El sentimiento más poderoso tiene grandes “talones de Aquiles”
Teniendo en cuenta que el amor humano posee cuatro dimensiones: biológica, afectiva, personal y trascendente, es importante reconocer que cuando alguna de ellas no está integrada en la relación matrimonial se produce un efecto nocivo en el establecimiento de un amor que de por sí debe ser para siempre.
La dimensión biológica es aquella que involucra exclusivamente el cuerpo de un modo eminentemente instintivo sin conocimiento primario de la otra persona. La “química” inicial de aquellos que al verse se gustan.
La dimensión afectiva empieza a aparecer cuando se descubren valores emocionales y afectivos en la otra persona y no se le mira exclusivamente por el lente erótico, es decir, por el simple deseo sexual.
La dimensión personal involucra todo el individuo en su libertad, inteligencia, voluntad y afectividad, de tal modo que ya no sólo se le ama con el cuerpo, con el deseo ni con los simples sentimientos sino que se está dispuesto a asumir compromisos que perduren en el tiempo.
La dimensión trascendente es la que ayuda a comprender que un amor humano está llamado a convertirse en un amor divino y que ambos están llamados a la mutua santificación si permiten que Dios sea el garante de cuanto quieren hacer y vivir el uno en favor del otro.
El peligro de la desintegración de estas cuatro dimensiones está en el hecho de que cada una de ellas, por separado, tiene enormes debilidades que le hacen vulnerable en el tiempo y en la convivencia.
La dimensión biológica corre el riesgo de la cosificación; esto no es otra cosa que convertir al cónyuge en objeto o “cosa”, fuente de placer y se le busca únicamente por el beneficio sexual que reporta. Desde este punto de vista ambos se pueden volver explotadores del otro, exprimidores de placeres y cada día se pueden animalizar más tratando de encontrar nuevas y más poderosas fuentes de placer venéreo. Sus encuentros se limitan al ámbito sexual, sólo son capaces de “amarse” en la cama pero no han hecho otra cosa que buscarse a sí mismos en la otra persona.
La dimensión afectiva tiene como debilidad la idealización que consiste en convertir a la pareja en un “príncipe azul” o una princesa de cuentos de hadas, de esos que no existen en la tierra; ese tipo de personas que han hecho soñar los hermanos Grimm con sus cuentos que siempre terminan con un “se casaron y fueron felices”. La idealización es la que lleva a crear falsas expectativas frente al otro, es la que deforma la verdadera naturaleza de la humanidad y quiere ver en los demás ángeles y no simples humanos llenos de virtudes pero también de defectos.
La dimensión personal tiene como debilidad convertir la relación en un simple pacto frío lleno de cláusulas y no en un acto de donación recíproca en donde cada uno se da como lo que es y no únicamente como el “socio” que garantiza el fiel cumplimiento de todo los requisitos propios de un matrimonio.
La dimensión trascendente adolece del peligro de hacer de la vida y de la fe una dicotomía en la que Dios va paralelo y no entrelazado con lo que la pareja vive. El matrimonio es visto como un requisito social, el templo como un recinto que evoca lo sagrado pero que no sacraliza la vida, el vestido blanco como el sueño de toda princesa frustrada y el cónyuge como el “salvador” a quien se le debe haber encontrado el sentido de la vida.
Sólo la unidad de estas cuatro dimensiones, acción que se realiza poco a poco de modo racional, pues no vienen integrados por la naturaleza (hay que aprender a hacerlo) es lo que combatirá cada una de esas debilidades y hará del amor humano una verdadera experiencia liberadora y santificadora. La rutina, el encuentro frecuente y la convivencia no se verán amenazadas por el hastío que sobreviene a querer amar sólo corporalmente o sólo espiritualmente.
Estancados en las dos primeras dimensiones los esposos no serán capaces de amarse más allá de la cama y el desencanto aparecerá rápidamente entre los dos al darse cuenta que ni uno es príncipe ni la otra una princesa, sino simples plebeyos llenos de defectos que a veces dificultan la estabilidad.
Si de novios se trata, éstos creerán que las relaciones prematrimoniales son un derecho natural y obviamente lo único que harán será pretender arañar en el sexo el amor que aún está lejos de aparecer.
Hasta no amar con todo lo que se es y no trascender en el encuentro con Dios siempre quedará una deuda con el amor que nos será esquivo y nos hará pagar las consecuencias de haberlo hecho mal.