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De Madrid al Congo para trabajar en el Hospital Monkole: “Desbordan vida”

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Alfa y Omega - publicado el 07/04/15
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El viaje de un matrimonio para ayudar en el sector sanitarioÁlvaro y Mayte tuvieron que esperar hasta que su hijo cumpliera los 12 meses para poder vacunarlo y que tomara la medicación preventiva de la malaria.

La familia dejaba una acomodada vida en Madrid para embarcarse rumbo al Congo, y lo hicieron para viajar a un país «donde nuestra experiencia en el sector sanitario sirviese de ayuda y acercarse la salud a la gente que lo necesita». Allí «te das cuenta que es un mundo muy diferente al tuyo pero que la gente es inmensamente feliz»

Álvaro Perlado y Mayte Ordovás trabajaban en Madrid, él en consultoría y ella en una oficina de farmacia pero tenían una ilusión, la de irse «a un país en vías de desarrollo donde nuestra experiencia en el sector sanitario sirviese de ayuda y acercarse la salud a la gente que lo necesita», cuenta Mayte.

Su ilusión se hizo realidad en octubre de 2014, un poco más tarde de lo esperado. Tuvieron que retrasar su viaje hasta que el pequeño Álvaro, su hijo, cumpliera los 12 meses y así poderle vacunar y tomar la medicación preventiva de la malaria.

Su viaje les llevó hasta el Congo. El hospital Monkole, de Kinshasa, después de 23 años de funcionamiento, estaba en plena fase de ampliación y se necesitaba personal cualificado. Les ofrecieron la oportunidad de formar parte del proyecto y aceptaron la propuesta. El proyecto les cautivó. Monkole «está aportando mucho al país, no sólo en la atención y educación sanitaria de la población, sino también aportando al sistema público de salud un nuevo modelo de hospital muy diferente a los otros hospitales de la ciudad, que suelen presentar unas condiciones higiénico-sanitarias infrahumanas».

Al principio todo les llamaba la atención: «la cantidad de gente por todos lados (Kinshasa tiene 11 millones de habitantes), los mercados de frutas y verduras paupérrimos en medio de la calle, furgonetas de 9 plazas donde van 25 personas al mismo tiempo, atascos de 3 horas para recorrer 20 km y las mamás africanas con objetos de más de 60 kg en la cabeza».

Una vez superado el choque cultural, «te das cuenta que es un mundo muy diferente al tuyo pero que la gente es inmensamente feliz y desbordan vida con la octava parte de los recursos que tenemos en Europa», asegura Mayte.

Preparados para la escasez

El matrimonio trabaja junto en el hospital. Álvaro es el subdirector general, Mayte la farmacéutica adjunta del servicio de farmacia. Con el resto de sus compañeros hacen frente a diario a la falta de recursos y de condiciones en el país. «La falta de recursos complica la gestión del hospital. Todos los días hay cortes de electricidad y a veces duran varios días, lo cual significa que tienes que utilizar el grupo electrógeno y tener miles de litros de gasolina preparados, teniendo en cuenta el coste que supone, para que pueda seguir funcionando el hospital».

La falta de medios también les afecta en su día a día. «En toda la ciudad no hay un sistema de agua potable y tienes que buscarte la vida para conseguirla». Ellos tienen suerte. «Como vivimos cerca del hospital, cogemos el agua del pozo que le abastece. Igual hacen cientos de vecinos del barrio del hospital cada atardecer. Repartimos agua potable a más de un centenar de familias cada día». En estas condiciones «te das cuenta de que se puede prescindir de ciertas cosas que en la vida nos hubiésemos planteado».

La situación es diferente para millones de personas en la capital. La mayoría de las casas no tienen ni puertas ni ventanas y utilizan el agua que cae de los tejados cuando llueve para ducharse. Estas duras condiciones lleva a Álvaro y Mayte a una reflexión personal. «Te das cuenta de la suerte que tenemos en Europa y las muchas veces que nos quejamos sin sentido e injustamente de la
falta de medios. Poco a poco te das cuenta que te puedes quitar más cosas materiales de tu día a día».

Ante esta situación, uno se imagina que la gente vive sumida en una profunda tristeza y desesperanza. Sin embargo, lo que más llama la atención del Congo es «la alegría continua de la gente y la hospitalidad con la que nos han recibido». El pequeño Álvaro se ha convertido en el «petit mundele (mundele es como nos llaman a los blancos en lingala, su lengua materna) de varios kilómetros a la redonda y la gente le adora en el barrio». El petit mundele también causa sensación a la salida de Misa.

Mucho interés por la formación cristiana

«En el hospital tenemos un oratorio en el que se celebra Misa a diario –explica Mayte— y el domingo está repleta de vecinos del barrio. La gente tiene mucho interés de formarse bien en las costumbres de la vida cristiana. Nosotros acabamos de empezar un curso de orientación familiar sobre el amor conyugal y la vida matrimonial y se han apuntado más de 50 congoleños. Está siendo todo un éxito».

Publicado en Alfa y Omega por José Calderero @jcalderero

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