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¿Conoces tu lado oscuro?

Carlos Padilla Esteban - publicado el 11/07/15

Cuando se deja entrar a Dios en el subconsciente se iluminan las sombras y salen a relucir las oscuridades
Es difícil nadar contracorriente, ser fiel a lo original sin perder la identidad en la masa. Dice el Padre José Kentenich: “Cuántas iniciativas se malogran porque la presión de la masa es demasiado fuerte y uno tiene muy poca audacia. Porque hace falta coraje para nadar contra la corriente. Luchar por la verdadera libertad”[1].
 
Jesús me quiere como soy. Con lo que siento y sufro. Quiere que sea yo mismo, sin renunciar a lo más propio de mi alma.
 
Quiere educar mi corazón para que llegue a aceptar con paz mis tentaciones y esos sentimientos que me sorprenden. Sentimientos a veces injustos o que me hacen mal. Pero tengo que reconocerlos y entregarlos.
 
Ojalá el Señor los cambie por los suyos. Ojalá me haga de nuevo, limpie mi alma y me devuelva la mirada pura de aquellos ojos de ayer.
 
Dios tiene que entrar allí, en lo más hondo de mi alma. En lo que amo y en lo que sufro. En lo que odio con vergüenza. En lo que me hiere y me cuesta perdonar. En mis rencores enquistados. En mis complejos que me ponen a la defensiva. En aquello de lo que me arrepiento y en aquello que pese a todo volvería a hacer de nuevo. En esa caja negra que va grabando la parte de mi vida que percibo y no controlo.
 
Va metiendo en mi alma tantas cosas que no veo al pasar, cosas que a veces no comprendo o no veo con objetividad. Cosas que luego me pesan y marcan mis reacciones y sentimientos más constantes.
 
Allí quiero que entre Jesús, en lo más hondo, en lo más verdadero. Quiero que lo llene todo con su luz. Quiero dejarle entrar. Hacerlo es una prueba importante. Porque se iluminan las sombras y salen a relucir mis oscuridades.
 
Decía el Padre José Kentenich: “Si los sentimientos no se purifican, si no los doblego hasta el extremo, nunca poseeré el equilibrio necesario para ser objetivo[2].
 
Un poco objetivo sí, pero totalmente objetivos, nunca lo seremos. Siempre miraremos la vida con el color de nuestra alma. Y percibiremos la vida desde nuestras heridas. Porque en ellas me encuentro con mi pobreza y mi riqueza.
 
Y desde allí miro la vida, la juzgo y la interpreto. Con lo que detesto y lo que amo. Con lo que sufro y deseo. Con mi yo más verdadero. Pero sí es bueno pensar que no puedo dejar llevarme continuamente por lo que siento. Tengo que aprender a tomar algo de distancia para observar la vida y juzgarla desde Dios. Aceptar lo que siento.
 
Decidir con mi corazón herido. Y con ello, dejarme la vida por los caminos. Entregándolo todo. Sin escatimar nada.

 


[1] J. Kentenich, 1946
[2] J. Kentenich,
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