Emociona comprobar cómo seguimos celebrando, en lo esencial, la misma misa que se celebraba en el siglo IEmociona comprobar cómo seguimos celebrando, en lo esencial, la misma misa que instituyó Jesucristo y celebraban los primeros cristianos.
Todo lo que decimos y lo que escuchamos acerca de la Eucaristía tiene su origen en lo que nos dijo, en primer lugar, el propio Jesucristo y, luego sus testigos, a través de los evangelistas y, el primer eslabón de cristianos, los Padres de la Iglesia.
En Jn 6, 26-42 el evangelista Juan narra el anuncio de Jesús de la próxima institución de la Eucaristía que lleva a los judíos a decir “¿cómo puede este darnos a comer su carne?”, y a alguno de sus seguidores a afirmar “dura es esta doctrina…”…”y no andaban con él” Jesús les pregunta a los Apóstoles:”¿también vosotros queréis marcharos” y Pedro, con su habitual espontaneidad responde :”Señor, ¿a quién iremos?”
A pesar de estas dificultades, posteriormente, los tres evangelios sinópticos describen, con textos muy similares, la institución de la Eucaristía en la cena del jueves previo a la pasión de Cristo: Lc 22, 7-20, Mt 26,17-29 y Mc 14, 12-25. En esa noche memorable Cristo instituye la Eucaristía (celebra la primera misa) e instituye el sacerdocio.
Desde entonces, la Eucaristía ha tenido un papel central en la vida de los cristianos. Maravilla ver la fe y el cariño con el que tratan a Jesús en el Pan eucarístico los primeros cristianos.
Tienen una fe inquebrantable en que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Pablo de Tarso escribe entre el 54-58 d.C. su primera Carta a los corintios. En 1 Co 11, 23-27 leemos:
“Porque yo recibí del Señor lo que os transmití a vosotros: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Pues de hecho, cada vez que coméis de ese pan y bebéis de esa copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva. Por consiguiente, el que come del pan o bebe de la copa del Señor indignamente tendrá que responder del cuerpo y de la sangre del Señor”.
A este texto hay que añadir 1 Cor 10, 16-21:
16. La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
17. Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (…) 21 No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios.
Los Hechos de los apóstoles (de la misma época que el evangelio, del que constituye la segunda parte) mencionan la “fracción del pan” en diversos pasajes: 2,42.46; 20,7.11; 27,35. El más interesante es 2,46:
“Diariamente acudían unánimemente al Templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón”.
El resto de los pasajes dice exactamente lo mismo, “partir el pan”, sin ninguna mención a lo que hoy entendemos por eucaristía con su referencia al cuerpo y sangre de Cristo. Así:
2,42: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión (reuniones en común) a la fracción del pan y a las oraciones.”
20,7.11: “El primer día de la semana (es decir, el domingo; los primeros cristianos iban el sábado a la sinagoga y el domingo celebraban sus reuniones particulares) estando nosotros reunidos para la fracción del pan…”; “Subió luego (Pablo), partió el pan y comió; después platicó largo tiempo, hasta el amanecer. Entonces se marchó”.
27,35: “Diciendo esto, tomó (Pablo) pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a comer.”
Los textos expuestos son prueba de que ya desde los primeros tiempos del cristianismo (siglo I), en la Iglesia primitiva existía una fe muy clara en la presencia de Jesucristo en el Pan y en el Vino “eucaristizados”.
Emociona comprobar cómo seguimos celebrando, en lo esencial, la misma misa que se celebraba en el siglo I.