Una gran santa…de las pequeñas cosas
Cuando leí “Historia de un alma” de Santa Teresa de Lisieux, lo hice casi a regañadientes. Digamos que la traía con Santa Teresita por motivos personales: en resumidas cuentas como no había recibido la rosa durante la “Novena de las rosas” me sentó mal…Me quedé tan desilusionada que me quejaba con ella, lanzaba miradas contrariadas de vez en cuando a su imagen que tenía junto a mi cama.
La verdad es que precisamente esto me hizo decir “no es normal esta especie de antipatía, quizá ‘alguien’ no quiere dármela a conocer y amar a esta santa”, a modo de desafío, me sentí empujada a comprar el susodicho libro, y lo absurdo es que desde ahí … ¡ha sido un amor loco!
El jardín de las bellas diversidades
Me dí cuenta con ella por primera vez cómo cada uno es llamado a una santidad peculiar, totalmente a medida. Ella era realmente grande, una rosa siguiendo su ejemplo del jardín de Dios. El libro comienza precisamente con este gran parangón estupendo sobre la gran diferencia que existe entre santos y santos, entre todas las almas. Porque es verdad, no todos recibimos las mismas gracias, no todos llegamos a la verdad a través de los mismos recorridos, las mismas cosas, y no todos estamos llamados al mismo tipo de santidad. Y así el jardín de Dios está lleno de flores diversas:
“comprendí que todas las flores que ha creado son bellas, que el esplendor de la rosa y el candor del lirio no borran el perfume de la pequeña violeta o la sencillez encantadora de la margarita…Entendí que si todas las florecitas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su manto primaveral, los campos no estarían esmaltados de florecitas…”.
Santa Teresita pequeña… como un Hobbit
Con Santa Teresita descubrí la amistad espiritual. A parte de que cómo se hace para no enamorarse de una persona que cuenta con tanto amor y pureza sus recuerdos de ternura en familia, breves y preciosos con la mamá (que murió cuando tenía sólo 4 años), con el papá que lo llamaba su rey, con las hermanas amorosas (sí, me conmovió a la tercera página del libro, lo admito). Más leía y más me sentía su amiga, una cosa que no me había sucedido antes. Y al leer lo que escribía, me daba cuenta que cada cosa es un don. Cualquier recuerdo, momento, las cosas más pequeñas contribuyen al bien, “todo contribuye al bien de cada alma” decía parafraseando a San Pablo. Y no es por casualidad que ella es la santa de la pequeñez: “La Santidad no está en esta o aquella práctica, sino que consiste en una disposición del corazón que nos vuelve humildes y pequeños en los brazos del Buen Dios, conscientes de nuestra debilidad y confidentes hasta la audacia en su bondad de Padre”.
Para una nerd como yo es inevitable la comparación que luego salta con la obra de Tolkien. La variedad de las razas (elfos, enanos, etc.), sus peculiaridades específicas me han recordado mucho el discurso de las flores en el jardín, pero sobretodo su “pequeño camino”, como lo llamaba ella misma, no podía salvo evocarme la gran invención del filólogo inglés: ¡los Hobbit!
Decía Teresa:
“Para caminar es necesario ser humildes, pobres de espíritu y sencillos”.
Elrond al describir la misión de los Hobbit dice:
“Es necesario que el camino sea andado, pero será muy difícil. Ni la fuerza ni la sabiduría nos conducirían lejos; este es un camino que los débiles pueden emprender con la misma esperanza que los fuertes. Y, sin embargo, es el curso de los eventos que mueven las ruedas del mundo, que son a menudo pequeñas manos que actúan por necesidad, mientras los ojos de los grandes están puestos en otro lado”.
Pasar bajo los problemas, ¡no por encima!
Esta historia de Céline, la hermana mayor de Teresa (también hermana carmelita) refleja esta “pequeña vía o camino” (que podemos
nerdamente renombrar “el camino de los Hobbit”):
“Toda desanimada, con el corazón grande por una lucha que me parecía insuperable, fui a decirle a Teresa:
“¡Esta vez es imposible, no logro superarla!” “No me extraña”, me respondió. “Nosotras somos demasiado pequeñas parsuperar las dificultades, debemos pasar por debajo”.
Ella me recordó entonces un episodio de nuestra infancia. Aquí está. Nos encontrábamos en los alrededores de Alençon; un caballo nos bloqueaba la entrada al jardín. Mientras los grandes buscaban otro acceso, nuestra amiguita no encontró otra manera mejor que pasar bajo el animal. Se metió primero y me extendió la mano, la seguí con Teresa y sin tener que encorvarnos mucho alcanzamos la meta.
“Es lo que se gana por ser pequeñas”, concluyó. “No hay obstáculos para los pequeños, se cuelan en todos lados. Las grandes almas pueden superar los problemas, engatusar las dificultades, llegar a meterse debajo de todo con la razón y la virtud, pero nosotras que somos pequeñísimas, tenemos que intentarlo.
¡Pasamos por debajo! Pasar por debajo de los problemas significa no enfrentarlos demasiado de cerca, no pensar demasiado en ellos”.
El camino de los Hobbit
¿Qué es este camino? Es lo que Tolkien llamaba el “ennoblecimiento” de los Hobbit, o la santidad. Ser pequeños, cada vez más pequeños… ¡ser medio hombres! Los Hobbit son la única raza que se caracteriza por no caracterizarse por nada, si no… el hambre (los tres/ cuatro desayunos que están obligados a saltarse para ellos es una tragedia) o pasar inobservados por siglos permaneciendo encerrados en la aldea. En fin, los Hobbit son literalmente los últimos, pero será precisamente por eso que sólo ellos podrán llevar sobre su espalda la carga del Anillo.
Dice Tolkien en una de sus cartas:
“están completamente privados de poderes sobrehumanos, pero son representados como los más cercanos a la naturaleza (a la tierra y a otras cosas vivientes, plantas y animales) y extraordinariamente, desde el punto de vista humano, privados de ambiciones o de codicia de riqueza”.
Y la misma Teresa si queremos, sabía estar privada de grandes cualidades o dones espirituales, y decía:
“Siempre he deseado ser santa, pero, ay de mí, siempre he constatado, cuando me confronto con los santos, que entre ellos y yo hay la misma diferencia que existe entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el grano de arena, oscuro, pisado por los pies de los transeúntes…Ser distinta de lo que soy, más grande, es imposible para mí: me debo soportar como soy con todos mis defectos; pero quiero buscar la manera de ir al Cielo a través del pequeño nuevo camino. Quisiera encontrar también yo un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección”.
Pequeños es mejor
Pero es precisamente esta extrema pequeñez suya que se vuelve el camino hacia Dios. Sólo los pequeños pueden dejarse llevar en brazos:
“…los llevaré en brazos y los acunaré en mis rodillas. El ascensor que me debe elevar hasta el Cielo son tus brazos, ¡oh Jesús! Por eso no necesito crecer, al contrario, es necesario que yo me quede pequeña, que lo sea cada vez más”.
Este es el camino de la pequeñez o de los Hobbit (como lo he renombrado yo): hacerse como niños en los brazos de Dios, ser cada vez más pequeños, más sencillos y humildes… hasta llegar a ser los últimos. Porque de esta manera se vive sólo de la mirada de Dios, y cada pequeña cosa que podemos hacer se vuelve gracia, porque “Basta un alfiler recogido del suelo con amor para salvar un alma”, “¡todo es gracia!”.
Conclusión
Por lo tanto, amar a los elfos o los enanos, o los hombres de Númenor, el secreto de la victoria sobre el Anillo de poder reside en estas “pequeñas manos” que se esconden a los ojos de los poderosos, en estos humildes que son engrandecidos. Por lo que hoy como el modelo de la pequeña Teresa, listos a la aventura de la vida y la santidad, les deseo esto: ¡sean hambrientos, o sea, sean Hobbit!