Astrofísico brasileño atestigua personalmente las óptimas relaciones entre la fe católica y la ciencia
De las muchas acusaciones hechas contra la Iglesia, una de las más disparatadas es la de que ella está contra la ciencia, que ha perseguido a la ciencia durante dos milenios.
Muchos hechos desmienten esto. Uno de los más evidentes es que el propio Vaticano, a través de la acción de muchos papas, mantiene un Observatorio Astronómico, o Specola Vaticana, en italiano, como se la conoce generalmente.
Ese observatorio, edificado en el corazón de la Iglesia, es prueba viva y testimonio elocuente de la relación de estima de la Iglesia y sus miembros con la ciencia. Y de que la ciencia, cuando está libre de una hermenéutica materialista, está en pleno acuerdo con la fe católica.
Según Sabino Maffeo, S.J., en el libro In the service of nine popes (Al servicio de nueve papas, n.d.t.) la Specola Vaticana se remonta al año 1582, cuando el papa Gregorio XIII reformó el calendario juliano. El observatorio, sin embargo, no fue creado oficialmente ese año.
En varias épocas, los papas se interesaron por la astronomía y crearon observatorios. Pero fue en 1891 cuando el papa León XIII fundó formalmente la Specola Vaticana a través del motu proprio Ut Mysticam. Según él, la Specola Vaticana serviría para “que todos pudiesen ver que la Iglesia y sus pastores no se oponen a la verdadera y sólida ciencia, humana o divina, sino que abrazan, alientan y promueven con la máxima dedicación posible”.
Inicialmente, la Specola Vaticana estaba dentro del propio Vaticano, en la Torre de los Vientos. A finales del siglo XIX, la luminosidad en Roma no era muy grande, y ese era un excelente lugar. Es imprescindible para los astrónomos que el telescopio esté en un lugar con el cielo muy oscuro de noche, pues las ciudades luminosas impiden que se observen los objetos más opacos.
En 1933, Roma ya tenía demasiada luz para permitir una investigación seria. El papa Pío XI ofreció la residencia papal de verano en Castelgandolfo, a pocos km de Roma, y que tenía condiciones excelentes de observación. En 1980, nuevamente, los cielos ya eran demasiado claros para que los jesuitas hicieran sus investigaciones.
La Specola Vaticana continua en Castelgandolfo, pero buena parte de sus investigadores se trasladó a Tucson (EE.UU.), donde se formó un grupo de investigación. Este traslado fue alentado y apoyado por el papa Juan Pablo II. Allí, en colaboración con la Universidad de Arizona, este grupo puede cooperar con otros astrofísicos y usar varios telescopios americanos.
En 1993 se inauguró en EE.UU. un gran telescopio para uso de los astrofísicos de la Specola Vaticana.
La investigación puntera en astrofísica no es la única actividad de los jesuitas de la Specola Vaticana. También es su misión servir a la Iglesia, dando testimonio en el mundo de su buena relación con la ciencia. Hacen esto escribiendo artículos, dando charlas en universidades e institutos de investigación, y organizando eventos.
El año pasado, tuve el privilegio de poder participar en uno de esos eventos. Cada dos años, se realiza la “Escuela de Verano del Observatorio del Vaticano”. Cerca de dos docenas de estudiantes de astrofísica de todo el mundo son seleccionados para pasar un mes en Castelgandolfo, teniendo aulas de formación sobre algún tema de vanguardia en astrofísica.
Igual que yo, la mayor parte de los estudiantes era de países subdesarrollados, y no estaban en condiciones de pagar los gastos. Por esto, el Observatorio del Vaticano financió las becas.
Durante la Escuela, además de poder observar con los telescopios que hay en Castelgandolfo, pudimos conocer a los investigadores de la Specola Vaticana. Lo más increíble fue que ya el primer día tuvimos la honra de ser recibidos por el papa Benedicto XVI y pudimos, todos, saludarle personalmente.
El criterio de elección de los participantes no fue religioso. Algunos de los estudiantes, yo entre ellos, no sabía lo que era un “papa”. Había también una estudiante musulmana.
Fueron semanas magníficas donde estudiantes del mundo entero pudieron vivir el aprecio que la Iglesia católica tiene por la ciencia. Ninguno de ellos podrá decir, un día, que la Iglesia es oscurantista y contra la ciencia.
Este fue el deseo de León XIII y de muchos otros papas, y se ha convertido en la misión de los padres jesuitas de la Specola Vaticana. Creo que también tendría que ser la misión de todos los católicos, pues el conocimiento científico sirve a la fe y ayuda a revelar, en la belleza de la creación, al Creador.
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El prof. Alexandre Zabot, de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), es físico y doctor en Astrofísica. Aleteia le agradece por su generosidad de compartir con nosotros sus artículos sobre las relaciones entre la fe y la ciencia.