En este tiempo de Pascua los apóstoles, la Iglesia primera, hace milagros, signos del amor de Dios:
Los apóstoles que han visto el paso de Jesús creen, no dudan y sus obras son las obras de Dios.
Porque tienen el Espíritu Santo
Basta la fe y pronunciar el nombre de Jesús para obrar milagros. Cuando estuvo Jesús con ellos les dejó su Espíritu:
Y el Espíritu cambió sus vidas, cambió su mirada, hizo nuevas sus palabras, aumentó su fe para que no dudaran en momentos difíciles.
Habitó el Espíritu en esos primeros pasos de los apóstoles. Dios actuaba a través de su entrega.
Por eso estar bajo la sombra de Pedro bastaba para ser sanado.
Caminaban delante de los que necesitaban misericordia y como no tenían ni oro ni plata entregaban lo que sí habían recibido, el amor de Jesús, su perdón, su salud.
50 días para renovarse
Le pido a Dios que me renueve en mi vocación de apóstol.
Es la Pascua un tiempo sagrado en el que toco y recibo el amor de Dios, su misericordia.
Son cincuenta días en los que renuevo mi fe y veo cómo Dios actúa en medio de los hombres, oculto en piel humana, en los límites de los hombres que no logran amar tanto como los ama Dios.
Me gusta que haya más días de Pascua que de cuaresma. Más días de alegría que de espera y duelo, de Gloria que de pasión. Más de vida eterna que de muerte.
La fascinante Iglesia de los inicios
Me fascina esa Iglesia primera, enamorada, misionera, joven, nueva. Esa Iglesia llena del Espíritu Santo, llena de luz y esperanza.
Me conmueve la facilidad con la que esos hombres frágiles, que no tenían dones ni talentos especiales, fueron capaces de cambiar su mundo, de tocar corazones sin fe y cambiar su mirada.
No sólo vieron a través de sus manos milagros físicos. Sobre todo hubo conversiones.
Su forma de vivir, de pensar, de amar era el testimonio de Cristo vivo. Y al verlos muchos quisieron seguir su camino y creyeron.
El amor es suficiente
El amor es suficiente para convencerme. Ese amor con el que me tratan, con el que me miran basta para cambiar mi corazón.
Ese amor que viene de Dios hace que mi vida sea mejor para otros. El amor que se manifiesta en mi forma de tratar a los demás, de hablarles, de compartir la vida.
Se convirtieron en apóstoles capaces de sembrar paz y esperanza. No convencieron a todos. Tampoco lo había logrado su Maestro.
Jesús no enamoró a todos, no logró que todos creyeran su mensaje de amor. Muchos lo odiaron sin haber hecho nada malo.
La clave: en la mirada
La razón para odiar a alguien no nace en la razón, sino en la forma de interpretar la realidad. En mi mirada está la clave para odiar o amar a mi hermano.
Los que creyeron en el Jesús de los apóstoles tenían una mirada pura y abierta. No se sintieron amenazados por esos hombres sin formación.
La realidad es que no estaban tan felices con su vida y creían que todo podía ser mejor. Así brota ese deseo de seguir a Jesús y se hace realidad en su corazón.
Escucharon a los apóstoles y creyeron en lo que les decían. Un hombre muerto había resucitado. Dios hecho hombre había regalado su vida por amor.
Cristo en el centro
Los apóstoles no hablaron mucho, simplemente fueron fieles a su verdad. Vivieron el evangelio que Jesús les había enseñado en su sencillez.
No pretendieron ser ellos el centro del nuevo reino de Cristo, siempre hablaban de Jesús, no de ellos mismos.
No pretendieron ser taumaturgos, siempre era Jesucristo el que hacía los milagros. Ellos sólo actuaban en su nombre.
Esa forma de vivir la vida fue convincente para los que escuchaban. Su sencillez, su pobreza, su alegría, su paz, su plenitud, su unidad, ver cómo se amaban entre ellos. Ese amor era convincente.
Vivían entregados por amor. Vivían el presente sin querer proteger lo que poseían. No se empoderaban queriendo retener el poder que el mundo les daba.
No buscaban los mejores puestos ni el reconocimiento. Se pusieron a servir con humildad, sin eludir los problemas, enfrentándolos desde el amor y la verdad.
No fueron perfectos, cometieron errores y fueron aprendiendo los unos de los otros.