En 2001, un hombre en fase terminal en un hospital llamó a su enfermera, Sandra Clarke, para que se quedara a su lado en ese momento. Él estaba solo, sin familia o amigos para consolarlo.
Ella estuvo de acuerdo, pero primero tuvo que hacer algunas cosas más de trabajo. Cuando volvió, el hombre había fallecido.
Él murió solo, y fue ese acontecimiento que cambió la vida de la enfermera y de muchas otras personas después.
Frustrada y enojada, Clarke creó un grupo de voluntarios para que las personas no estuvieran solas en un momento tan atemorizante de la vida.
Desde entonces, su programa se ha expandido por los hospitales de todos los Estados Unidos.
Nadie muere solo
El programa Nadie muere solo (NODA) ofrece a las personas que están desamparadas, solas, o alejadas de sus familias una forma de morir en paz, con la ayuda de un compañero.
Estos admirables voluntarios trabajan contra el reloj en turnos de tres horas, velando a extraños cuyo último deseo es morir con alguien a su lado.
“Es algo muy sencillo, pero muy importante”, dice una de las voluntarias, Amanda Egler.
“Es un viaje poco común, pero un privilegio estar con alguien al final de su vida”, dijo otro voluntario.
Al velar, un voluntario masajea los pies de sus pacientes, lee en voz alta, toca música, o simplemente los toma de la mano.