sin techo”. Denuncia el Papa que hoy haya tantas familias sin vivienda. Pero también subraya la dimensión comunitaria de esta reivindicación: “es precisamente en el barrio donde se empieza a construir esa gran familia de la humanidad, desde lo más inmediato, desde la convivencia con los vecinos”.
La tercera reivindicación es la del Trabajo: “No existe peor pobreza material que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo”. Y pone el dedo en la llaga del problema al denunciar que “el desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone los beneficios por encima del hombre”, propio de “una cultura del descarte que considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar”.