La encíclica del Papa Francisco rebosa espiritualidad
San Francisco de Asís no llamaba madre o padre a la naturaleza, sino que a todos los elementos de la creación, y a la creación entera, la llamaba hermana.
Con el Cántico a las criaturas del santo patrono de la ecología comienza el Papa su encíclica, que es mucho más que una encíclica ecológica, como la admiración, el asombro, el respeto y la contemplación de la naturaleza es de hecho mucho más grande que el cuidado ecológico, aunque lógicamente lo integran, lo elevan, y lo llevan hasta sus últimas consecuencias.
La encíclica del Papa rebosa espiritualidad. Empieza con la alabanza y termina con la oración humilde al Creador y la llamada a la paz y el equilibrio interior, porque la ecología que propone es una ecología integral: no sólo política, no sólo económica, no sólo cultural, no sólo social, sino también personal, y sobre todo, un ecología antropológica, una ecología humana.
En esta encíclica se hace una reflexión a fondo sobre el valor de la naturaleza desde unos fundamentos y con unas consecuencias que la distinguen de cualquier proclama ecologista condicionado por ideologías de moda, poniendo en jaque tanto el pensamiento único economicista neoliberal como el pensamiento único del progresismo fatuo.
Sin entrar en el debate científico abierto, el Papa “bendice” en términos generales la teoría del calentamiento global. Pero considera no sólo insuficientes sino inútiles las grandes cumbres y los grandes documentos de defensa del medio ambiente firmados por los países, porque luego no se corresponden con una política global internacional, esa para la que ya san Juan XXIII hace 50 años exigía una “gobernanza mundial”.
Acusa además a los países ricos de exigir a los pobres protocolos ecológicos por un lado y por otro no sólo no les ayudan económicamente a poder cumplirlos, sino que les importan las industrias que por razones ecológicas ya no quieren para ellos.
Se enfrenta el Papa también a las empresas petroleras y a los poderosos mercados financieros sin pelos en la legua, y pide a todos los ciudadanos del planeta un cambio de estilo de vida.
No se trata solo de mitigar los desastres del cambio climático sino de impedir que “la tierra, nuestra casa, se transforme en un inmenso depósito de inmundicias”, lo que forma parte de la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.