“A menudo espero que vengas a buscarme y me animes rectificar, que te apresures a abrazarme y decirme que no pasa nada…”
Hay frases que reflejan una forma de entender la vida: “He aprendido mal la incondicionalidad del amor. Sólo cuando hago bien las cosas soy querido. Si las hago mal, no”[1].
Hay misterios más grandes que el de la Trinidad. El misterio del amor de Dios sigue siendo siempre un gran enigma. ¿Cómo puede amar Dios de forma incondicional?
Aprendemos de niños la condicionalidad del amor. Si hago bien las cosas, me dan amor. Si las hago mal, desprecio.
No encontramos fácilmente ejemplos humanos y cercanos que reflejen ese amor de Dios. Y nos cuesta tanto a nosotros mismos amar de esa forma, que no somos capaces de comprender que el amor de Dios pueda ser así.
Un amor incondicional que no dependa tanto de mis actos, un amor eterno a prueba de desengaños que dure para siempre, un amor fiel que en la dureza de las crisis se mantenga firme, un amor inamovible, que permanezca incólume como una roca, cuando arrecie la tormenta.
Es el amor que soñamos. Es el amor del que nos habla Dios. Ese amor perfecto del que tan lejos nos sentimos.
Una persona rezaba:
“Me cuesta mucho salir airosa de mi pecado, e intentando justificarlo, este se enreda y se agranda más. Con lo fácil que sería asumirlo cuando aún es pequeño, sin sorprenderme de no ser perfecta, sin sorprenderme de verme pecando. Señor, tengo a veces demasiado miedo a decepcionarte, miedo a que dejes de tratarme con cariño, miedo a herirte con mi pecado.
Me molesta no ser perfecta, no ser humilde, no ser santa para ti. Entonces busco un consuelo que no merezco, una disculpa que disimule mi pecado. A menudo espero que vengas a buscarme y me animes rectificar, que te apresures a abrazarme y decirme que no pasa nada”.
Cuesta mucho notar ese abrazo de Dios lleno de amor que me dice que no pasa nada, que no tiemble.
A nosotros nos cuesta tanto abrazar cuando nos han ofendido, cuando nos han herido, cuando han hecho mal las cosas y tenemos que pagar los errores ajenos… Lo más que hacemos es decir que no pasa nada y seguir de largo. Pero el rencor se queda encerrado en la herida, guardado en el alma.
Queremos cuando nos quieren. Tratamos bien cuando nos tratan bien. La incondicionalidad del amor permanece oculta como un misterio indescifrable. ¿Quién puede amar así?
Atrapados por el sexo