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Dos santas para el pueblo palestino

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Chiara Santomiero - publicado el 17/02/15
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Serán canonizadas el 17 de mayo. Twal: “Tierra Santa no es sólo guerra”
En la gran fiesta con motivo de los 20 nuevos cardenales creados por el Papa Francisco el anuncio de su canonización quizá pasó desapercibido, pero no para la Iglesia palestina a la que pertenecen. María de Jesús Crucificado, en el siglo Mariam Baouardy, monja profesa de la Orden de los Carmelitas descalzos y María Alfonsina Danil Ghattas, fundadora de la Congregación de las Hermanas del Rosario de Jerusalén, serán las primeras dos santas de la tierra de Jesús de la era moderna.

En el Consistorio del 14 de febrero, el Papa Francisco ha establecido que sean canonizadas el 17 de mayo próximo junto a otras dos religiosas, la francesa Jeanne Emilie de Villeneuve, fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Castres y sor María Cristina de la Inmaculada Concepción, fundadora de la Congregación de las Hermanas Víctimas Expiatorias de Jesús Sacramentado.

Una “pequeña árabe obediente hasta el milagro”

Procedente de una ciudad cercana a Nazaret, donde nació el 5 de enero de 1846 y llevaba el nombre de la Virgen, Mariam Baouardy entró en el Carmelo de Pau, en los Pirineos, a los 19 años. Su vida antes de la profesión religiosa tiene el sello de una aventura. Muy joven queda huérfana de ambos padres, de origen libanés y pertenecientes a la Iglesia católica greco melquita, y es adoptada por un tío paterno con quien parte para Alejandría en Egipto.

A los 13 años huye de casa para evitar ser forzada a casarse y se tropieza con un musulmán que intenta obligarla a renegar de la fe cristiana. Al rehusarse, el joven le corta la garganta y, cuando vuelve en sí, Mariam se despierta en una cueva, atendida y cuidada por una mujer misteriosa, en la cree reconocer a la Virgen María. Busca trabajo como doméstica y ama de llaves mudándose de Alejandría, a Jerusalén, a Beirut, y a Marsella, hasta llegar al Carmelo de Pau y donde toma el nombre religioso de Sor María de Jesús Crucificado.

“Una pequeña árabe obediente hasta el milagro”: la definía su madre superiora en Pau, donde tuvo como director espiritual al religioso Pierre Estrate de la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Bétharram, el cual será su primer biógrafo. En 1870 parte con un grupo de hermanas para fundar el Carmelo indio de Mangalore; en 1875 funda, con otro grupo de carmelitas, el Carmelo de Belén. Ahí muere a los 32 años, el 26 de agosto de 1878, como consecuencia de una terrible caída.

Los biógrafos dan testimonio de ocho dones místicos: éxtasis, levitación, estigmas, profecía, ubicuidad, transverberación del corazón, visiones de santos y don de poesía.

Humilde e iletrada, la religiosa escondía, en cambio, los estigmas que le sangraban el día de la Pasión de Cristo al creer que había contraído lepra y atribuía los fenómenos de éxtasis y bilocación a la incapacidad de estar despierta durante la oración. En Belén, además de los éxtasis místicos, era atormentada por el maligno que buscaba, en vano, arrancarla de Dios a quien se acercaba cada vez más para rezar: “No puedo vivir más, oh Dios, no puedo vivir más. ¡Llámame hacia ti!”.

Quedan de ella poesías e himnos bellísimos que no habría podido componer en base a sus conocimientos, habiendo míseramente aprendido, tras las insistencias de los superiores religiosos, a leer y escribir. En el más famoso dice: “¿A quién me parezco yo, Señor? A los pajaritos implumes en su nido. Si el padre y la madre no les llevan comida, mueren de hambre. Así está mi alma sin Ti: no tiene sustento, no puede vivir”.

“Kedise”, “la santa” como era ya considerada Mariam en Belén por los cristianos y musulmanes desde el día de su muerte, fue beatificada por San Juan Pablo II el 13 de noviembre de 1983; su memoria litúrgica es el 26 de agosto para la Iglesia universal, el 25 para los carmelitas descalzos.

Una amiga de la Virgen y de las mujeres

Una vida completamente distinta es la de Maryam Sūltanah Danil Ghaţţas, Maria Alfonsina, después de la profesión religiosa en las Hermanas de San José de la Aparición. Nació en Jerusalén en 1843, decidió consagrarse a Dios a los 14 años. La Virgen que se le apareció en dos ocasiones, le inspiró la fundación de la primera congregación religiosa femenina de Tierra Santa, la de las Hermanas del Rosario, la única congregación autóctona de Tierra Santa.

Su misión, como afirmó Benedicto XVI en el Ángelus posterior a la beatificación llevada a cabo en Nazaret el 22 de noviembre de 2009, fue a través de la enseñanza religiosa, “vencer el analfabetismo y elevar las condiciones de la mujer de ese tiempo en la tierra donde Jesús mismo exaltó su “dignidad”. El punto central de la espiritualidad de la próxima santa fue “la intensa devoción a la Virgen María, modelo luminoso de vida internamente consagrada a Dios: el Santo Rosario era su continua oración, su ancla de salvación, su fuente de gracias”.

Comenzó con nueve hermanas pero inmediatamente fundó escuelas y casas para religiosas en distintas ciudades de Galilea y por eso las Hermanas del Rosario están consideradas el brazo derecho del Patriarcado Latino en las escuelas, parroquias e instituciones de la diócesis y en otros países árabes. María Alfonsina murió en Ain Karem el 25 de marzo de 1927 mientras rezaba los 15 misterios de su oración de elección.

Una tierra de santidad

Monseñor Fouad Twal, Patriarca Latino de Jerusalén está feliz y considera que la próxima canonización de las dos beatas palestinas rescata la imagen unidimensional que a veces se tiene en Occidente de la Tierra de Jesús: “Tierra Santa – subraya – no es sólo guerra y contrastes, sino un lugar que ha podido producir modelos de santidad que son todavía hoy de extraordinaria actualidad”.

Invita a todos a visitar la página web del patriarcado (www.it.lpj.org) en la que pronto estará presente toda la información sobre el programa del evento de la canonización y sobre los viajes organizados para la ocasión, con el deseo que se fortalezcan las peregrinaciones que son una de las mayores fuentes de sustento de los cristianos de Tierra Santa.

A la periodista que subraya que estos modelos de santidad son ambos femeninos, mons. Twal responde: “¿Qué haríamos sin la santidad de las mujeres? Es una alegría aún mayor que la canonización de las dos religiosas se lleve a cabo en el año de la vida consagrada”.

 

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