Vamos a empezar esta meditación con dos frases de la Biblia.
Una es del Antiguo Testamento, del libro de los Proverbios:
La otra, del Nuevo Testamento, es un consejo de San Pablo a los colosenses:
Todos los días decimos palabras, más o menos. Todos los días nos comunicamos, por lo menos un poco, con otros. ¿Qué les aportan nuestras conversaciones? ¿Miel o hiel?
Estamos meditando sobre “volver la vida amable”.
Vamos a pensar aquí qué hacer para que nuestras palabras lleven al prójimo más miel que hiel, y correspondan a lo que dice el libro de los Proverbios:
Veamos varios tipos de “buenas palabras”, que transmiten vida, ayuda y alegría a los demás.
Muestrario de palabras amables
1Palabras de interés
Nuestras palabras siempre muestran el corazón. Como decía Jesús, “de lo que rebosa el corazón habla su boca” (Lc 6,45).
Si valoramos a los demás, si –como cristianos que desean vivir de amor– queremos bien a los demás, eso se notará:
- En el modo de saludarlos, no formal, ni con una sonrisa forzada, sino con la mirada y los gestos afectuosos e interesados.
- En lo que les preguntamos, pues eso manifiesta que sus cosas nos interesan: familia, trabajo, salud, etc.
- En el respeto con que escuchamos atentamente sus opiniones, incluso cuando difieran de las nuestras.
- En el acompañamiento frecuente de situaciones difíciles y dolorosas, manifestando interés sobre el modo como evolucionan, y ofreciendo oraciones y la ayuda correspondiente.
2Palabras de afecto
Palabras afectuosas dichas sin exagerar, con sincera naturalidad, sin gestos exagerados y con amor.
Siempre me acordaré de las lágrimas de una mujer que sintió que se le partía el corazón el día en que su marido, después de muchos años, comenzó a saludarla fríamente, sin el diminutivo cariñoso que antes era habitual.
Convéncete que no existe ninguna situación agradable o conmovedora en que no podamos abrir al buen tesoro del corazón (Lc 6,45) una palabra amable, reconfortante y constructiva.
3Palabras de disculpa
¿Puede haber cariño más auténtico que pedir perdón con una sinceridad conmovedora?
En la vida, no sólo la educación, sino el corazón, debería movernos a pedir disculpas –sin comedias ni dramas– por cada uno de nuestros errores, olvidos y faltas de delicadeza.
“Disculpa, por favor, me olvidé”, “Dije lo que no debía”, “Lo siento mucho”, “Fue error mío”, etc.
4Palabras de estímulo
Qué falta nos hacen...
Muchas personas que se quieren bien no entienden cuándo un hijo, o marido o mujer, un colega, un empleado, necesitan de una palabra de ánimo, de incentivo.
No una frase hecha, sino un verdadero estímulo que, al provenir del corazón, llegará al otro corazón.
Imagina cómo debe haber reaccionado la mujer adúltera, a punto de ser apedreada – porque decían: “Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres” (Jn 8,5) -, cuando Jesús ahuyentó a quienes tenían las piedras en las manos, y le dijo, mirándola con confianza: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”(Jn 8,11), confío en que de ahora en adelante vivirás honestamente.
¿Y Zaqueo? Aquel publicano poco honesto, despreciado, que inesperadamente ve a Jesús que se dirige hacia él, al verlo encaramado en un sicomoro, una especie de higuera, le dijo (para escándalo de los “fariseos”): “Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa” (Lc 19,5).
Esa confianza de Jesús hizo que Zaqueo se convirtiera y cambiara de vida.
5Palabras de gratitud
La persona que recibe reconocimiento, gratitud, queda con buena disposición, y es más fácil que en ella se despierten deseos de ser mejor.
Nosotros no debemos ir tras el reconocimiento y la recompensa cuando cumplimos nuestro deber o hacemos el bien, como enseña Jesús (cf. Mt 6,1).
Pero el amor debe llevarnos a agradecer todo bien que recibimos de Dios y de los demás.
Jesús se quedó triste cuando se dio cuenta que, de los diez leprosos que curó, sólo uno volvió para darle las gracias (Lc 17,17-18).
“Gracias –dice Chevrot– es una palabra alegre, es la palabra mágica que introduce en el hogar la delicadeza, el buen orden y la serenidad” (Las pequeñas virtudes del hogar).
6Palabras dignas
A veces, parece que el lenguaje, en los distintos ambientes, se está deteriorando deprisa, no sólo por la pobreza gramatical, sino sobretodo por la admisión masiva de la grosería y el lenguaje soez.
Es como si muchos encontraran bonita la cultura de la pocilga y el burdel.
Todos estamos de acuerdo que las palabras atentas y delicadas –sin artificio ni barroquismo– crean un clima amable y dan alegría a la convivencia.
Cuando las palabras caen en la bajeza, también se deteriora el trato mutuo o el sentido moral y la fineza de la conciencia.
7Negativas amables
Hay personas que no saben decir “no”, y de esta manera complican su vida y la ajena. Porque a veces es necesario decir “no”.
Además de la fuerte negativa frente a lo que ofende a Dios y mancha la conciencia, existen otras negativas necesarias en relación a cosas buenas en sí mismas, pero que –teniendo en cuenta el tiempo y las circunstancias del momento– pueden causar un desorden, un abandono del deber o un prejuicio a otros.
Es el caso, por ejemplo, de invitaciones o compromisos –incluso relativos a materias buenas y hasta religiosas– que, de aceptarse, impedirían el debido cumplimiento de deberes familiares o profesionales importantes.
Es significativo un viejo refrán hispano: “La mujer que, por la iglesia, deja el puchero quemar, tiene la mitad de ángel, de diablo la otra mitad”.
Está claro que eso no puede ser excusa para huir de las tareas apostólicas o caritativas que, si tuviéramos más orden y espíritu de sacrificio, serían perfectamente compatibles con los demás deberes.
Lo importante es saber decir “no” de manera amable.
Me acuerdo del caso de aquel padre octogenario, amigo mío, que cuando una persona quería confesarse a la hora exacta en que ya se encaminaba revestido al altar para celebrar misa, no respondió ásperamente. Sonrió y en tono afectuoso le dijo:
8Palabras que llevan a Dios
Son las más “amables”, desde que no se trate de un “sermón” inoportuno.
Serán buenas y amables si brotan de un afecto conocido y sentido por la persona que oye, si son dichas en el momento oportuno y no intempestivamente, y aún si corresponden a un ejemplo personal que cautiva.
Entonces, sí, es inmensamente amable buscar despertar en los demás –en confidencia, a solas– la sed de Dios, el deseo de conocer su Palabra, el propósito de orar, de leer un libro de formación cristiana, de participar en la misa y en un grupo de espiritualidad, de buscar una guía espiritual, etc.
9Palabras sin voz
No me estoy refiriendo a los e-mails, WhatsApps, “mensajes de texto” o cartas, que al final son palabras escritas.
Me refiero a otro tipo de lenguaje. Cuántas cosas pueden ser dichas con la expresión facial, con una mirada, una sonrisa, un gesto.
Todas esas formas de comunicarnos, muy vivas, son un arma de doble filo. Pueden “decir” cosas horribles (de odio, desprecio, asco, repudio) o cosas amables (de amor, de pena, de serenidad, etc.).
Vale la pena pensar en una de esas formas de lenguaje sin palabras, que en la opinión de los extranjeros que nos visitan, es característicamente brasileña gracias a Dios; la sonrisa abierta.
Pido a Dios que nuestro pueblo no pierda ninguna, a pesar de que no faltan los que quieren promover un ideología y prácticamente el odio, la discordia y las luchas entre hermanos.
Acuérdate siempre de lo que decía, y practicaba, un santo de nuestros tiempos –san Josemaría– que, por cierto, quedó cautivado por nuestro país (no es orgullo, es verdad):
¿Qué mirada amable, qué sonrisa, qué gesto de bondad reciben de ti las personas con las que te topas cada día?
Extracto del libro: “Volver la vida amable”, de Francisco Faus