Un drama de pérdida de sentido personal, de dignidad humanaEn la prostitución, se pone precio a la relación sexual desvinculándola del ámbito del verdadero amor humano, en un acuerdo donde se desvirtúa no solo la finalidad propia del acto sexual, sino también, y ello es lo más grave, se desvirtúan como personas quienes participan en él.
Porque quien vende -hace uso de una “mercancía”, que es su sexualidad- y quien compra, acepta que aquello que se vende es solo una “cosa”, muy al margen de la profunda realidad, de la unidad que nace de la integridad de la persona para manifestarse como tal.
La prostitución, al sustentarse solo en el componente biológico, “des-compone” a la persona, impidiéndole la unión armónica en todos los componentes bio-psico-espiritual que concurren en el acto sexual verdaderamente humano.
Lo dramático es que en el “negocio sexual” el acto biológico deshumaniza. Y paradójicamente se le llama con el triste eufemismo de “hacer el amor”. Nada más lejos de la verdad.
La persona que se dedica a la prostitución tiene graves problemas de autoestima, pues su valor se reduce a la rentabilidad de sus atributos corporales.
Y puede llegar a perder la capacidad de realizarse en el verdadero amor de pareja por haberse apartado del trato auténticamente personal.
Tras una supuesta decisión por una forma de conducirse, puede darse una tendencia a los vicios, a la depresión, angustia y a la más profunda de las amarguras.
Te puede interesar:
Tenía entre 12 y 16 años, pasaron por mi cuerpo 43.200 personas
A menudo las personas que se prostituyen tienen una incorrecta percepción de su realidad que les lleva a racionalizar el por qué se dedican a este oficio, evitando confrontar sus conciencias, como un mecanismo de autodefensa.
Algunas argumentan que por necesidad, otras que porque lo han aprendido de su propia madre; que están siendo presionadas por el temor a quienes les regentean; o bien, que por haber sufrido, han ganado el derecho a la buena vida sobre la vida buena; a una vida fácil que de fácil no tiene nada.
Estas razones expresan un impedimento para obrar con verdadera libertad. Intentar otras formas inteligentes y honestas de obtener ingresos, aunque fuesen modestos, ayudaría a recuperar la autoestima y un digno sentido de la vida.
La posibilidad de cambiar está ahí siempre, y quien conoce a Dios sabe que a quien le ama mucho, se le perdonará mucho.
Si para quienes se dedican a este oficio la situación es crítica, no lo es menos para quienes hacen uso de ello.
Te puede interesar:
“Un hombre que tiene necesidad de comprar sexo no es un verdadero hombre”
Pagar unos servicios sexuales muestra un desprecio a la dignidad del ser humano, empezando por la propia.
¿No significa que se diferencia entre dos tipos diferentes de personas? Las que simplemente se usan y a las que se les debe un cierto respeto.
Es así que en la experiencia de la prostitución, la sola práctica de “utilizar humanos” plantea un escenario de personas de categorías diferentes y contrastantes.
¿Comprar sexo no expresa que el otro no es más que “una cosa que se vende”, un producto sin alma ni sentimientos?
¿A la persona prostituida no le está tratando como mero instrumento de su egoísmo, negándola como persona, y por lo tanto, haciendo lo mismo consigo mismo? Son así dos seres en el mismo drama.
Por otra parte, la genitalidad fácilmente crea una necesidad irrefrenable que cuesta mucho educar.
Te puede interesar:
De la normalidad a la adicción
Se trata de un problema complejo, porque intervienen factores sociales, económicos, espirituales, médicos y legales. Por tanto, debe enfocarse desde estas perspectivas.
Abrir espacios que ofrecen alternativas a quienes se dedican a la prostitución para cambiar de forma de vida no es fácil porque existen problemas físicos, psicológicos y espirituales de difícil solución.
Pero ello no quiere decir que no sea posible, ni que haya que abandonar a esas personas y mucho menos hundirlas más en su problemática.
Se debe promover una cultura de respeto para todas y cada una de las personas, educando sobre todo en los jóvenes el valor de la sexualidad cuyo impulso debe tener una expresión propiamente humana.
La solución por lo tanto, no solamente está en leyes que regulen la prostitución, sino que pasa a través de una educación que fomente el reconocimiento al valor intrínseco de cada persona.
Te puede interesar:
El Papa tilda de “hipócritas” a quienes pagan por sexo