Imagínate lo que hubiera pasado si las personas que inventaron el teléfono hubieran optado por quedarse en el sofá de sus casas.“El alma del perezoso desea, pero nada consigue, mas el alma de los diligentes queda satisfecha.” (Proverbios 13,4). ¡Qué fácil resulta quedarnos en el sofá de nuestra casa! nos sentimos cómodos, nada ni nadie nos molesta, podemos prevenir situaciones desconocidas… en fin, tenemos todo bajo control. ¿Para qué salir y arriesgarnos a que las cosas no salgan como queremos?,“mejor me quedo en casa, acá estoy bien”, podemos pensar así.
Es probable que te hayas identificado con este video, producido por Outside da Box, pues generalmente tenemos miedo a lo desconocido, nos consideramos incapaces de cambiar o mejorar una determinada situación, o simplemente optamos por la opción más cómoda: la ley del mínimo esfuerzo o el “hacer” nada. ¿Por qué actuamos así? San Pablo tampoco lo comprendía “porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.” (Romanos 7,19).
Imagínate lo que hubiera pasado si las personas que inventaron el teléfono, la rueda, la imprenta, los botones, los autos; o aquellas que descubrieron el fuego, la electricidad, o la cura de alguna enfermedad, hubieran optado por quedarse en el sofá de sus casas.. ¡Qué mundo tan diferente tendríamos ahora!, ¿no? Para empezar, tú no podrías estar leyendo este artículo, pero lo estás haciendo gracias a aquellas personas que eligieron salir de sus comodidades para aportar su granito de arena en la construcción de un mundo mejor.Demás está aclarar que “el sofá” no solamente debe entenderse en modo literal, también puede hacer referencia al encierro en nosotros mismos en el que podemos caer.
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Ahora puedes pensar: “Todo muy lindo pero, ¿por dónde comienzo? ¡hay mucho por hacer!” Es cierto, hay mucho por hacer, pero eso no debe ser excusa para dejar de hacer. Les compartimos 9 consejos que creemos podrán ser de mucha utilidad a la hora de ponerse manos a la obra en este proceso complejo pero fascinante, de intentar mejorar el mundo:
1. Empieza por tí: De nada sirve querer cambiar el mundo si no comenzamos por nosotros mismos. Para eso, custodia tu corazón todas las noches antes de dormir, como nos recomienda nuestro querido Papa Francisco.
2. “Comienza haciendo lo necesario, luego haz lo posible y terminarás haciendo lo imposible”: Ten en cuenta este consejo de San Francisco de Asís para no desesperar ante aquellas situaciones que parecen sobrepasar tus capacidades. Si quisieras correr por primera vez una maratón de 42 km, lo más lógico es comenzar el entrenamiento con varios kilómetros menos. Se realista y ten paciencia.
3. Lápiz y papel en mano: Teniendo en cuenta lo dicho en el punto 2, programa tu semana. Esto te ayudará a ir creando un hábito en aquello que más te cueste, y además de aplicarlo a actividades concretas, también lo puedes implementar en aquellas actitudes que quieres cambiar. Mi padre siempre me ha dicho que el carácter se educa. ¡Vamos, adelante!
4. “Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio.” (Proverbios 6,6): Aprende a mirar a tu alrededor, a observar con tranquilidad y detalle todo aquello que pueda inspirarte a actuar de buena manera. Piensa en tu Creador. ¿Te imaginas a un Dios perezoso después de contemplar Su maravillosa creación? Sí, hasta de la naturaleza podemos aprender.
5. ¿Hacia qué lado se inclina tu balanza?: Enfócate en todo aquello que dejarías de hacer al quedarte en tu sofá, en lugar de pensar en el esfuerzo que significaría hacerlo. ¿Qué cosas ganarías al salir?, ¿qué cosas perderías al quedarte?
6. “Utiliza en la vida los talentos que poseas: el bosque estaría muy silencioso si sólo cantasen los pájaros que mejor cantan”. Henry Van Dyke: Piensa en todas las cualidades que tienes, reconoce que son puro don de Dios e intenta darlas a conocer para cambiar o mejorar el día de hoy. Si eso lo practicas diariamente, con el tiempo, se convertirá en un hábito.
7. Reza. “La oración es la mejor arma que tenemos: es la llave que abre el corazón de Dios”. San Pío de Pietrelcina: Sin la oración cuentas nada más que con tus propias fuerzas. Pero con la oración, cuentas con la fuerza que viene de lo Alto y poco a poco irás haciendo a un lado aquello que tú quieres hacer, para escuchar aquello que Dios quiere que hagas.
8. Vasijas de barro somos: El punto anterior nos predispone a entender mejor este concepto. Haz todo lo que esté a tu alcance, pero reconoce que no eres más que el instrumento a través del cual Dios actúa. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer.” (Jn 15, 5)
9. “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos.” (Gálatas 6,9): Si no logras ver los resultados, Dios te pide que sigas confiando, pues Él mejor que nadie conoce la labor de tus manos y el cansancio de tus pies.
¡Vamos!, ¡sal de tu “sofá de confort” y recorre este mundo qué tanto necesita de la obra de tus manos, del andar de tus pies, del cariño de tus palabras!, porque algún día estaremos delante de la mirada misericordiosa de Dios que nos preguntará qué hemos hecho con todo lo que nos ha sido dado, y ojalá lo escuchemos decir: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. (Mt 25,21).