Carreras, luchas de gladiadores y de animales, teatro, “luchas de anfiteatro”,… una manera de divertirse que fomentaba los bajos sentimientos, incluso a costa de sangre de mártires
Para quienes no tengan un conocimiento de los espectáculos en la época imperial romana diremos que, en su origen tuvieron un carácter religioso, pero en el tiempo que vivieron los primeros cristianos habían perdido ya ese sentido.
Las grandes fiestas, juntamente con el reparto de pan y alimentos, eran el medio favorito al que recurrían los emperadores para ganarse al pueblo.
En todas las ciudades de cierta importancia se había introducido el anfiteatro, el circo, así como magníficos centros de diversión. De todo ello han llegado hasta nosotros testimonios abundantes y elocuentes restos en Tréveris, Nimes, Sagunto, Mérida, Itálica, Cartagena y Roma, por citar sólo algunos lugares más significativos.
Para hacerse una idea aproximada de lo que decimos, podemos recordar algunos botones de muestra. Las fiestas y diversiones públicas celebradas por el emperador Tito al inaugurar el gran Coliseo duraron cien días. Trajano celebró el año 106 una serie de festivales que duraron ciento veintitrés días.
La capacidad de los locales destinados a estos espectáculos sobrepasa a la de los modernos estadios. El Coliseo de Roma tenía asientos para 80.000 personas. El gran anfiteatro de la misma ciudad podía acoger a 250.000 espectadores.
¿Qué clases de espectáculos existían en la época imperial romana?
Podemos decir que eran tres los principales: las carreras, las luchas de gladiadores y de animales, y el teatro. Las carreras no tenían, por su propia naturaleza, una especial significación moral, si bien por el modo en que se desarrollaban podían mostrar, en algunos casos, crueldad y menosprecio de la vida humana. Esto último, se acentúa sensiblemente en el caso de las luchas de gladiadores, y en el teatro que llevaba consigo una fuerte carga de inmoralidad.
¿Nos podría decir algo sobre las "luchas de anfiteatro"?
Efectivamente, no he hablado antes de ellas, pero tienen también relevancia, sobre todo, en lo que podríamos llamar “grandes espectáculos”. Veamos algunos datos.
En los ocho juegos que dio Augusto durante su reinado lucharon unos 100.000 hombres, y otros tantos en los extraordinarios de Trajano a que antes aludíamos. En ocasiones, se llegaron a poner en escena verdaderas batallas navales.
Así Augusto organizó con ocasión de la dedicación del Marte Vengador (Mars Ultor), una naumaquia, para lo cual hizo construir un lago, dentro del cual combatieron 30 naves de guerra con 6.000 soldados.
Es preciso añadir que estos combates no eran figurados, sino que se hacían de veras, con objeto de fomentar los bajos sentimientos de los espectadores, como si se tratara de un “divertimento” macabro.
¿En qué sentido se puede hablar de crueldad en las luchas de gladiadores?
Comencemos por decir que una gran parte de los criminales y de los presos de guerra eran destinados a estas luchas sanguinarias. Existían empresas especiales que proporcionaban partidas de gladiadores. De una de ellas escapó el año 74 a. de C. el célebre Espartaco, que tanto dio que hacer al ejército romano.
La lucha comenzaba con una marcha a través de la arena. Luego se iniciaba la lucha cuerpo a cuerpo, o grupos contra grupos. La lucha de gladiadores tenía un morbo atractivo por la sangre humana que se derramaba. Si uno de los contendientes caía gravemente herido, su vida quedaba al arbitrio del público asistente. Si cerrando el puño levantaba el dedo pulgar hacia arriba, era señal de clemencia. Volverlo hacia abajo significaba la muerte del desgraciado.
Con razón, el gran historiador alemán Mommsen, autor de una Historia de Roma, ha podido escribir que estas luchas de gladiadores eran “la
manifestación y al mismo tiempo, el fomento de la más crasa desmoralización del mundo antiguo…, un espectáculo de caníbales…, la sombra más negra que pesa sobre Roma”.
¿Se podría entender que las luchas con fieras tendrían un carácter menos cruel?
En apariencia cabría esa forma benévola de entender “las luchas de animales” o venationes. Pero la realidad era otra. Consistían en presentar animales feroces en luchas contra hombres, ya fueran gladiadores, o condenados a muerte, y más tarde, cristianos.
El espectáculo era feroz y horripilante. El público romano era exigente y no se contentaba con cualquier fiera. Por eso, abundaban los leones y los tigres traídos de África. Antes de sacar las fieras a la arena se las mantenía hambrientas durante dos o tres semanas, con el fin de aumentar su voracidad.
Unas cifras nos sitúan mejor en ese contexto. En los juegos del emperador Severo (222-235), que duraron siete días, fueron sacrificadas 700 fieras. No se contabilizaban las vidas humanas que caían destrozadas por estos animales. Nerón lanzó una vez una división de pretorianos contra 400 osos y 300 leones, entre los que se entabló una de las luchas más bárbaras que presenció el circo romano.
Cuando se trataba de la ejecución, por este medio, de sentencias de muerte, el espectáculo revestía todos los caracteres de lo canibalesco y lo sanguinario. Así fueron sacrificados un buen número de inofensivos cristianos, ante la furia desatada del populacho.
¿Qué decir de los "mimos" y de otras representaciones teatrales?
En principio, se puede afirmar que ofrecían menos interés que las carreras y los combates de gladiadores. Roma poseía tres teatros, con más de diez mil localidades. Las representaciones teatrales reflejaban la degradación moral de la vida moral, propiciada por el paganismo.
Los “mimos” eran representaciones de actores que, sin pronunciar palabras, expresaban danzando mímicamente con un acompañamiento musical lo que el coro cantaba. Los temas solían estar tomados de los relatos mitológicos, especialmente los que tenían contenido sensual o erótico.
Los grandes dramas clásicos sólo se representaban en contadas ocasiones. Lo más corriente eran las comedias y, dada la corrupción del público que frecuentaba el teatro, se acostumbraba a representar adulterios con escenas picantes y escandalosas.
Incluso cuando el cristianismo estuvo más extendido en los siglos III y IV, se ridiculizaban aspectos de la vida sacramental cristiana, como el bautismo.
A la vista de estos hechos, ¿cuál fue la reacción de los cristianos?
Evidentemente, la reacción no podía ser otra que el rechazo. En unos casos, por el intrínseco desacuerdo entre la crueldad que estaba presente en espectáculos, como las luchas de gladiadores o de fieras, y la doctrina cristiana.
Podemos decir que la simple presencia les podría hacer copartícipes de los hechos que tenían lugar en la arena del circo o del anfiteatro.
En otras ocasiones, los propios cristianos eran los protagonistas forzados, al ser martirizados al filo de la espada o de las garras de una fiera.
En el caso del teatro sucedía también algo parecido, dado que su inmoralidad era bien patente, y chocaba abiertamente con la vivencia de la fe cristiana. Otro tanto, se podía afirmar en relación con las obras teatrales que satirizaban el cristianismo.
Como ya hemos indicado anteriormente, la mera asistencia podía entenderse como complacencia ante semejantes espectáculos. De ahí que la autoridades eclesiásticas desaconsejaran vivamente asistir a tales representaciones teatrales.
Ahora me explico la actitud de algunos escritos catequéticos del siglo III, que prohibían el ejercicio de ciertas profesiones a los catecúmenos que se inscribían para recibir el Bautismo. ¿Podría indicarnos alguna obra en ese sentido?
Con mucho gusto. Le puedo citar la Tradición Apostólica de Hipólito Romano. En esta obra catequética y litúrgica, se indica que antes de recibir la instrucción catecumenal se haga una encuesta preguntando al interesado sobre la profesión u oficio que tiene en ese momento.
La práctica de algunas profesiones suponía un grave impedimento para recibir el bautismo, salvo que candidato abandonara su ejercicio.
En esta situación se hallaban los conductores de caballos que participan en los juegos, los gladiadores y los maestros de gladiadores, los bestiarios que en la arena participan en las luchas con animales. El mismo tratamiento se daba los actores que intervenían en las obras teatrales.
Tertuliano, que escribe entre los siglos II y III, aun cuando tenga una cierta tendencia a la exageración, es muy rotundo a la hora de enjuiciar negativamente estos espectáculos, por el peligro de contaminación idolátrica que suponían.
En este sentido escribe: “Todo en los espectáculos paganos es idolatría: sus orígenes que recuerdan a algún dios; sus nombres, tomados igualmente de los dioses…en el teatro, el reino de Venus y de Liber; en los juegos el recuerdo de dioses epónimos de dichos juegos; en los combates de gladiadores, los antiguos sacrificios de los que tales combates son una transformación; el anfiteatro, consagrado con más ceremonias que el Capitolio, es un pandemonio donde Marte y Diana ocupan el primer puesto…Los paganos, por lo demás, no se llaman a engaño: la primera señal por la que reconocen a un nuevo cristiano, es que ya no asiste a los espectáculos; si vuelve a ellos, es un desertor” (De idol., XII-XXIV).
En resumen, podríamos aducir otros testimonios cristianos de esa época, pero con lo dicho nos parece más que suficiente para poner de relieve el contraste que ofrece el aspecto lúdico del paganismo romano con los primeros cristianos, que no compartían esas manifestaciones de crueldad.
A mayor abundamiento, nuestros primeros hermanos en la fe no sólo sufrieron en su propia carne la violencia y la crueldad de los juegos, sino también el escarnio y la burla de las representaciones teatrales, que los presentaban como objeto de sus diversiones.
Artículo originalmente publicado por Primeros Cristianos