El Papa Francisco no “metió la pata” cuando habló claramente del genocidio armenio
El Papa denunció con claridad y contundencia el genocidio cometido contra los armenios hace cien años. Lo hizo en una ceremonia religiosa el mismo día en que celebramos la Divina Misericordia y un día después de haber publicado su bula convocando un año jubilar extraordinario sobre el mismo tema.
La denuncia fue tomada muy mal por el gobierno de Turquía, que ha hecho de la negación del genocidio una política de Estado. El Papa ya sabía de la inevitabilidad del problema pues, por así decirlo, tenía la advertencia sobre su escritorio. No se arredró y llamó a las cosas por su nombre.
Los anteriores acontecimientos han sido bien publicitados. Sin embargo, hay ciertos aspectos de la mayor importancia, sin los cuales la bizarría y el arrojo mostrados por el Papa corren el riesgo de perderse en el anecdotario y vaciarse de significado.
Quiero referirme a la dimensión ecuménica del suceso y su vinculación al ministerio de quien es sucesor de san Pedro. Estamos, cierto estoy, ante un hecho de gran trascendencia histórica.
1. Tres documentos del Papa explican su denuncia: el discurso antes de la liturgia, su homilía durante la misa y su homilía a la mañana siguiente en Santa Marta.
En estos dio las razones humanitarias e históricas contra el genocidio agrupándolo –con sobrada justicia- con los cometidos por nazis y estalinistas, tendiendo el puente hacia la tragedia que viven hoy nuestros hermanos cristianos en Oriente Medio y África a manos del fundamentalismo islámico y el silencio ominoso de los poderosos del mundo.
Dio las razones de la fe al unir la cruz de Cristo a la sangre de los mártires de antaño y hogaño y; al día siguiente, explicó por qué la Iglesia no debe callar, ni perder su libertad, ante la urgencia del anuncio del Evangelio.
En suma, Francisco nos hizo ver cómo mantener la memoria, denunciar la injusticia y anunciar la unidad del martirio en Cristo son tres momentos de un sólo acontecimiento profético.
2. No estamos ante un error de cálculo diplomático del Vaticano, mucho menos ante una pifia del Papa. La diplomacia de la Iglesia no existe para defender interés “nacional” alguno, como es normal en un Estado, sino para promover la paz con justicia en las relaciones internacionales y velar por el interés de los cristianos en el mundo sin importar si están o no en comunión con Roma.
De los mensajes de los papas ante los cuerpos diplomáticos y las consecuentes acciones de la Santa Sede se podrían escribir notables historias.
3. A la liturgia en la Basílica de San Pedro asistieron la representación de la República de Armenia – antiguo territorio bajo dominio del imperio otomano, después bajo la Unión Soviética-, país donde se encuentra el origen de los cristianos armenios del mundo, cuya diáspora es generalizada; el patriarca de la Iglesia apostólica de Armenia, la cual no está en plena comunión con Roma desde el Concilio de Calcedonia (452 d.C), así como el oatriarca de la Iglesia católica de Armenia en comunión con Roma desde hace varias centurias.
Ambas Iglesias comparten tradición, cultura e historia y son de tradición apostólica, pero no son romanas, ni ortodoxas. Pertenecen a la tercera familia de cristianos de tradición apostólica denominados católicos orientales, quienes siguieron su propio camino después del Concilio de Calcedonia, similar a lo sucedido con los coptos de Egipto y Etiopía del patriarcado de Alejandría.
Según la tradición, la cristiandad armenia fue fundada por los apóstoles san Judas Tadeo y san Bartolomé. Su sobrevivencia es un caso asombroso.
El diálogo ecuménico con las Iglesias orientales abierto por la Iglesia a principios del siglo XX, consolidado por el Vaticano II, trajo consigo una mejor comprensión de la historia y tradición de las Iglesias católicas orientales, genéricamente denominadas precalcedónicas.
Entre otras cosas, teólogos e historiadores hemos puesto en tela de juicio la existencia de su mentado monofisismo, razón que se aduce para su separación, porque las fuentes y tradición demuestran que en realidad nunca lo hicieron realmente propio.
La separación del resto de la cristiandad se debió más bien al rechazo de las pretensiones del emperador bizantino de igualar fidelidad religiosa y afiliación política, con su consecuente vasallaje. Ninguna de estas Iglesias lo aceptó pues vivían fuera de la dominación bizantina.
Ahora podremos entender mejor por qué la presencia de los patriarcas armenios en la Basílica de san Pedro es de suyo una afirmación inequívoca de la unidad en Cristo, más allá de lo puramente declarativo. Se ha compartido, en presencia del Nazareno, el ecumenismo de la sangre de los mártires.
4. El Papa es el sucesor de san Pedro. Una de sus tareas más importantes es trabajar por la unidad de los cristianos, eso que llamamos ecumenismo y que ha tomado muchas formas a lo largo de la historia, no todas tan hermosas como las que presenciamos hoy en día.
La unidad nunca ha sido fácil y son muchas las razones que conspiran contra ella, pero la más importante ha sido la falta de caridad. La unidad es una dura misión encomendada por Cristo a san Pedro, razón por la cual cada católico romano en el mundo debe hacerla propia.
5. El Papa Francisco ha dignificado la sede petrina en un acto de arrojo apostólico, aunque el mundo lo pueda juzgar como imprudencia diplomática.
Él es Pedro, la roca que sostiene la Iglesia, llamó por su nombre a la masacre cometida contra nuestros hermanos armenios, compartió la palabra de Cristo y celebró la eucaristía en su presencia.
Sería difícil encontrar un acontecimiento tan dramático que señalara con semejante contundencia el ecumenismo de la sangre en la sangre de Cristo, al tiempo de abrir las puertas a la esperanza en la resurrección y la misericordia del Señor.
El sucesor de san Pedro nos ha dado una gran lección: la unidad de los cristianos no es un asunto de jurisdicción, sino de comunión y caridad, inalcanzables sin fuertes dosis de valentía.
6. En el terreno de la representación simbólica, con una carga histórica de gran profundidad, Francisco incluyó a san Gregorio Narek entre los doctores de la Iglesia, alargando su pequeño número a treinta y seis.
Fue un hombre santo y sabio del siglo décimo, llamado el san Agustín de los armenios, quien es venerado y reconocido por ambas Iglesias como uno de sus más grandes teólogos y místicos. Así, el ecumenismo de la sangre se proyecta también en una herencia teológica compartida por católicos romanos y armenios en sus dos Iglesias.
7.- Llamar al genocidio por su nombre no fue un acto de imprudencia diplomática, sino de coherencia para fundar en la verdad y la justicia las relaciones internacionales. Pero sobre todo, fue un acto de valentía que corresponde al enorme coraje ecuménico, fidelidad el ministerio petrino y celo profético mostrado por el Papa Francisco. Ha sido una jornada de júbilo y esperanza.
Somos una generación afortunada. Hemos presenciado, lo digo como historiador, una de las más intensas jornadas ecuménicas de la historia porque ha nacido de la comunión de la sangre de Cristo, única capaz de construir la Iglesia para que todos seamos uno, como él es uno con el Padre.