Pueden ser más inteligentes, más lógicos, más capaces, pero hay algo que nunca tendrán….
¿Cuál es el sentido de la vida? Estas son algunas de las respuestas dadas por Siri, la asistente virtual de los smartphones de Apple:
“Vida: principio o fuerza que subyace a la cualidad distintiva de los seres animados. ¡Creo que esto me incluya!”
“No lo sé, pero creo que existe alguna app para esto”.
“Todas las pruebas hasta ahora sugieren que es el chocolate”.
Recientemente Internet anduvo revuelto por la noticia de que el famoso físico teórico Stephen Hawking teme que la inteligencia artificial (IA) pueda representar la derrota final de la humanidad.
“El desarrollo de la plena inteligencia artificial podría significar el fin de la raza humana”, declaró a la BBC. Hawking, que sufre de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), hizo este comentario durante una entrevista en la que se le preguntó sobre el nuevo sistema artificial de comunicación desarrollado para su uso por Intel y SwiftKey. Aunque satisfecho de que el nuevo software use la IA para aprender sus modelos se expresión y sugerir palabras que pueda usar inmediatamente después, Hawking expresó serias preocupaciones en cuanto al futuro de la humanidad frente a sistemas de IA que pueden aprender, adaptarse y evolucionar solos, alcanzando niveles complejos de pensamiento que nos superarían. “Los seres humanos, limitados por la evolución biológica lenta, no podrían competir con ellos y serían sustituidos”.
Hawking no es el único que tiene esta visión de nuestro futuro. También el CEO de la SpaceX y de la Tesla Motors, Elon Musk, ha declarado que la IA desenfrenada es la “más grande amenaza existencial” que afronta la humanidad. Y si nuestros medios de comunicación son un reflejo de las esperanzas y los miedos de nuestra cultura, no debemos sorprendernos de que el público en general tenga estos temores.
A fin de cuentas, hemos ya ha visto a Google crear coches que se guían solos, hemos visto al Watson de IBM ganar a Ken Jennings a Jeopardy, y al Deep Blue derrotar al campeón de ajedrez Garry Kasparov. Y recordamos las recreaciones como A.I., de Steven Spielberg (¿recordáis al robot que quería desesperadamente ser amado por madre humana?), la serie Terminator (¿los drones de Amazon se transformarán un día en armas aéreas asesinas?) y Blade Runner, basado la novela de Philip K. Dick. El tema es parecido: seres humanos amenazados por la IA.
Pero atención: Hawking y los demás están haciendo suposiciones fundamentalmente erróneas sobre la condición humana. Para empezar, la palabra “inteligencia”, de la forma en que la usan ellos, está definida de una forma muy restrictiva. No tiene en consideración el don de la gracia que ilumina la inteligencia, ni la realidad de nuestra alma como sujeto de la conciencia humana y de la libertad (cfr. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica). El alma no es “producida” por los padres de un niño: sólo Dios puede crear un alma inmaterial e inmortal (cfr. Catecismo, n. 366).
Definiciones de los diccionarios, como “capacidad de aprender o comprender las cosas o afrontar situaciones nuevas o difíciles”, o por Google, como “capacidad de adquirir y aplicar conocimientos y habilidades”, representan una actitud cultural con relación a la inteligencia, pero no subrayan la importancia de la experiencia, de la memoria, de la sabiduría, del ejercicio del libero arbitrio, de la motivación e incluso de la concupiscencia, entre otras cualidades, en nuestra adquisición y aplicación de conocimientos y habilidades.
El Test de Turing merece una mención especial, visto que viene inevitablemente mencionada en cualquier conversación sobre la IA, sobre todo porque Alan Turing, en su texto
Computing Machinery and Intelligence, del 1950, afirmó inequívocamente que no podía aceptar la idea de un Dios que crea un alma inmortal o la noción por la que solo los seres humanos tienen un alma inmortal.
En el Test de Turing, un juez humano se sienta en una sala e interroga a dos entes separados, situados en salas diversas: uno es un ser humano, el otro una máquina dotada de IA. Tanto la máquina como el ser humano intentan convencer al juez de que son personas. Turing creía que el objetivo de la IA es crear máquinas que puedan pasar este test, es decir, máquinas dotadas de IA que puedan ser, al menos a nivel lingüístico, indistinguibles de los humanos.
Este test, sin embargo, falla desde varios puntos de vista. Por un lado, no capta el pensamiento subarticulado, los procesos de pensamiento de los cuales no somos siquiera conscientes. ¿El lenguaje puede, por sí solo, captar las innumerables formas de la inteligencia humana? ¿Y las demás formas de inteligencia, como pintar un retrato, calmar a un niño agitado, sobrevivir en condiciones salvajes, aconsejar a un amigo, construir una casa, ajustar un grifo que pierde, tocar un instrumento musical, discutir el significado de una obra de arte y toda una serie de capacidades que no dependen sólo del lenguaje? El Test de Turing parece concentrarse más en la comunicación que en el significado de la inteligencia humana.
Además, si el objetivo de la máquina dotada de IA es ser indistinguible de un ser humano, debería cometer errores. Lo ha reconocido el mismo Turing: “La máquina (programada para jugar) no intentaría dar respuestas correctas a los problemas aritméticos. Cometería deliberadamente errores calculados para confundir al examinador”.
Consideremos otras dos posibilidades: (1) que los sistemas de IA se limiten a imitar la inteligencia humana, y (2) que puedan ser inteligentes, pero de forma no humana.
En la primera posibilidad, la de imitar la inteligencia humana, la máquina con IA debería adquirir no sólo nuestros puntos fuertes, sino también nuestras debilidades y errores, o en otras palabras, ¿creemos de verdad que una forma de IA siempre lógica, bien articulada y sin emociones, es superior a nosotros? El acto de engañar puede irónicamente formar parte del comportamiento de la IA si durante un Test de Turing engaña a un examinador humano y le hace pensar que ella también es humana.
Una forma de IA que miente, manipula, confunde, es malentendida o se enfada e insulta no es superior a nosotros, de hecho. Una IA con nuestras debilidades y sin ninguna esperanza y significado para su existencia se destruiría. Una máquina sin alma no iría, ni podría hacerlo, a buscar el paraíso, o una relación íntima con Dios. Recuerdo el relato “Todos los problemas del mundo”, del escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, en el que la computadora Multivac, que adquiere toda la conciencia de la humanidad y se vuelve autoconsciente, responde bien al final: “Quiero morir”.
Respecto a la segunda posibilidad, ¿seríamos capaces de reconocer a una inteligencia no humana? ¿Cómo podríamos proyectar una inteligencia no humana para una máquina sin contar con ejemplos de este tipo de inteligencia? Aunque lo consiguiéramos, esta IA sería tan distante de nuestra experiencia que sería incapaz de mantener interacciones significativas con nosotros, y por esto sería a fin de cuentas irrelevante.
¿Cuál es la motivación para crear una forma alternativa de inteligencia? ¿Es algo que está arraigado en el hecho de compartir un poco el poder creador de Dios, como un artista pinta una visión de la belleza? ¿Es una forma de idolatría, dado que sustancialmente estamos buscando algo o alguien que no es Dios para cubrir nuestras necesidades? ¿O la motivación viene de un aislamiento profundo en el centro de nuestro universo cerrado y a la necesidad de crear compañía, aunque sea artificial?
Cuando intentamos, en vano, dejar fuera a Dios, somos nosotros los que nos quedamos solos.
Los temores de Hawking sobre las máquinas dotadas de IA se equivocan. Aunque un aparato con IA tuviera todas las virtudes de la humanidad y ninguno de sus vicios, no es intuitivo que esta máquina intentara destruir a los humanos. Al final, no participaría del egoísmo, de la avaricia y de la envidia de la humanidad. Es contradictorio que seres virtuosos y de recto juicio quieran destruir y profanar la vida. Nuestros “temores” deberían dirigirse hacia los seres humanos: deberíamos “temer” s crecimiento, formación y salvación, pero esto difícilmente encuentra espacio en la TV.
Mientras nos preparamos en este Adviento a la venida de Cristo, pensemos en la historia, en el misterio y en la majestad. Recordemos a Dios con nosotros en la historia. Reflexionemos sobre el misterio de Dios que viene a nosotros en la Eucaristía. Y esperemos en la majestad de Dios. Aunque una forma de IA pudiera registrar el paso de Jesús en nuestra historia, ¿sería capaz de comprender el misterio de Dios en la Eucaristía, o de expresar el anhelo esperanzado de ser envuelta por la majestad divina por toda la eternidad?
No hay que temer a las máquinas dotadas de IA que pueden derrotarnos a nivel de computación o físico. Lo que nos hace especiales como seres humanos no es cuán inteligentes o útiles somos. Lo que nos hace de verdad especiales es el amor de Dios por nosotros y nuestra capacidad de responder a ese amor.
Un niño en el útero, antes de mostrar cualquier inteligencia o capacidad de raciocinio, es especial porque es amado, porque es una pequeña alma creada a imagen y semejanza de Dios. El alma humana no puede ser sencillamente comparada a la inteligencia. ¡El alma es mucho más que esto! El cogito ergo sum (“pienso, luego existo”) de Descartes no es nuestro grito, sino el de los críticos. Nuestro grito es mucho más gratificante: “soy amado, luego existo!”. Dios nos ama hasta el punto de llevarnos a la existencia. No podemos decir lo mismo de las inteligencias artificiales que programamos.
¡Deseo que probéis la paz y la alegría nacidas del deseo de Amor Infinito, de ese Amor Infinito que viene a nosotros bajo la forma de un niño humano esta Navidad!