A 100 años de distancia podemos rememorar la extraordinaria tregua que tuvo lugar espontáneamente la vigilia de Navidad de 1914Primera Guerra Mundial. Estamos en el frente occidental y es el 24 de diciembre de 1914: sin que nadie lo concordara, los soldados de los ejércitos enemigos cesan el fuego. Se encienden velas, se canta “Noche de Paz” y otros himnos de Navidad.
Comienza un cruce de felicitaciones gritado de un lado al otro, hasta que uno se lanza fuera de la trinchera para salir al encuentro del enemigo, estrecharle la mano, intercambiar las chaquetas y, por qué no, organizar un buen partido de fútbol.
Hoy, cien años después, podemos rememorar la famosa “tregua de Navidad” gracias al libro publicado en Italia “La tregua di Natale. Lettere dal fronte” (La tregua de Navidad, cartas desde el frente) que narra, a través de las cartas mandadas desde las trincheras, un acto extraordinario y valiente que partió de sencillos soldados movidos por sentimientos de profunda humanidad y fraternidad.
Ante la violencia que aflige hoy a nuestro mundo, volver a leer las cartas mandadas desde el frente que cuentan este gesto de espontánea y generosa insubordinación no puede dejar de interrogarnos: ¿es de verdad imposible construir una civilización pacífica y solidaria?
Recogemos a continuación un anticipo de dos cartas escritas por un soldado del frente británico. Frases que atestiguan la sencilla humanidad de los soldados que buscan un encuentro con el “enemigo-amigo”.
Una política de pudding de ciruelas que habría podido poner fin a la guerra.
Carta desde la trinchera del soldado Frederick W. Heath.
“¿Cómo podíamos resistirnos a desearnos feliz Navidad, aunque inmediatamente después nos saltáramos otra vez a la garganta? Así empezó un denso diálogo con los alemanes, las manos siempre dispuestas en los fusiles. Sangre y paz, odio y fraternidad: la más extraña paradoja de la guerra.
La noche se vestía de alba – una noche alegrada por los cantos de los alemanes, por el silbido de los flautines y las risas y cantos de Navidad desde nuestras líneas. No se disparó un tiro, excepto abajo a nuestra derecha, donde estaba manos a la obra la artillería francesa”.
El regalo más bonito
“No había más deseo de matar, sino sólo el deseo de un puñado de simples soldados (y nadie es tan simple como un soldado) de que en el día de Navidad, a toda costa, se llegara a un alto el fuego. Nos pasamos cigarrillos y nos intercambiamos una cantidad de pequeños objetos.
Escribimos nuestros nombres y direcciones en las postales de servicio, para después intercambiarlas con la de los alemanes. Arrancamos los botones de nuestras chaquetas y tuvimos en cambio los de la armada imperial alemana.
Pero el regalo más bonito fue el pudding de Navidad. Sólo con verlo los ojos de los alemanes se abrieron maravillados, y después del primer bocado eran nuestros amigos de por vida. Si tuviéramos bastante pudding de Navidad, cualquier alemán en las trincheras de enfrente se habría rendido”.
Te puede interesar:
La misa navideña que unió a soldados rusos y alemanes