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Siempre las mismas faltas… ¿Has buscado su origen común?

Joven

Carlos Padilla Esteban - publicado el 17/03/15

Saber dónde se encuentra la raíz de nuestros pecados habituales nos ayuda a saber vivir con más libertad nuestras caídas
A veces miramos nuestra vida y vemos más pecados incluso de los que tenemos. Nos asusta la dureza de nuestro corazón. Nos lo recuerda san Pablo: “Estando nosotros muertos por los pecados”.
 
Nos asusta nuestra falta de radicalidad y de amor. Queremos amar como ama Jesús y estamos tan lejos.
 
A veces nos confesamos y al salir vemos cuántas cosas se nos han olvidado. Pecamos de pensamiento, por omisión, por no esforzarnos, por no querer tocar las estrellas.
 
El corazón se siente frágil y pecadorMuchos de nuestros pecados tienen una raíz común. Suelen venir de nuestra herida. De nuestra herida de amor.
 
Tenemos que ir a la raíz de nuestras faltas. ¿Por qué brota la ira en el corazón?¿Por qué surge la envidia hacia los demás? ¿Por qué reaccionamos mal ante las críticas?
 
Porque no tenemos paz, porque tenemos poca tolerancia a la frustración, porque somos orgullosos y nos duele que no nos respeten, porque no nos sentimos amados por Dios ni por los hombres, porque no nos queremos bien.
 
Por todo eso nos duele tanto que nos traten injustamente. Detrás de mis reacciones se encuentra mi corazón herido. Ese corazón que ha recibido desprecios a lo largo de su vida. Ese corazón que ha sido ninguneado, ha sufrido la soledad y el vacío.
 
Cuando descubrimos la herida de la que brota nuestra oscuridad, nuestro pecado, podemos dejar la puerta abierta para que entre Dios, para que venga el perdón y venza la luz.
 
El viento de su amor, la luz de su esperanza, lo cambia todo. Jesús nos perdona y nos da su paz y la felicidad verdadera que anhelamos. El otro día leía: “Jesús despide a los enfermos y pecadores con este saludo: – Vete en paz. Jesús les desea lo mejor: salud integral, bienestar completo, una convivencia dichosa en la familia y en la aldea, una vida llena de las bendiciones de Dios. El término hebreo shalom o ‘paz’ indica la felicidad más completa”[1].
 
El perdón de Dios es absoluto, nos desea la felicidad más completa. Nos ayuda a quedar libres del pecado que nos ata. Ilumina nuestra vida con su luz. Su perdón es el camino para vivir con una paz verdadera y para poder entregar paz a otros.
 
Saber dónde se encuentra la raíz de nuestros pecados habituales nos ayuda a saber vivir con más libertad nuestras caídas. Nos hace ver que nuestra herida nos va a acompañar en el camino. Va a ser fuente y raíz de muchos de nuestros pecados.
 
Por eso es tan importante volver la mirada a Dios buscando su amor, su abrazo, su luz. Su amor calma nuestra sed. Jesús no viene a liberarme de mi miseria, pero me abre los ojos a la esperanza.
 
Nos dice dichosos, felices, en medio de nuestra debilidad, de nuestras cadenas: “Jesús los declara dichosos, incluso en medio de esa situación injusta que padecen, no porque pronto serán ricos como los grandes propietarios de aquellas tierras, sino porque Dios está ya viniendo para suprimir la miseria, terminar con el hambre y hacer aflorar la sonrisa en sus labios. Él se alegra ya desde ahora con ellos. No les invita a la resignación, sino a la esperanza. No quiere que se hagan falsas ilusiones, sino que recuperen su dignidad”[2].
 
Por eso la esperanza es el mensaje que Dios quiere que nos grabemos en el alma. En nuestra debilidad, en nuestras cadenas, viene a establecer su reino. Quiere vencer en mi pecado, en mi herida abierta.

[1] José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica
[2] José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica
 

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