Para amar la paz, antes hay que haber amado el amorSomos transeúntes de un planeta en movimiento. Multitud de perseguidos por el hambre, las creencias, o las sin razones propias de la especie humana, huyen desconsolados en busca de esperanzas.
Por desgracia, los humanos hemos dejado el vínculo de la familia, con lo que eso conlleva de compromiso a la hora de compartir y, cada cual encara los nuevos tiempos con la frialdad de una inhumana economía que ha hecho del planeta un espacio divergente, donde el caos lo domina todo, mediante un frenético sin vivir.
Cuesta entender que un planeta, que es de todos, camine a varias velocidades, con un ritmo realmente injusto. La idea de un ciclo económico familiar, o sea cooperado, que en verdad nos globalice, se ha convertido en un amor imposible.
La necedad del ser humano, movido por el egoísmo es tan fuerte, que impera la crisis en cualquier rincón del mundo.
Deberíamos de despertar más allá de las finanzas, y ver que hay otra vida más apasionante, la de hacer un camino unidos, un camino que ha de ir hacia una realización de todos los humanos. Me permito recordar que la meta somos nosotros mismos, y por ello, hemos de reencontrarnos, no sólo para hallar la felicidad, también para crecer como humanidad.
En efecto, un pueblo que camina, ha de hacerlo con entusiasmo, y, asimismo, ha de contribuir a que sus semejantes no pierdan el ritmo de la convivencia, por muy dispar que sea el mosaico desde el que nos movemos.
Bajo esta perspectiva, cualquier ser humano es tan preciso como necesario, no puede haber excluyentes, somos un conjunto de latidos en busca de un horizonte de acogida y equidad. No perdamos de vista el lenguaje que nos une, para que sepamos entender el transcurso de nuestros días, con nuestras noches.
La unidad llega por la convergencia de valores humanos, por la sinceridad en las palabras, en el trato y en las relaciones mutuas. Quizás debemos reflexionar más.
Seguramente si lo hiciésemos, pensando en la viva conciencia de la fugacidad del tiempo, veríamos que lo importante a veces lo dejamos sin llevar a término, mientras a otras cuestiones insignificantes le solemos prestar más atención de la debida. Hay un derroche de energía en inutilidades.
Personalmente, cada vez que me encuentro del lado de la mayoría, procuro hacer una pausa y recapacitar. En el pensar somos únicos, yo así lo entiendo. El borreguismo no es un buen referente. Nuestro distintivo común es el amor entendido como donación total.
El hombre no puede ser un lobo para el hombre. Sin embargo, una movilidad libre en el pensamiento es un acto creativo que siempre nos enternece y enriquece. En definitiva, pensar no es más que una chispa en una tenebrosa noche. De ahí la importancia de que pensemos todos, porque ese relámpago, ciertamente contribuirá a la fraternización ciudadana y a descubrir el genuino horizonte de lo eterno.
Lo malo es que adoctrinemos, que corrompamos el pensamiento desde los pedestales de los diversos poderes, que abonemos intereses mundanos, que nos hagan creer que estamos en la verdad absoluta, sabiendo que no hay mayor mentira que la verdad mal entendida.
En cualquier caso, jamás perdamos la inquietud por llegar al corazón de las cosas, a la autenticidad del deseo, al fin y al cabo, la verdad podrá deslucirse pero no apagarse.
La ideas estimulan la mente y el planeta está hambriento de verdaderos estímulos humanos. El ejemplo de Indonesia nos llena de regocijo. Diez años después de que el peor tsunami de la historia se cobrara la vida de más de 230.000 personas en toda Asia, una de las regiones más afectadas por la tragedia se “ha reconstruido mejor”
, en palabras de Naciones Unidas.
Gracias a este desvelo por sobrevivir, “Indonesia se considera ahora un líder en la región, en la promoción de la reducción de riesgos en caso de desastres naturales”, acaba de expresar Gunilla Olsson, representante de UNICEF en Indonesia.
Sin duda, tenemos que ser constructores de sosiegos, sembradores en continuo renacer. Tal vez la vida sea eso, un rehacerse cada día, un revivirse cada momento creando y recreando nuestra propia existencia junto a los demás. No dejemos de lado que somos un todo, y en el centro, ha de estar la esperanza como abecedario.
Tenemos tantas cosas por hacer, pero todo a su debido tiempo y con calma, que la paciencia es tan imprescindible como ponerse a pensar. Donde no hay ilusión, no puede haber vida humana, tampoco libertad y menos aún espíritu de autocrítica.
Seamos persistentes en nuestra actitud positiva de ser sembradores de vida. Sobre todo, insisto, de existencia. Esta es la legítima expectativa. No sólo tenemos que vivir anclados a un camino, a la espera de un futuro mejor, que también, pero hemos de ir más allá del pensamiento, buscando alentar savia donde no la hay, desenredando nudos y aclarando espacios, activando en nuestra boca la sonrisa y en nuestra lengua la alegría.
Indudablemente, no podemos (ni debemos) dejarnos abatir y asustar por una realidad hecha de dolor, de guerras y sufrimientos, hemos de tomar el proceder con la tracción exacta, sabiendo que todo se terminará transformando a poco que nos pongamos en acción.
Querer es poder. Y el mundo podrá caer por corrupción, pero hemos de reaccionar frente a este espíritu de confusión que nos gobierna, fruto de una cultura putrefacta y muerta. Quizás la cuestión pase por saber mirar y ver. Lejos de asustarse, debemos soportar las crueldades, pero también debemos saber alzar la cabeza y volver a reiniciar el camino, tantas veces como sea necesario.
Para ese camino renovado debe germinar un ferviente espíritu de convivencia, una naciente mentalidad acerca del ser humano, de sus vicisitudes y derechos, de sus deberes y destinos. Por consiguiente, entiendo, que ha de nacer una propicia pedagogía más universal, basada en la cooperación entre los pueblos y en la colaboración ciudadana.
Por supuesto, los pueblos necesitan hermanarse para que sus moradores se respeten entre sí. Y es por la tutela de los valores humanos como se levantan los pueblos y sus ciudadanos, proyectando la bondad y la verdad como árboles que nos cobijan, como argumento de placidez, con la promoción de toda persona en su dignidad, sabiendo que para amar la paz, antes hay que haber amado el amor.
Bajo las alas de esta maravillosa energía poética, hasta las raíces del rencor se pudren para siempre. Ama y olvídate de todo, pero ama, y ama sin condiciones. Perdonarás también con amor. Nosotros, sí usted y yo mismo, seguiremos compartiendo verbos y sembrando sueños.
Aprendamos a vivir, amando. Es nuestro deber de vida. O nuestro proyecto de existencia. Y si tiene que odiar a algo o a alguien, que sea al señorito triunfo y a la señorita victoria. Espero sus ecos.
Por Víctor Corcoba Herrero
Artículo originalmente publicado por Familia Cristiana