No hizo falta un segundo milagro: su propia vida fue considerada extraordinariaEl Papa Francisco ha inscrito en el libro de los santos este miércoles 23 de septiembre en la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, en Washington, D.C., al fraile franciscano Miguel Josep Serra y Ferrer (Petra, Mallorca, 24 de noviembre de 1713-Carmel, California, 28 de agosto de 1784).
Una fecha histórica por varias razones: fue ésta la primera canonización que sucede en suelo estadounidense; se trata de un misionero español, cuya preparación para la evangelización y la misión se realizó en la Nueva España (actualmente en el territorio de México conocido como la Sierra Gorda de Querétaro) y ha sido reconocido como el gran civilizador de la Alta California, actualmente el Estado de California, fundando nueve misiones (San Diego de Alcalá, San Carlos Borromeo, San Antonio de Padua, San Gabriel Arcángel, San Luis Obispo de Tolosa, San Francisco de Así, San Juan Capistrano, Santa Clara de Asís y San Buenaventura).
No fue mártir, como él hubiese querido, pero dejó una semilla enorme en sus compañeros franciscanos que tras morir él y siguiendo su ejemplo evangelizador, fundaron otra once misiones en la Alta California. Antes, en su estancia en la Sierra Gorda de Querétaro (había llegado a Veracruz, en México, el 6 de diciembre de 1749, después de un viaje trasatlántico de tres meses) alentó la construcción y la catequesis de cinco misiones que hoy, en conjunto, son Patrimonio Cultural de la Humanidad: Jalpan –ahora Jalpan de Serra–, Concá, Tilaco, Tancoyol y Landa.
Y lo hizo tras aprender el idioma de los naturales, pames y jonaces, mezcla de los pacíficos otomíes con derivaciones étnicas de los indómitos chichimecas (que en lengua náhuatl quiere decir “bárbaros”) quienes, estos últimos, nunca pudieron ser reducidos por la corona española en los tres siglos que duró la Colonia (1521-1821). Era un fraile versado, por lo que al pedir que el Guardián del Colegio Apostólico de San Fernando, en la Ciudad de México, voluntarios para ir a evangelizar tierras tan broncas y apuntarse el primero Fray Junípero, muchos otros frailes le sugirieron que no lo hiciera.
Era un viaje a pie de 100 leguas a un territorio salvaje, casi desconocido. Pero lo hizo, Y luego, a partir de 1759 que volvió a la Ciudad de México, hasta 1767, cuando Carlos III de España expulsó a los jesuitas, predicó misiones en el centro, el Golfo y el sur mexicanos. Necesitados de cubrir a los jesuitas en la Alta California –entonces territorio de la Nueva España—hacia allá partió fray Junípero y allá permaneció hasta su muerte.
El primer milagro, el de su beatificación, fue reconocido por la Congregación de las Causas de los Santos (había sido declarado Venerable en 1958) y San Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988. El segundo milagro no fue una curación o una intervención, sino su trayectoria: en los 70 años con 9 meses de edad que murió; en los 54 años de franciscano y en los 35 años de misionero, fundó 9 misiones (las queretanas ya habían sido fundadas cuando él llegó a la Sierra Gorda); bautizó más de siete mil naturales; viajó nueve mil kilómetros, más de la mitad a pie y, sobre todo, ofrendó su vida a los más necesitados del Evangelio. Por eso el Papa Francisco lo canonizó.