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Árboles bíblicos: El sicómoro de Zaqueo

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Dei Verbum - publicado el 19/06/15
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Transforma tu egoísmo en generosidad
No trataremos todos los aspectos de esta palabra, como cabría, dado que trata abundantemente de muchos matices como por ejemplo: De la búsqueda del encuentro con el Señor. De los métodos para esta búsqueda. De los efectos de la conversión. Del desprendimiento de bienes. De la acogida en la casa de uno, etc.

Hay para escribir largo y tendido sobre esta riquísima palabra, que no tiene desperdicio. Nos vamos a centrar en el árbol, El sicómoro, que es casi lo más accesorio, lo que pasa más desapercibido, de lo que casi nadie se refiere, y que no es ciertamente insignificante en nuestra vida. Por ello desvelamos rápidamente lo que entendemos que es el sicómoro.
 
En toda la cristiandad, la figura de Maria como portadora de Jesús al hombre tiene suma importancia, como lo son los profetas, portadores que anuncian al hombre a Jesús, así de igual forma sucede con todo acontecimiento del que se vale el Señor para anunciarse, o hacerse visible, por ello, el sicómoro sin más es la figura del elemento propicio para que tu y yo nos encontremos con Jesús, que es nuestro Moisés, que nos conduce a la vida libre, en medio de toda la iniquidad propia y ajena.
 
Sobre la falsa interpretación de las vicisitudes:
 
El sufrimiento tiene muchas vertientes, y sabemos de algunas de ellas, porque con sufrimiento nos ha rescatado el Señor, cuyo sufrir le ha llevado hasta la muerte. De todas las vertientes una de ellas es que el sufrimiento te saca de la burguesía, de la fantasía, de la nube acolchada de cada día y te sitúa en la realidad absoluta.
 
La pretensión del sufrimiento, no tiene respuesta, no sabemos la mayor parte de las veces ¿por qué? Solo Dios lo sabe. Pero seguro que no es humillar, ni disminuir al ser querido por Dios, pero puede servir para vaciar del orgullo personal al ser, para poderse remitirse al creador, para acercarse sobre la realidad al Señor de los Señores, y así solicitar, impetrar su ayuda.
 
Otra cosa es que, el orgulloso se ve agredido al contemplar su debilidad, y su ofensa le conduce a separarse de Dios, a juzgarlo como injusto, en lugar de ver la Misericordia que Dios tiene para con nosotros, que nos despoja de lo que nos sobra, de lo que nos habíamos creído falsamente, y a poder dirigirnos sobre nuestra verdad a Dios libres de lo que no éramos, de lo que nuestra vanidad falsamente nos había echo creer y que nos impide ver a Dios que está solo en la verdad.
 
También a nivel existencial puede uno darse cuenta que cualquier circunstancia de sufrimiento, de limitación en nuestros proyectos que se nos presenta como la oportunidad de vislumbrar al Señor, son aspectos que se parecen al sicómoro. Por eso, cuando empezamos a sufrir, el Señor nos convoca a solicitar su ayuda, a buscarlo a tener interés por el. Por ello, las circunstancias que nos llevan a la cruz que es nuestro árbol por excelencia son paralelos del sicómoro.
 
Desde la altura de la Cruz las garantías del encuentro con el Señor son totales, allí el Señor está, súbete sin dudar, que este madero te permitirá comprender ¿qué me pasa?, ¿porqué te llama el Señor? ¿por qué desea encontrarse contigo?, ¿por qué conoce tu nombre y se hace el encontradizo? No creas que el desee que sufras, o que te veas limitado en las cosas temporales y terrenas, es justo todo lo contrario, el Señor desea que seas feliz por encima de las cosas que nos rodean, que te trasciendas, que alargues la vista y veas parte del cielo, por encima de la cizaña que nos impide ver a Dios.
 
Zaqueo sube al sicómoro. ¿Qué es el Sicómoro? Es un medio, un árbol, una pieza no decorativa y muy providencial que está en nuestro camino y en el camino del Señor.

 
Y…. ¿donde esta tu sicómoro o el mío?. El nuevo Sicómoro es la Iglesia para nosotros, es un lugar preferente donde se tiene acceso al Señor, por donde seguro el Señor pasa.
 
Es verdad que la Iglesia es algo más que un simple sicómoro, por lo tanto si ponemos las cosas en su sitio, el sicómoro sería un resalte, un escalón, ya que la Iglesia es mucho más, es el cuerpo místico de Jesús, institución directa del cielo en la tierra, cuyos miembros somos todos nosotros, piedras vivas del templo y cuya cabeza es Jesucristo. Por lo tanto, no pretendemos con esta comparación dogmatizar, ni desvirtuar la doctrina oficial, que tan presente tenemos y de la que no quisiéramos desviarnos en nada.
 
Nosotros, somos pequeños como Zaqueo y la carga de nuestros pecados nos ha encorvado, con lo que nuestra medida es aun menor. Encima, nos vamos mirando siempre a nosotros mismos por nuestro egoísmo, por lo que no vemos casi nada cuando alzamos la vista, y Satanás nos ha comido la moral, o sea, que solo vemos el suelo. Vamos, que nuestro ser ya no alcanza a mirar a nada, y así estamos en medio del tumulto, de la multitud que nos sitúa en desventaja, de la vorágine de la supervivencia de cada día.
 
Pero, en el camino por donde pasa Jesús hay sicómoros, para que tu pequeñez no te impida vislumbrar al Señor. Y eso es la Iglesia, un lugar donde por su altura se facilita la visión del Señor, que ha buen seguro pasa por allí.
 
Y fruto de esa elevación artificial, de esta escalera espiritual que es el sicómoro, tus ojos y los míos pueden ver el rostro de Jesús, que permiten que el directamente desde allí te diga, en una palabra, o Eucaristía, por medio de un hermano en la Fe, o en la homilía del Sacerdote: Zaqueo, o, Juan…o, Luisa… quiero ir a tu casa, conviene que yo vaya a tu casa.
 
¿Para qué te crees que estaba allí el sicómoro?, ¿para hacer bonito? pues no, estaba para ti y para mi, ese es el sentido del sicómoro, y por eso el Señor lo ha creado y lo ha dejado crecer. Porque toda la creación ha sido creada para el servicio, y tu y yo también, a pesar de que no queremos servir a nadie
 
Me acuerdo de San Juan de la Cruz, al que escuchaban San Juan de Dios y Santa Teresa de Jesús, y de San Vicente Ferrer, que llevados al púlpito, arrastraban con el mismo evangelio que todos conocemos a pueblos enteros, que le seguían al pueblo cercano siguiente, cuando los medios de transporte eran los pies y el burro. Como me impresiona pensar que la predicación eleva la vista espiritual de las personas, las sube al sicómoro, para que cada uno se sienta personalmente llamado por el Señor. ¿No te fijas que tu y yo debemos hacer lo mismo en la medida que la Gracia nos lo concede?.
 
Te das cuenta de lo importante que es que te subas al sicómoro, que si no vas a la iglesia a lo mejor no te enteras de que el Señor te llama. Te das cuenta que el Señor con su llamada transforma a Zaqueo de un sucio y asqueroso ladrón al servicio del poder de la ocupación y de si mismo, a un ser que al convertirse transforma su egoísmo en generosidad, que pasa a ser una persona querida donde fue odiada.
 
Te das cuenta de lo importante que es llamar al Señor ahí subido en la rama del sicómoro, cuando tienes la angustia pegada al paladar, porque vas al paro, o tienes que parir, o los análisis han salido mal, y ya supones lo peor, que hay que gritar ¡Señor que estoy aquí! mándame llamar, -como Pedro en el agua-, “que sucumbo, dime algo, que no resisto más.”
 
Te imaginas….que el rey en su paso públicamente y mirándote a ti, te diga: “Raquel”, como si te conociera, como que te conoce… que vuelco te da el corazón de repente….. y que desea ir a tu casa, que es de una familiaridad, de un privilegio que no todo el mundo tiene, y lo manifiesta públicamente.

 
Hay catequistas, que no han pisado tu casa o hermanos de alto estanding, que no te vienen a ver, y tu estatus social o inteligencia no da para que hablen contigo, o para que les guste pasar la tarde contigo.
 
Pues bien, no es el rey el que te llama y pone tu nombre en su boca, es nada menos que el Rey de reyes. Dios mismo en la Tierra el que te dice, …..lo que anhelo, lo que deseo como Rey, lo que me gustaría es que tu me recibas en tu propia casa….!no te parece demasiado¡
 
Así de fuerte, de inmensa es la llamada del Señor, que hace que uno se dispare, corra a adecentar el lugar, a ponerlo limpio, aseado, en condiciones de recibirle y ¿cómo se hace esto?.

Pues, quitando los trastos, todos los pecados, confesándose, poniendo orden en la casa espiritual, para darle una dignidad que no tenía, y eso es lo que hace Zaqueo, convirtiéndose, quitándose de encima lo que lo manchaba, lo que hacia que todos lo miraran mal, porque era un ladronzuelo que se quedaba con parte de los impuestos, engordando la cifra que tenían que pagar.

Por eso dice: “devolveré el cuádruplo de lo que robé” eso es la conversión y el cambio de dirección. Antes decía Zaqueo, todo para mi, y pasa a decir: No quiero nada, lo dejo todo, por que tu vengas conmigo. Vamos que Zaqueo pasa de ser pagano, a ser cristiano así en un momento. De robar a devolver. De apropiarse de lo ajeno a ser caritativo. De ver su necesidad insaciable y por encima de todo, a darse cuenta de que el otro lo necesita más que él. Impresionante. Y el, que era peor que los publicanos, que solo le importaba él, pasa a ser cristiano, donde ese espacio del yo lo ocupan los demás.
 
Otra cosa que hacemos al arreglar la casa, es poner luz, lavar, fregar bien la zona, poner la mejor vajilla, etc., etc. pues es todo esto lo que significa convertirse, cambiar mover y ordenar nuestra vida para que el Rey de reyes esté a gusto, cómodo, y no se manche con nuestros pecados, nuestra avaricias, nuestros malos pensamientos, nuestra podredumbre, por eso, necesitamos lavarnos con una buena ducha, un buen baño que es la confesión y el bautismo.
 
Por eso: …. ¡Bendito sicómoro! ¡Bendita pequeñez que nos llevó al encuentro con el Señor! ¡Bendita angustia que nos lleva al Padre, a reconocerlo como Dios e implorar su ayuda, cuando no podemos más! ¡Bendita podredumbre y miseria egoísta que lleva a Jesús a decir: “conviene quedarme en tu casa”!. ¡Bendito pecado que mereció tan grande redención!

Fuente: camineo.info
 
Artículo originalmente publicado por Dei Verbum

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