Pasará el viejo liberalismo, pasará el trasnochado laicismo y la revolución del amor cristiano vendrá
Hoy que la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad y la Jornada Proorantibus, es decir, de unidad con los contemplativos.
No pocos pensaran –desde fuera pero también desde dentro de la Iglesia- que tanto la fe en que Dios es uno y trino, como la vida misma de los hombres y las mujeres de las clausuras dedicados principalmente a la oración, tienen poco que ver con los avatares cotidianos en los que se desenvuelve el hombre de hoy.
Incluso sin caer en posiciones vitales mundanas o paganas, desde la urgente y permanente necesidad con la que comenzaba el texto de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo del Concilio Vaticano II, a saber, que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.
No hay nada más revolucionario en este mundo que la fe en la Santísima Trinidad, ni nadie que este por delante en la vanguardia de esta revolución que los contemplativos.
Ni hay nada más valioso para la política, es decir, para el desarrollo de la convivencia social, que la fe en la Trinidad y la práctica de la oración, unión personal con la Trinidad.
Dice Enrique Cambón, autor del libro “Vivir la Trinidad. Pistas para una nueva sociedad”, que “una actitud trinitaria no hace más que poner las condiciones para una verdadera comunicación y comunión entre las personas (…) y encuentra su más alto sentido cuando aumenta el amor a Dios entre los seres humanos y produce una mayor presencia de divino en la humanidad. Con palabras de Chiara Lubich, esta presencia es el más fuerte testimonio de Dios al mundo. Porque, según san Agustín, ves la Trinidad si ves el amor”.
Dos mil años después de que el Hijo Eterno de Dios nos revelase el secreto de la vida divina, el del infinito amor trinitario, y el del destino de la historia: participar de esa unidad en el amor; ya pueden surgir y fracasar cuantas ideologías vengan que, a la postre, la revolución de las revoluciones, aún por vislumbrar, aún por estallar, será la revolución trinitaria.
Pasará el viejo liberalismo al que ahora algunos quieren abrazarse desesperados de anomia. Pasará el no menos trasnochado laicismo que, en su desesperación por sobrevivir, se autodenomina progresismo. Pero la revolución del amor cristiano vendrá.
Por eso, hoy, además de hacer algo para renovar nuestro modo de creer y de rezar, que suele ser más monoteísta que trinitario, y de valorar y ayudar a nuestros contemplativos, podemos preguntarnos: ¿qué hago yo para que llevar la vida trinitaria a este mundo que pide a gritos más verdad, más justicia, más humanidad? ¿Qué hago yo para devolver este mundo a la imagen según la cual se creo, la de un amor sin límites que no uniformiza, sino que une en la diversidad